Estamos en el umbral de una nueva crisis económica, aunque no sabemos aún dónde emergerá exactamente. La industria financiera sigue trabajando para pocos a coste del resto de nosotros, opina Bob Ivry, reportero financiero de 'Bloomberg'.
Una crisis financiera "es algo que sucede cada cinco o siete años". Con esta cita de Jamie Dimon, presidente de la Junta Administrativa y director ejecutivo de JPMorgan Chase, Ivry empieza su libro 'The Seven Sins of Wall Street' ('Los siete pecados de Wall Street'). Ya han pasado seis años desde 2008 y lo único que ha cambiado durante este período es que los 'bancos demasiado grandes para quebrar' aumentaron su tamaño y su poder aún más. Como resultado, sus estructuras corporativas en expansión y controles inadecuados de riesgo les han convertido en algo prácticamente inmanejable, opina Ivry.
El credo de la industria financiera es obtener ganancias rápidas, haciendo caso omiso de las regulaciones o la vida de la gente común. "En cualquier institución grande siempre hay ciertas 'manzanas podridas' que están dispuestas a sobrepasar los límites. Y si creen que no van a haber grandes consecuencias para ellos, van a seguir haciéndolo", comentó a mediados de este marzo el jefe del Departamento de Servicios Financieros de Nueva York, Ben Lawsky, al portal de noticias 'BuzzFeed'. La impunidad de Wall Street por sus fechorías anteriores es una de las premisas del acercamiento de una nueva crisis, insiste el columnista de 'AlterNet' David Dayen.
Desde su punto de vista, los mayores riesgos se esconden tradicionalmente en el mercado hipotecario. Los últimos esquemas de dinero fácil, con empresas de capital privado que compran propiedades embargadas y las dan en alquiler, para vender luego los bonos respaldados por los flujos de ingresos del alquiler (que se parecen sospechosamente a los bonos respaldados por los pagos de la hipoteca que fueron una de las causas inmediatas de la crisis de 2008), tienen un gran potencial para 'volar por los aires'.
Pero no es solo eso. Según Dayen, hay un amenazante factor de carácter general. Los bancos han reducido su participación en numerosas actividades bancarias convencionales y dejaron modalidades como los préstamos a empresas pequeñas al sistema bancario en la sombra, entre fondos de cobertura y empresas de capital privado. Entidades de este tipo han aumentado su cartera global en un 60% en los últimos cinco años, atracándose con préstamos de alto riesgo a las empresas que no podían acceder a otra forma de crédito tradicional. Se trata de préstamos apalancados no tradicionales concedidos a las empresas que terminan con grandes cantidades de deuda, tienen menos protección para los prestamistas y mucho más riesgo.
Los prestamistas suelen vender estos créditos en los mercados de capitales, donde años de tasas de interés muy bajas han alentado a los inversores a buscar cualquier transacción que les dé un poco más de dinero. Así, se registró un 'boom' de los bonos basura, inversiones especulativas en empresas arriesgadas que devuelven una alta recompensa. Al igual que con las hipotecas de alto riesgo, estos bonos basura cuentan con aseguramiento de mala calidad, con un dinero entregado a las empresas que en teoría no deberían conseguir inyección alguna de dinero. Desde 2009, el mercado de bonos basura se ha duplicado y llegó a casi 2 billones de dólares. Si las pérdidas se acumulan y algunos de los bancos más grandes en la sombra se ven impactados, puede haber una reacción en cadena ya que siguen estando interconectados a la industria de la banca tradicional, concluye Dayen.
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