domingo, 23 de enero de 2022

OÍDO AL TAMBOR / De pie, el compromiso es con la patria, la gente y la libertad

 

A Feijoo Colomine Rincones, luchador incansable. 

A nuestros compañeros de generación, la del socialismo democrático traicionado.


La pregunta es: ¿tiene sentido luchar? Y la respuesta es rotundamente afirmativa: Sí, los seres humanos siempre hemos luchado y seguiremos luchando por la vida, la justicia y la libertad, sin descanso, entrelazadas las diversas generaciones empujando hacia un mejor futuro. Así ha sido y así será. No hay vuelta.

Hoy -y entro en polémica, como siempre-, es indispensable definir lo que ya se abre paso en América Latina y el Caribe: la izquierda contemporánea, donde definitivamente me ubico ideológica, política y vivencialmente. No hay vuelta, sin dudas.

La experiencia venezolana de las últimas seis décadas nos ha marcado con demasiada fuerza, en medio de los vaivenes de la política mundial emergida de la II Guerra Mundial. Acá, seguimos siendo prisioneros del siglo XX hasta el punto de que hemos perdido los primeros 21 años del XXI, incluso en términos dramáticos, altamente involutivos, por la acción demencial -irresponsable, codiciosa e inmoral- de los cómplices de la destrucción nacional.

Lo peor de la tragedia histórica venezolana de los siglos XIX y XX desembocó como río crecido en el XXI: la principal traición al pueblo venezolano fue de orden moral y ético, a partir de 1999, una orgía de codicia, robo, autoritarismo militarista e insensatez, como pocas veces se juntó en nuestra patria. Hoy, el país está semi-destruido, empobrecido social y económicamente, bajo control de una élite corrupta y arbitraria sin capacidad de enmienda. Lo peor y repugnante es lo pendencieros que lucen sus pocos pudrimillonarios después de haber saqueado brutalmente a la nación, caso de latrocinio sostenido durante más de dos décadas sin precedentes en el mundo. Claro, cada día que pasa, menos gente les cree, crece la inconformidad nacional y con la misma intensidad aumenta la necesidad de imaginar, discutir, organizar e impulsar por la calle del medio un proyecto político contemporáneo, futurista, serio, honesto y profundamente solidario, que incluya decisivamente las fortalezas morales y éticas indispensables junto con la defensa estratégica de los intereses nacionales de Venezuela, la paz mundial, el multilateralismo internacional y la defensa del planeta frente al calentamiento global. No hay vuelta, es el reto principal, históricamente hablando.

También debemos superar los supuestos fracasados del archipiélago "opositor", que ha sido marcado por las improntas del macartismo, el neoliberalismo y la asociación con lo peor de las oligarquías latinoamericanas, norteamericanas y europeas. Especialmente a partir de enero de 2019, sus dirigentes -todos de fracaso en fracaso, frente al gobierno del presidente Nicolás Maduro- no han hecho más que hundirse en términos de dependencia supina -muy payasesca- de los lineamientos, el financiamiento y las maniobras contra la economía y la paz de Venezuela, por parte de la derecha estadounidense radicalizada durante la era Trump, y del sanguinario uribismo colombiano junto a los otros gobiernos oligarcas que hicieron fuerza desde el extinto "Grupo de Lima". Estos tampoco tienen moral ni derecho histórico a gobernar Venezuela. No hay vuelta, son cómplices activos de la destrucción nacional.

Hacia 2024, Venezuela tiene una nueva -inédita- oportunidad de labrarse un camino de reencuentro y unidad nacional, que no puede estar determinado por los cómplices de la destrucción nacional. No hay vuelta, sin dudas.

El peor de nuestros problemas está en el orden ético y moral. Pragmáticos, codiciosos, autoritarios y ladrones creen que este planteamiento es una babiecada, que estamos irremediablemente asidos por este mar de corrupción institucional, partidista, empresarial, militar, policial y judicial, que ciertamente se desbordó cual tsunami desde 1999 sobre un fondo de resquebrajamiento en ese ámbito acumulado desde siempre, pero especialmente desde 1974 con artimañas de todo tipo, haciendo de la política timo y deslealtad, y de la función pública un negocio muy mezquino y hamponil a beneficio de testaferros y grupos de intereses bastardos.

La regeneración política, institucional, económica y social de Venezuela es precondición para cualquier compromiso útil de transformación democrática y desarrollo armónico de la nación. Nada la sustituye. No hay vuelta, sin dudas.

De pie, el compromiso es con la patria, la gente y la libertad. El autoritarismo y el dolo siempre han victimizado la salud republicana, los derechos de nuestro pueblo y las fortalezas estratégicas de Venezuela, hoy desvencijadas. 

Estos son temas para discutir en unión nacional. Necesario es un compromiso de ruptura y superación, frente al fracaso de corruptos, autoritaristas y vendepatrias, que han tensado irracionalmente al país con la pretendida dicotomía neoliberaismo-estatismo, ambos extremos fracasados. 

La política se piensa, se discute, se escribe, se organiza desde el corazón del pueblo, en el debate abierto y plural de contenidos. Este reto histórico no es cuestión de un "hombre" o un "partido": uno de nuestros dramas es la visión individualista de la historia, afincada en la percepción providencial del liderazgo nacional. Esa perturbación histórica fue bien diagnosticada durante los años ochenta y noventa por la sociedad venezolana, pero reforzada perversamente por los constituyentes de 1999, que inocularon un grado absurdo de presidencialismo en la Constitución vigente.

Urge revertir este sesgo autocrático constitucional mediante un sensato proceso de reforma que preserve los valores históricos, sociales y participativos de la Carta Magna, que ciertamente contiene el acumulado democrático, social y patriótico de Venezuela desde 1811, y especialmente lo avanzado a partir de 1936 hasta 1961. Limitar los poderes presidenciales y ampliar las facultades de investigación y control del Poder Legislativo Nacional, reforzaría las previsiones democráticas y progresistas de la Constitución, así como el desarrollo económico y social de la nación en términos de una economía mixta de mercado motorizada por la interacción virtuosa de lo público, lo privado y lo asociativo de trabajadores y trabajadoras, afianzados en los avances determinantes de la ciencia y las tecnologías que catalizan la nueva economía planetaria hacia planos insospechados hace unos años.

Lo que menos necesitamos es más de lo mismo. Insistir en el desiderátum de los cómplices de la destrucción nacional, es hundirnos más en la tragedia histórica que nos han impuesto.

La izquierda contemporánea puede ser la opción catalizadora de los cambios necesarios hacia 2024, si quienes en ella militamos somos capaces de romper con la diabólica trampa de la puja neoliberalismo-autoritarismo, que nos han impuesto. Estamos a tiempo, no hay vuelta ni dudas.


Manuel Isidro Molina

manuelisidro@gmail.com 





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