lunes, 29 de diciembre de 2025

Pacto con el diablo en nombre de la «libertad» / José Ríos Lugo, Sr. Romance


«Cuando pones en manos de un tirano el «rescate» de la democracia de tu país»

José Ríos Lugo


Antes de señalar a quienes se auto definen como luchadores por la “libertad y democracia”, hay que decir sin rodeos: el régimen de Nicolás Maduro es dictatorial.

Lo es porque destruyó la separación de poderes, subordinó el sistema judicial, anuló el Parlamento electo en 2015, persigue opositores, restringe las libertades civiles, manipula procesos electorales, coopta instituciones y gobierna mediante el miedo, la dependencia y la propaganda.

Lo es porque viola sistemáticamente derechos humanos, como han documentado Naciones Unidas, Human Rights Watch y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Lo es porque arruinó la economía, pulverizó el salario, forzó la migración masiva y fomentó la división y el odio entre venezolanos como método de control político.

Eso está claro. Eso una realidad.

Pero aquí comienza la parte incómoda: denunciar una dictadura no te convierte automáticamente en demócrata.

La oposición que se volvió espejo del autoritarismo

El sector de la oposición venezolana —encabezada por María Corina Machado y representada en el exilio por Leopoldo López, Juan Guaidó, Antonio Ledezma, Julio Borges, Carlos Vecchio y otros—, denominada extremista, ha cruzado una línea moral que ya no puede disimular.

Ha reconocido, de facto, su incapacidad política para construir una transición democrática con fuerzas propias, con respaldo interno y con una estrategia nacional y soberana. Y frente a ese fracaso, ha optado por la vía más peligrosa: entregar el destino de Venezuela a un poder extranjero.

No a la diplomacia. No al derecho internacional. No a la negociación. Sino a Donald Trump.

Ese gesto los desnuda. Porque cuando eliges a tu salvador, revela quién eres.

Por qué Trump es un tirano moderno (y no un aliado democrático)

Donald Trump no es un “duro” político. Es un líder autoritario plenamente identificado, según la ciencia política contemporánea.

Intentó desconocer y revertir una elección legítima, presionó funcionarios electorales, atacó jueces, desacreditó el sistema de votación y alentó una insurrección contra el Congreso de su propio país el 6 de enero de 2021. Ningún demócrata hace eso. Ninguno.

Desprecia abiertamente la Constitución, las normas, los límites del poder. Ataca a la prensa libre, a la que ha llamado “enemiga del pueblo”, expresión clásica de regímenes autoritarios. Usa un lenguaje soez, escatológico, humillante, que normaliza el insulto, la deshumanización y el odio.

Su discurso es racista y xenófobo. Criminaliza a los migrantes latinoamericanos, persigue comunidades, estigmatiza pueblos enteros y convierte al extranjero en enemigo interno. Los venezolanos en Estados Unidos han sido objeto de esa narrativa, tratados como delincuentes, como carga, como amenaza.

Trump ha sido condenado penalmente, declarado responsable civil por abuso sexual y enfrenta múltiples procesos judiciales. Esto no es propaganda: es historial judicial de conocimiento público. Y aun así, se presenta como salvador de democracias ajenas.

En política exterior, Trump ha defendido abiertamente el uso de la fuerza, las ejecuciones extrajudiciales, la violación del derecho internacional y la lógica del castigo colectivo. Desprecia los organismos multilaterales y cree que el mundo se gobierna como un negocio mafioso: presión, chantaje, sumisión.

Y lo ha dicho sin pudor:

Venezuela le interesa por su petróleo.

No por su gente. No por su democracia. No por sus derechos.

La asociación del mal

Aquí es donde la oposición extremista queda expuesta. Saben quién es Trump. Saben cómo actúa.

Saben lo que representa. Y aun así, le rinden culto y se arrodillan ante él.

¿Por qué? Porque son iguales a él en lo esencial.

Comparten el desprecio por la institucionalidad cuando no les sirve. Comparten la idea de que el fin justifica los medios. Comparten la lógica del enemigo absoluto. Comparten la disposición a sacrificar a su propio pueblo en nombre del poder.

Esta oposición está dispuesta a entregar Venezuela y sus riquezas —petróleo, soberanía, decisiones estratégicas— a cambio de que Trump derroque a Maduro y los coloque en el gobierno. Está dispuesto a aceptar una invasión, una guerra, miles de muertos, e incluso una posible guerra civil larga y sangrienta.

No es una exageración: han avalado sanciones que castigan solo al pueblo, no al quienes detentan el poder. Han sido cómplices políticos del bloqueo económico que profundizó la miseria. Han guardado silencio ante las ejecuciones extrajudiciales, el trato discriminatorio y senofobo contra los venezolanos en Estados Unidos, confiscaciones, agresiones y políticas que agravaron el sufrimiento nacional.

Y, además, han demonizado a la oposición democrática de centro, porque no comparte su odio ni su vocación autoritaria.

Autoritarismo contra autoritarismo

Está es la verdad que a algunos incomoda:

esta oposición extremista no es alternativa democrática al madurismo. Es su reflejo invertido.

Donde Maduro justifica el abuso en nombre de la revolución, ellos lo justifican en nombre de la libertad. Donde Maduro divide, ellos también dividen. Donde Maduro odia, ellos odian. Donde Maduro cede soberanía, ellos se la quieren entregar por completo a Trump, riquezas incluidas.

Por eso Trump les encaja tan bien. Por eso lo admiran. Por eso confiado en él y complacen sus “caprichos”.

Hannah Arendt lo explicó hace décadas: el autoritarismo no siempre llega prometiendo dictadura, sino salvación.

La única salida real posible

Venezuela no se salva con otro tirano. Ni local ni importado.

La única salida posible es inteligente, negociada y en paz, con garantías, con verdad, con justicia y con reencuentro nacional. Sin odio como programa político. Sin venganza como proyecto de país.

Entregar la “libertad” a un tirano extranjero no es una estrategia: es una traición histórica.

Y la historia, siempre, pasa factura.

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Sobre el autor:

José Ríos Lugo (Sr. Romance)

Periodista, analista político, escritor, ensayista, poeta, letrista, productor musical y creador venezolano radicado en Madrid. Pionero en Hispanoamérica en la orquestación musical con inteligencia artificial a partir de letras de su autoría.

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