lunes, 11 de mayo de 2020

La danza de la autodestrucción



Vladimir Aguilar Castro
Universidad de Los Andes

“(…) Por desgracia, aunque las guerras sigan siendo un negocio improductivo en el siglo XXI, esto no nos da una garantía absoluta de paz. Jamás debemos subestimar la estupidez humana. Tanto en el plano personal como en el colectivo, los humanos son propensos a dedicarse a actividades autodestructivas (...)”.

El desfile de la locura. En 21 lecciones para el siglo XXI.
Yuval Noah Harari


Otra vez soplan vientos de guerra que se suman a la ya diaria calamidad de los apagones, falta de combustible, alimentos y, por si fuera poco, del COVID 19. Los extremos de la polarización realmente existente vuelven a poner las cartas de la violencia sobre la mesa. Y la confrontación todavía no trasciende porque es un conflicto de baja intensidad, pero de una muy alta intencionalidad.
Se trata del desfile de la locura, tanto de los que participan de manera directa como de los que se encargan de difundirlo, para que la opinión interesada le de crédito o no. Así estamos. Es un país que lamentablemente no ha trascendido luego de veinte años polarizado. ¿Qué nos condujo hasta aquí? Ese es el quid pro quo de lo que nos falta por descubrir. ¿Es parte de nuestra historia? ¿Es estructural? ¿Es cultural? ¿La condición democrática en Venezuela es en sí misma conspirativa?

Lo que padecemos es la lucha entre quienes se quieren perpetuar en el poder y quienes lo detentan. Ambos inventan formulismos jurídicos constituyendo ésta la forma más baja de hacer política. Lo peor de esta crisis histórica es que la propia comunidad internacional se hace parte interesada del problema. Agotados unos medios se apelan a otros. Como la llamada ofensiva “diplomática” no da resultados se pasa al siguiente escenario.

Es el contenido del escarceo: denuncia, lucha, confrontación y conflicto. Son los estadios de la danza de la guerra que nos acecha. Como si la historia no tuviera su retrato hablado en situaciones similares dentro y fuera del país. Como si las apuestas no fueran las mismas aquí y allá. Como si los centros de poder no necesitaran de ello para seguir siendo lo que son.

Ante tanto déficit político y democrático es muy complicado construir país. Tendrían todos, absolutamente todos (constituidos y constituyentes) que alejarse de sus pretensiones, irse de una buena vez, y darle paso a quienes impávidamente han asistido como meros espectadores a esta confrontación fratricida, desde hace tiempo atrás.

Por si fuera poco, todo se da en el contexto de la pandemia más voraz de los últimos tiempos. Ella ni siquiera ha podido incidir en una tregua en función de la nación, sino que, por el contrario, ha ido en aumento la escalada.


Sumado a lo anterior, aparecen de nuevo los caminantes del éxodo esta vez de retorno al país. Expulsados de los lugares a los cuales se habían ido en busca de mejores condiciones de vida, regresan como hijos pródigos. ¿Cómo se llama esto en la perspectiva del derecho internacional humanitario? ¿De qué manera responde la comunidad internacional y nacional de los países de los migrantes, refugiados y desplazados a la xenofobia?

La humanidad nunca dará por superado los retratos hablados de la historia mientras el modelo de producción y acumulación siga basado en la ley del valor, o en palabras de Yuval Noah Harari, mientras haya propiedad.

Confinados a una u otra frontera, las imágenes de los caminantes del éxodo chocan con las del pretendido “desembarco liberador”. Tan difícil es para los primeros y tan fácil para los segundos llegar a Venezuela.

Seguramente es parte de la llamada crisis humanitaria compleja con la que nos han definido desde los organismos internacionales y regionales. 

Frente a uno y otro drama, la autodestrucción pareciera ser el último eslabón de lo que aún nos falta por perder.

Mayo, 5, 2020

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