EL HOSPITAL COMO MONUMENTO
Y MITO EN LA CIUDAD
Humbert E. Urdaneta F.
Médico Cirujano
Magister en Salud Pública
Candidato a Doctor en Investigación y Desarrollo
humberturdaneta@gmail.com
De cuando no había médicos: los inicios de la terapéutica clínica.
Desde la prehistoria, la salud
ha sido una de las prioridades en la especie del homo sapiens. El instinto
natural de los humanos por aliviar el dolor, por encontrar salida a los
problemas que afectan al cuerpo como un todo integrado en un súper-sistema complejo
de células corruptibles, que estando afectadas negativamente, privan la
libertad de movimiento, por ejemplo, o salpican de inestabilidad el quehacer
diario en un individuo y hasta de su colectivo inmediato, como puede ser la
presencia de los virus de morbilidad contagiosa que son transmitidos vía aérea,
iniciando en una persona y termina afectando el grupo. El hombre busca la
salida de la enfermedad del cuerpo, encuentra formulas diversas para su
sanación, aunque no logre su determinación, es decir, hallar la causa
originaria del mal, el humano mantiene un proceso constante de búsqueda del
equilibrio para el bienestar físico en primera instancia, de armonía mental en
segunda instancia y de flujo adecuado de interrelación pública saludable, en
último lugar. Se trata de un movimiento instintivo en la especie, aquello que
sea necesario para el alivio de cualquier afectación que discapacite, aun en su
forma menos acabada. Por ejemplo, comprobamos como un niño llora ante el golpe fortuito
y contundente y, de manera natural, su instinto lo lleva a dirigir su mano hacia
la parte afectada para acariciar la zona dolorida, o se niega a que se le toque
donde hay daño por miedo a un mayor perjuicio, pues conoce el efecto terebrante
de la noxa y trata de aliviarlo por las vías que su naturaleza condicionada le
brinda para encontrar respuestas que satisfagan su paz, en uso inconsciente del
código genético construido por todos los milenios de evolución.
Allí la raíz de la medicina, allá
la esencia de la práctica solitaria o pública de todo lo que alivie y
puntualice la salud. Los humanos nos forjamos tal cual somos, debido al
resultado obtenido en la experiencia diaria, siendo esta una espiral permanente
de ensayo y error, de fracasos, éxitos y colección de superaciones en la
memoria personal y colectiva. El proceso a continuación para elaborar esquemas
terapéuticos, es el elemento consciente el cual se define por la maestría, por
la satisfacción en la respuesta de alteración favorable inducida en el curso
natural de la enfermedad. Toda aquella acción que de paz al cuerpo, que
disminuya el agobio, es una respuesta adecuada a ser perpetuada en la práctica
simple y prístina del ejercicio de la sanación, convertida en verdad, sin
ambages sofisticados ni retorcidas fórmulas de esquicio. La exploración
incesante de la verdad en el cuerpo, en la cotidianidad, en la selva intrincada
de los fenómenos celulares, sistémicos, de humores, vapores, olores, texturas,
colores, sales y vericuetos de la economía humana, esas cosas que luego
aprendemos en la investigación para el conocimiento científico, esas que no
existieron por más de 180 mil años de evolución homínida, esas paulatinas
apariciones del apego académico, no se usaron para aliviar en aquellas cuevas,
clanes, poblados y sociedades más o menos bien constituidas y que señalaron el
camino a la ciudad. Solo el hombre y la respuesta eficiente para detener o
aminorar el sufrimiento. Tan simple como complejo, el sanador sanado en la maña
comprobada como buena, dada las circunstancias.
La Enfermedad: equilibrio en el desequilibrio.
La enfermedad es tan antigua
como la vida del hombre, le es propia, constituye el ciclo de la existencia,
nacer, envejecer, morir y en ese tránsito, enfermar. Y la búsqueda incesante
del alivio a las dolencias también se hace antiguo, desde el amanecer del
hombre. En la peleopatología, se sabe que en los fósiles descubiertos, los
humanos ya teníamos enfermedades, accidentes, tumores, infecciones,
degeneraciones varias. No hay razones para pensar que la vida en armonía con el
medio ambiente evite la enfermedad o la muerte. Esto es lo común en la
existencia de todo animal que incluye al hombre y hasta de las plantas en
general. Aunque hay organismos unicelulares que no envejecen ni mueren de forma
natural. Las cosas en el mundo nos enseñan que este discurso de la vida, es la maravilla
de la evolución biológica, siendo las acciones humanas conscientes de
superación del ciclo, una parte de lo que marca la distinción sobre el resto de
los seres vivos. Tal vez lo mejor de nosotros, como especie, es la capacidad de
comunicarnos, de transmitir enseñanza, de crear medios para perpetuar el
conocimiento útil al individuo y al colectivo.
La enfermedad, en una visión
innovadora, es parte del proceso de vida, es la relación entre las células para
formar un sistema altamente complejo que tiene como salida una forma biológica
organizada, y el desequilibrio de esta complejidad, en tanto la identificamos
como enfermedad, es lo que perfecciona el sistema, que lo hace fuerte, lo
somete al proceso de recuperación, aquello que nos designa como especie hecha
victoria. Equilibrio lo conforma la contradicción de salud enfermedad. Son dos
aspectos de la misma moneda. El evento de salud y enfermedad son parte de ese
proceso continuo, constante, permanente de vida como parte de la muerte, de la
muerte como parte de la vida, de la salud en la enfermedad para ser en
posterior la enfermedad convertida en salud. Cada día nos morimos un poco, hay
células que se destruyen y el organismo usa lo que sirve de ellas y construye
otras células renovadas, jóvenes, eficientes para continuar el ciclo de
enfermedad-salud-enfermedad o de otra manera, salud-enfermedad-salud. El ciclo
es continuo, inquebrantable, solo interrumpido porque las herramientas biológicas
señalan el cese de los bastimentos necesarios para continuarlo. La evolución
nos destinó a la finitud, en la complejidad de lo que somos, en la grandeza
fisicalista y desnaturalizada de la muerte, hay paso incluso allí, a nuevas
formas de enfrentar la vida.
Pero el hombre solo ve lo
práctico, lo que la naturaleza le señala y que no necesita hacer investigación
científica, ni filosofía. El hombre aprende de manera lógica elemental a
separar la enfermedad de la salud. Identifica tales eventos como dos fenómenos
diferentes y dicotómicos. Dos manifestaciones irreconciliables y
contradictorias, en una forma manifiesta del ser humano como un todo, pero
separado en sus componentes. Allí la concepción separada del cuerpo, con la
idea terminal de que cada cosa tiene su propio asiento, donde no se concibe lo
especial del súper cúmulo de células altamente especializadas en una
determinada área las cuales todas trabajan en la misma dirección: mantener el
cuerpo en condiciones óptimas en medio del proceso de salud enfermedad, de vida
y muerte.
El Conocimiento: del empirismo benéfico a la investigación metódica.
Así, en los primeros cinco mil
años de nuestra civilización, localizamos manuscritos diversos sobre como
sanar, con esoterismo, que abordaba el espacio mental del enfermo; con la
práctica arbolaria, que utilizaba drogas para el alivio del dolor o la fiebre;
con los cataplasmas, que disminuían el dolor de los golpes; con las sangrías,
que aliviaban la tensión alta o las fiebres vespertinas típicas del paludismo;
con las agujas, que regalaban bloqueos en los nervios o tal vez disparaban
endorfinas para aumentar el estado de bienestar. Todo se escribió, se dejó
constancia, se enseñó de generación en generación, se perfecciono, se adelantó,
se volvió exclusivo de un grupo reducido que no temía a las pústulas, a las
quemadura, a la sangre, a los vermes, ni a los momentos de perdida de la
lucidez cual posesión maligna; se volvió un grupo pequeño quienes tenían
voluntad para una trepanación de cráneo o para ejecutar la muerte piadosa
golpeando la nuca en el punto justo y preciso donde se une el cráneo con la
columna. Eran valientes, arriesgados, emprendedores, innovadores, curiosos,
científicos primordiales, eran los premédicos y luego los protomédicos que dieron
forma a lo que hoy es la medicina…y la química tal vez. Esos sanadores, eran
personas fuera del común, revestido con un halo de sabiduría, de bien, de
respeto y consideración colectiva. Representaban la esperanza de vida en la
enfermedad y la muerte. Era de esperarse que pudieran, en su condición humana,
servirse de esta prepotente idea de superioridad para causar sentimientos
vinculados al lado desconocido de la muerte. No es cualquier cosa rescatar a un
moribundo a los ojos de quienes lo testifican. El Libro de los Muertos egipcio,
transcribe con precisión lo que hay que hacer para curar enfermedades o
preservar cuerpos. Era un tesoro el cual podía ser poseído por unos pocos
privilegiados.
La muerte, la finitud, no era
parte de las preocupaciones domesticas en los primeros tiempos de la especie,
pues conformaba el presente continuo, la resulta del nacimiento, el curso
natural de las cosas humanas. Suponemos que la muerte acaecía dramáticamente
por el encuentro con fieras, por hambrunas, por acontecimientos naturales
catastróficos en su momento, tal vez por oposición de intereses entre clanes.
El episodio final estaba presente en la juventud del individuo. Se estima que
el hombre antes de la civilidad pudiera haber vivido un promedio de 18 años a lo
sumo, aunque hubo personas de mayor edad, pero no era lo habitual. En este
punto, el sujeto es fuerte, diestro, activo, impulsivo, con gran capacidad
reproductiva. Siendo entonces que la enfermedad seguramente estaba vinculada a
eventos del tipo de los accidentes o a los enfrentamientos con animales u otros
seres humanos. En esos tiempos remotos, el sanador pudiera haber sido algo
parecido a lo que hoy correspondería a la práctica del traumatólogo, guardando
las distancias.
En principio, era la reconstitución
de la salud un evento íntimo, personal, un acto entre el sanador y el enfermo
con su círculo cercano inmediato como coparticipes. La salud era definida como
un bien personal, como un asunto del ser como unidad, como propiedad
profundamente original. Necesario es hacer la distinción de manifestaciones
defensivas del cuerpo que contribuían a la curación, como la tos para expulsar
mucosidades o cuerpos extraños, el vómito para expulsar algún tipo de patógeno
estomacal, la diarrea para curar un parasitismo o infección intestinal, la
fiebre para disminuir el germen que ataca el sistema y que estimula las
defensas inmunológicas, el dolor para advertir de una potencial injuria, la
inflamación, la ansiedad, el estrés para defendernos de un posible peligro. Esta
salud, se reconocía que podía ser afectada por factores externos, inicialmente,
con la explicación simplistas de poderes extranjeros al hombre, ubicados en la
psiquis como más allá del cuerpo, los cuales tenían influencia como potencias
conscientes, volitivas, que castigaban o premiaban, según fuera el caso. Pero
en esencia, se conocía de la relación del individuo con su entorno y de la
influencia de este sobre el cuerpo y la mente. Este evento es significativo
pues conforma el conjunto de normas que daban explicación a la salud como
fuente personal de buena vida en relación indiscutible con el medio ambiente,
fuere cual fuese su explicación.
El hombre ya no estaba solo en
su cotidianidad, había elementos que lo modificaban. La salud, ya no era
personal aunque su abordaje seguía siendo reservada a una relación
infinitamente cercana entre el sanador y el enfermo. Esto mismo hacia que la
potencia de la salud residiese fuera del cuerpo, residenciada en la práctica
del sanador y en la colaboración comprometida del enfermo. Especie de relación
inacabable del ser y alguna potencia extracorpórea de dominio exclusivo del
sanador. En este momento, hacen acto de presencia los ritos de sanación, la
colectivización del bien, el combate a la condición perpetua y batalladora del
mal, quien al final, siempre ganaba la guerra, pues la muerte se sentía
pavorosamente real, la perdida de la individualidad. El humano se hacía
consciente de sí mismo y de su papel en la comunidad y la historia. El rito de
sanación era un clamor público sobre la aspiración atávica de vivir ante la
impotencia para vencer la degeneración celular, padecimiento y expiración.
El Sanador
Ya paso la etapa donde el hombre
se enfrentaba solo al sostenimiento de la salud, ahora estaba el sanador
acompañándolo, siendo que este peleaba contra la enfermedad y la muerte, que lo
afectaba al mismo en algún momento de su existencia; el sanador tenía por
obligación trasmitir su conocimiento a quienes encontraba como aprendices o en
otros casos, a quienes se apoderaban de cualquier manera de lo que por ensayo y
error se hacía de buena aplicación en la recuperación de la salud. Ya Esculapio
en su juramento, de unos 3 mil años de antigüedad, obligaba a quienes lo prometían
como orientación moral en su conducta, a tener consideraciones especiales con
quienes disfrutaban de las condiciones exigidas para el ejercicio del acto
exclusivo de sanación. La práctica de la sanación, se volvía necesaria para las
sociedades en formación, se hacía de importancia ineludible, aunque en muchas
de esas sociedades, quienes fueron adquiriendo el nombre de médicos, se les
consideraba ciudadanos de segunda categoría, aunque eran usados por todos
quienes lo requerían.
Se colectiviza el conocimiento
para el mantenimiento de la salud y el enfrentamiento de la enfermedad y la
muerte.
Las escuelas de medicina se
instalaron en condiciones altamente mediatizadas por el dogma religioso. Es
conocida la condición estricta de la iglesia católica en el mundo occidental,
de no profanar el cuerpo humano, ni en consideración a la enseñanza. Galeno,
asumido por la iglesia católica como autor de los escritos médicos autorizados,
describía el hígado humano con tres lóbulos cuando en la práctica se comprobaba
que tenía dos lóbulos. Esto se explica porque Galeno hizo disección de un perro
para explicar la anatomía humana. La única forma de poder examinar el cuerpo,
era en el examen físico de cadáveres despedazados en batallas, muchas por
cierto y estos exámenes debían hacerse de manera soterrada, rápida y con miedo
al castigo divino, ni decir a la condena de la iglesia católica.
El Mito
Se evolucionaba hacia el
conocimiento fresco del cuerpo humano, se enrumbaba la medicina como ciencia
estructurada, aunque empírica. El lado aprovechable de las guerras estaba en
estricto relacionada con la medicina y su práctica. Es aquí donde se inicia los
sitios de concentración de enfermos lo cual da pie a los hospitales tema
principal de nuestro escrito. Por cierto, sitios de concentración de enfermos,
pues para nadie era un secreto que en tales lugares rondaba la muerte con la
cotidianidad que la enseñorea entre los mortales sometidos a la potencia
extraña del médico y del medio ambiente, que decir de las creencias religiosas.
La muerte se hacía cotidiana pues había dos lados del problema para el enfermo:
una parte relacionada con la experimentación en humanos de las técnicas y
artificios para cortar la historia natural de la enfermedad y por el otro lado
estaba el sin fin de afectaciones pútridas que diezmaban penosos organismos. La
muerte se convirtió en el símbolo de los hospicios, preámbulo de los
hospitales. El resultado era evidente: los enfermos se reusaban asistir a tales
sitios y el medico era el recurso final de quien estaba en padecimiento de
muerte.
Strauss señala que todo mito es
una historia relatada.
Así se creó mitos sobre los
hospicios, historias fantásticas dramatizadas relativas a la parca, el sufrimiento
y la miseria humana. Historias que impregnaban la psiquis de terror, de seguras
sospechas, de irracionalidad, pero también de una suerte de visión inacabada de
la salud como premio. La magia ya no tenía cabida en los sitios donde se
experimentaba, donde se pretendía hacer ciencia, la magia se convertía en la
expresión de los deseos de las personas para obtener dudosos resultados, fuera
de los centros de reclusión de los mórbidos, tantas veces terminales. La magia
se quedó fuera de los hospicios, para el vulgo, para las personas mediatizadas
por la creencia de una potencia extranjera al hombre, omnipresente, suprema,
que definía la historia personal y colectiva. El mito bien estimado de los
hospicios como centros de enfermedad y muerte y la magia como deseos inacabados
a viva voz por la salud y el bienestar pobremente logrados. Pero había razón en
no ir a los hospicios para enfermos pues el predominio de las infecciones
contagiosas, la condición de ser personas gravemente afectadas, el lugar de
múltiples horrores y deformaciones corporales provocadas por la lepra, el
cáncer, la diabetes, la gangrena, la ascitis por insuficiencia hepática, los
gritos de desesperación, las sangrías de los practicantes hacia los
hospicianos, los baños con agua caliente o fría, las aplicaciones de alambres
candentes a través de la uretra, las expresiones de locura de la sífilis, las
amputaciones en 30 segundos, por ejemplo, hacían un panorama nada acogedor en
tales lugares de acogida al enfermo y por qué no, en tales lugares de
experimentación humana.
Los relatos de acontecimientos
increíbles como el de enfermos que bebían sangre, las creencias en demonios
posesionados de pobres almas llenas de pecado, la presencia de entidades
fantasmales que recorrían los pasillos llevándose almas moribundas, las
creencias en las múltiples y frenéticas manifestaciones infernales, el miedo al
castigo en el sitio de los desamparados; todo esto, reflejaban el nacimiento de
una cultura que no favorecía la ida espontanea de los enfermos a tales lugares.
En este punto, el mito se caracteriza por los relato de hechos maravillosos, relativos
a personas sobre-naturales (más allá de lo cotidiano), tanto en referencia a
los enfermos como de quienes los cuidaban o asistían. El mito esta basado en
historias verdaderas exageradas y tergiversadas, en un incesante relato oral
lleno de creencias insustanciales unas y verídicas otras, pero que en todo caso,
representan la esperanza del humano por la recuperación de una vida sana al
menos. Se convertía el mito en una enseñanza, en un punto de referencia que se embutía
en la construcción de la cultura, como contradicción ente la salud-enfermedad,
que es decir la contradicción entre la vida-muerte. Ahora la divinidad y la humanidad
se encontraban frente a frente, las cuales serían vencidas por la ciencia
innovadora y el desarrollo tecnológico.
La Medicina
No es sino hasta principios de
la modernidad cuando se inicia la concepción social de la práctica colectiva de
la sanación y es el inicio de la medicina propiamente dicha, entendiendo esta
como la práctica racional científica, metódica, concienzuda del acto de
prevenir y curar enfermedades. Es decir, se supera la condición natural de
saber meramente empírico y el sistema de creencias religiosas como expresiones
cotidianas de quienes sanaban. Es Sánchez González (2012:74) quien expresa la
conceptualización de la medicina con racionalidad científica, de manera contundente:
“…intenta
prescindir sistemáticamente de lo mágico religioso. Y se caracteriza por:
·
Atender el
“qué” y al “por qué”: Es decir, prestar atención a que son las cosas y que
prioridades tienen en sí mismas. Y cuales son las leyes naturales que explican
por qué determinadas causas producen determinados efectos.
·
Encontrar leyes y explicaciones universales:
Elabora conceptos abstractos que pueden generalizarse a todas las situaciones.
Y así, puede predecir con precisión ciertos acontecimientos objetivos.
·
Incrementar
y perfeccionar ilimitadamente por medio de un método: Los descubrimientos científicos tienen que seguir
determinados pasos y someterse a ciertas condiciones estrictas”
La medicina descubre la
realidad, como una fuerza y poder independiente de sí misma. La realidad se
comporta con patrones regulares autónomos de nuestros deseos. Así pues los
primeros médicos descubren el signo soberano de la realidad y ajustan el escenario
a los deseos de transformación del mismo a través de medios científicos. Los
médicos no encuentran sentido en el azar y buscan el sentido en las leyes que
descubren inexorables y ciegas en sus consecuencias tantas veces desbastadoras
para la vida. En ese descubrir y filosofar la ciencia médica, la sociedad
avanza en su complejidad.
La Sociedad
En la medida de la sociedad, en
cuanto y en tanto hay asentamiento, cooperación para superar problemas
colectivos, trabajo para desarrollar el grupo y luego, la comuna y más allá, la
sociedad compleja, en esa medida, va cambiando la práctica médica relacionada
fuertemente con la concepción científica positivista. La medicina se va
haciendo académica, se imponen criterios de veracidad, se estiman como buenos
el cuestionamiento crítico, la duda razonable, el método de escrutinio de la
enfermedad, de la muerte e inmediatamente, el de la salud como prevención de
patologías. Se especializa, se difunde, se fragmenta sin dejar de ser parte del
todo. Se abandona por completo la supeditación religiosa. Se protege la
investigación para el conocimiento científico como norma. Y la sociedad impulsa
con facilidad evidente e interesada el avance médico. En este ambiente
académico científico, era natural que nacieran los hospitales, como centros de
aprendizaje, experimentación y cuidados metódicos a los enfermos. Apenas
tenemos un siglo con la presencia de hospitales y no como los conocemos hoy. El
hospital nace con la sociedad avanzada y se desarrolla con la ciudad.
Durante el renacimiento, la
sociedad construye instituciones estatales que inician la obligada función de
hacerse cargo de la beneficencia pública. Era una sociedad que asumía el papel
de protectora de los desposeídos. Las autoridades pretendían eliminar la
mendicidad, organizar los recursos administrados por el Estado y controlar las
instituciones. El cuidado de los pobres se ocupaba como responsabilidad de la
ciudad dejando de ser un acto religioso eclesiástico.
La Ciudad
La ciudad evoluciona para ser
una representación social más o menos certera de los intereses de la misma.,
Freman y colaboradores, (1998:11) exponen que el humano en su afán de mejora:
“…se
empeña en garantizar para sí y su comunidad un estado de bienestar que estimule
el desarrollo de todas sus potencias. Y es que la extensión del cuerpo no se
constriñe a la epidermis de cada cual, sino que se amplia y adquiere su
verdadera dimensión en la suma de todos los intereses de la sociedad. Por
tanto, los cuidados que se procuren al organismo social en el nivel
institucional tendrán su reflejo en la atención individual”.
Con la población urbana viene la
ciudad, que es parte de fundamento del proceso de civilización. La ciudad
también es cultura, pero una cultura que puede parcelarse, que no pertenece a
un todo monolítico, es una cultura que está cerrada a los efectos de la salud,
que debe transigir entre lo público y lo privado. Entre lo íntimo y lo
familiar, entre el pueblo y la ciudad que se resiste en la subjetividad social.
Pero la cultura es así en este ámbito tan propio como lo es el don de la salud,
porque la cultura es general, es plural, es colectiva. La salud, en lo social,
pues, se convierte en un proceso de trabajo que le da la arquitectura a la
ciudad, que hace de lo social, un trabajo en sí mismo, una modificación en sí
misma, permanente, perpetua, pero a pasos pequeños, a veces imperceptibles, a
veces agigantados, en el menor de los casos.
La ciudad se hace instituciones,
se hace servicios de salud, educación, vigilancia, castigo. La ciudad se modela
a sí misma y quienes obedecen al pujo social, los líderes administradores de la
ciudad, la fragmenta para su mejor control y eficiencia. La ciudad comienza a
dar prioridad a sus espacios en desarrollo dependiendo de sus ventajas
comparativas. Se hace un sistema completo de ciudades y de experiencias
compartidas. De saber que es mejor para el colectivo en materia de salud, si
funciona o no la salud abordada desde lo individual o desde lo colectivo, por
ejemplo. En un cambio basado en el conocimiento de lo que más y mejor produce
cada ciudad. Y el hospital se perfila como valor de uso innegable a los efectos
de satisfacción comunitaria, a pesar de su limitado desarrollo y su egida
eclesiástica.
Al final, la ciudad transgrede
el campo, lo domina, lo hace obsoleto, le quita el privilegio de señorío del
hombre sobre la tierra. Se entiende el hombre como libre en la ciudad y en el
campo, como servidumbre. La cultura como subjetividad, se construye con la realidad
del hecho de la salud como bienestar al que se puede tener acceso, al que la
ciudad debe privilegiar pues se trata de la vida misma.
Los hospitales son producto de
la ciudad, son sus hijos por necesidad social en su puja histórica.
El Hospital
Un hospital no es solamente un
edifico, una estructura con determinada tendencia estética, de arquitectura
novedosa o pintura que combine y sea agradable al visitante. Un hospital es el
resultado de un largo proceso de evolución social y científica que ha creado su
estructura organizacional, sus funciones probadas en el conocimiento del
entorno, perfeccionado los objetivos para alcanzar y las formas de sociabilidad
al enfermo. El hospital pasa de ser una organización deficiente de moribundos
signada por una carga religiosa suprema a ser un centro académico científico
técnico de alto nivel con resultados sorprendentes en el rescate de la vida y
el enfrentamiento de la muerte
Los médicos aumentaron
significativamente su participación en los hospitales, los cuales iniciaron
como pequeñas organizaciones las cuales, bajo el cuidado de la ciudad, aun no
se permitía todo tipo de personas, evitando la entrada a quienes la cultura
consideraba personas deshonrosas. Incluso, el funcionamiento de los hospitales
seguía el régimen de la vida religiosa. Se ritualizaba la vida cotidiana,
imitando la clausura, estableciendo un horario riguroso y una jerarquía
indiscutible. En nuestras instituciones contemporáneas, aun podemos conseguir
rastros seguros de tal esquema de funcionamiento.
Los hospitales cambiaron su
arquitectura por orden de la ciudad, basada en conocimientos reales que
incluían iluminación suficiente, baños internos altamente higienizados,
orientación para disponer de gran cantidad de aireación de la estructura,
dejando a un lado la forma de iglesia característica, había patio central
ornamental con cúpula para la entrada del sol y en las épocas de frio se podía
disponer del cierre de ventanas. Se hicieron de una sola planta y disponía de
separación de hombres y mujeres con áreas para cada situación de enfermedad, a
saber: área para la cirugía, área para la parturienta, área para los niños y
área para las enfermedades en general del adulto. En general, los hospitales
adquirieron formas de cruz cuando eran países dominados por la iglesia católica
y cuando eran países dominados por las ideas protestantes, tenían formas de
letras. A los hospitales, a mediados del siglo XVIII se le agregan salas para
impartir clases a los médicos en formación y se procura la especialización de
los mismos. Se inicia la medicalización de la salud.
El resultado de tales avances
científicos, repercutió en favor de la sociedad, pues los índices de
morbimortalidad disminuyeron y la sociedad comienza a tener confianza en tales
instituciones hospitalarias. En la medida de la participación del periodo de la
Ilustración, los hospitales se fueron multiplicando, comenzando a ser regidos
por criterios médicos antes por los de la mano religiosa que los mantenía
dentro de las fronteras de lo eclesiástico. Sin embargo, aquellas salas que
atendían pacientes con procesos infecciosos, tenían una mortalidad elevadísima.
La historia señala como los médicos dedicados a la cirugía, se colocaban traje
de levita para operar, secándose las manos en la levita la cual no se debía
limpiar pues mientras mayor cantidad de sangre y pus tenia, mas diestro se
reconocía al médico propietario de la misma. Así que las infecciones producían
muertes que no podían ser controladas pues no se conocían la bacteria ni el
virus y no se intuía la posibilidad que un agente transmisor patógeno estaba
causando tales estragos de la mano de los mismos médicos. La tendencia fue
entonces crear hospitales pequeños que abordaran las enfermedades según el
destino que la ciudad, bajo recomendación médica, les daba. Los hospitales en
ese momento eran pequeños y dedicados a pocas patologías relacionadas.
Los enfermos mentales no eran
considerados dentro de los pacientes tratados en los hospitales por lo que se
atendían en un lugar aparte.
Iniciando la segunda mitad del
siglo XIX los hospitales ya están siendo regencia permanente por los médicos, logrando
asistencia a los enfermos agudos más que a los crónicos; la docencia de médicos
y cirujanos los cuales eran considerados dos formaciones diferentes y la
investigación para establecer la correlación clínico patológica al poderse
monitorear a los pacientes por la reclusión que necesitaran. Los hospitales se
convierten en centros donde hay condiciones inmejorables a los efectos de
realizar estudios basados en la realidad y el método científico.
En este ambiente, se hacen descubrimientos
de importancia magistral, pues se descubren las bacterias, los antisépticos,
las medidas de protección personal y del enfermo, se especializan los médicos,
se investiga el cuerpo humano sin limitantes religiosas, se logran éxitos sin
precedentes en la recuperación de la salud y el combate a la muerte. La
sociedad empieza a tener confianza en los hospitales y en este momento, los
hospitales comienzan a ser para todas las clases sociales, ya no solo para los desposeídos.
De hecho, se inicia la ampliación de la estructura de los mismos y se tienen
cuartos privados. Otro punto importante, pero que no es nuestro objetivo en
este escrito, es el papel de las enfermeras como auxiliares médicos, el cual ha
sido crucial en el desarrollo del hospital moderno.
El avance vertiginoso del
conocimiento científico y la multiplicidad de los instrumentos de diagnóstico y
terapéutica, han transformado el hospital en escenario supremo de la
biomedicina, en ciudadela de la transhumanidad.
El hospital como Monumento
El hospital es un monumento pues
es un lugar donde hay encuentro de personas para el desarrollo determinado de
actividades de salud que satisfacen al colectivo y al individuo; en el hospital
es donde se realizan formalidades que dependen del tipo de necesidades de la
ciudad, en el orden de la salud preventiva o curativa; el hospital contiene recuerdos
colectivos y/o individuales en una infraestructura acorde con la naturaleza del
mismo. Tiene su propia historia, sirve a la sociedad, en un sitio de reflexión
filosófica y científica donde se permiten la expresión de ideología-creencias
que no repercuten en su desempeño civil. Es un lugar de atracción-repulsión, de
respeto, donde la ciudad se mueve entre el valor-miedo, donde se va para no
quedarse más que lo necesario, que representa la huida y la vuelta al mismo
cada vez que la salud lo requiera. El hospital es un sitio de confort -
disconfort, de referencia de lo que está más allá del ser pero que puede ser
alcanzable. El hospital es un símbolo de la ciencia, tecnología, desarrollo e
innovación.
A Manera de Conclusiones.
El hospital es producto de la
inevitabilidad histórica y científica, es el final de la carrera por el
bienestar, que al parecer pudiera rondar por los 150 mil años del presente
continuo del homo sapiens. Es el corolario de la salud entendida como el
correcto equilibrio biopsicosocial, a pesar que aun predomina la medicalización
curativa antes que la prevención sanitaria. Es un sitio de referencia social,
pues todos en algún momento de nuestras vidas hemos debido visitarlo, bien
porque nacimos en él, bien porque nuestra muerte es en el hospital, porque nos
enfermamos, porque visitamos a un ser querido o porque simplemente pasamos a su
lado y hasta evitamos mirarlo, pensando inconscientemente en una fortuita
visita al mismo. El hospital es una narrativa de eventos casi mágicos,
mitológicos en el estricto de la palabra. El hospital es un monumento a la
salud, a la vida… y tal vez a la muerte.
Al final, el hospital se
convierte en un sitio obligado de la ciudad, de sus habitantes.
Y de la urbe por nacer, el
hospital, es la simiente.
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Currículo
Vitae resumido
HUMBERT ENRIQUE URDANETA FERNÁNDEZ
Médico
Cirujano 1988
Universidad del Zulia (LUZ)
Candidato a Doctor en Gestión de Investigación
y Desarrollo UCV
Doctorando en Gerencia UCV
Maestría en Gerencia de la Salud Pública
UNERG
Especialización en Salud Publica
UC
Especialización en Gobierno y
Política Pública UCV
Diplomado en Docencia
Universitaria
Diplomado en Neurogerencia
Diplomado en Neurociencia de la
Educación
Diplomado en Estrategias para el
Súper-Aprendizaje
Diplomado en Epidemiología de las
Enfermedades Metaxénicas
Diplomado en Antienvejecimiento y
Longevidad
Certificación en Clínicas de Programación
Neurolingüística
Certificación en Terapias Psicológicas
Ontoepisteme: la salud
para todos es un derecho universal gratuito bajo el impulso del paradigma
salugénico.
Propósito: 1.-
la gerencia de servicios de salud pública para la asistencia de las personas en
la prevención, protección y recuperación de la salud. 2.- el entendimiento de
la política de gobierno para la gobernabilidad sustentable. 3.- la comprensión
de la teoría de las decisiones desde la visión de la neurociencia cognitiva. 4.-
el rechazo de la enfermedad como bien económico a explotar. 5.- la docencia en
investigación para el conocimiento científico como acto natural salugénico
constante. 6.- los pobres como opción de fundamento.
Desempeño Laboral:
Gerente
de Servicios de Salud Pública, Hospitales, Ambulatorios y Clínicas.
Docencia
universitaria en las áreas de liderazgo, gerencia, filosofía de la ciencia e investigación
para el conocimiento científico.
Intereses: historia
de la ciencia, filosofía de la mente, transhumanismo y ciencia ficción.
Artículos
Académicos (algunos):
1.
Enseñanza aprendizaje del pensamiento
objetivo para la investigación y desarrollo.
2. Desde lo artificial en el humano hasta
la sustentabilidad de la investigación y desarrollo: una visión evolutiva.
3.
Aportes de la tecnología en la aplicación del
conocimiento científico médico y su relación con la política pública
gubernamental en Venezuela siglo XX
4. Nociones elementales de ética: de la bioética en el
espacio público.
5.
Sobre
las formas del pensamiento para explicar el tejido de la realidad.
6. Verdad y educación en el investigador: una
visión gnoseológica en la organicidad conductista.
7.
La hermenéutica desde la neurociencia: de
la interpretación en las funciones ejecutivas.
8. Reflexiones para comprender el liderazgo
y la gerencia.
9.
Antecedentes históricos de la escuela de relaciones
humanas en las organizaciones.
10. La docilidad dialógica del
comportamiento organizacional.
11. La organización desde la neurociencia
evolutiva.
12.
Neurogerencia:
el éxito en las instituciones desde la comprensión de sus miembros bajo una
visión praxeológica.
13. Riesgo en salud bajo un contexto de
incertidumbre
14.
Racionalidad en la
elaboración de la política pública y su relación con la formación de las elites
gubernamentales.
15. Decisiones de los médicos en el ambiente
hospitalario: una visión antropológica a la luz de la evolución.
16.
El hospital como monumento y mito en la
ciudad.
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