El presidente Maduro está obligado a reflexionar sobre la dimensión de la macro crisis que no ha sabido enfrentar y superar, como Jefe de Estado y de Gobierno. Sus opciones se minimizan. |
MANUEL ISIDRO MOLINA
No es que a uno se le antoje ser "anti-madurista", porque primero tendría que haber algo que justifique la existencia de eso que algunos gustan llamar "madurismo", desde dos tendencias-base -que sí existen y son corresponsables de la macro crisis-, el chavismo y el antichavismo; pero desde aquel viernes 17 de agosto, cuando el presidente Nicolás Maduro esbozó su "Plan de Recuperación Económica", hasta hoy, no existe un solo indicador del tan proclamado éxito de la colcha de retazos que luego el vicepresidente de gobierno para el área económica, Tareck El Aissami, terminó de anunciar que entraría en vigor a partir del lunes 20.08.
Su fracaso es evidente: la espiral hiperinflacionaria no ha cesado, atosigando al pueblo empobrecido y malnutrido; la pulverización del bolívar sigue su curso rozando los 200 Bs.S por US$ en el mercado paralelo; la caída de la producción petrolera (crudos y derivados) sigue en picada; la depauperación de servicios públicos y privados se enseñorea y profundiza (electricidad, agua, salud, telecomunicaciones, etc.); la caída del producto interno bruto (PIB) se aprecia indetenible; y la corrupción "galopa", lo único cierto e importante que ha dicho el somnoliento Contralor General impuesto por el principal anillo de poder en Venezuela: "Cilita" y "Nico".
No existe un solo indicador positivo, que el gobierno pueda mostrar: todos los rubros están en decrecimiento, estancados o muy por debajo de los requerimientos de la menguante población venezolana; y nuestra economía sigue siendo la más delictiva, disparatada y dislocada de América Latina y, tal vez, del mundo.
De las nueve líneas fundamentales del plan Maduro-El Aissami, ninguna muestra aliento. Veamos:
1. Establecer el equilibrio fiscal y las leyes tributarias.
2. Abrir las nuevas políticas cambiarias a través de la nueva renta petrolera.
3. Continuar la salarización de los ingresos al 100 por ciento, con las tablas salarizadas y ancladas en el Petro por un año.
4. Estabilizar los precios de los productos, conforme al sistema cambiario real.
5. Elevar la producción con los compromisos alcanzados en el Congreso Constituyente obrero.
6. Aumentar los ingresos de divisas internacionales al país.
7. La expansión del Petro como una moneda internacional para realizar comprar internacionales.
8. El mejoramiento del sistema de transporte nacional.
9. Consolidar y perfeccionar el sistema de protección social de los venezolanos, entre ellos el CLAP, la regularización de su entrega cada 15 días, la integración de productos de limpieza y otros rubros. Así como la continuidad de los bonos de protección social.
Si la realidad no fuera tan dura -dolorosa- podríamos reírnos a carcajadas de Maduro, sus ministros del área económica y los complacientes miembros del Directorio del Banco Central de Venezuela, en primer lugar; y de sus exégetas, entre quienes destacan por razones obvias, Jorge Rodríguez y Diosdado Cabello, controladores y aprovechadores del sistema público de televisión, radio, internet, redes sociales y medios impresos, sostenido para la censura y la manipulación con ingentes recursos financieros, humanos, materiales e institucionales del Estado venezolano.
En su alocución del viernes 17.08, el presidente Maduro develó el fracaso del "plan", el más inacabado e improvisado de estos tiempos de arcaísmos ruralistas, que en enero próximo arribarán a sus veinte años con esta enorme torta fétida de corrupción -la más espantosa de nuestra historia-, fracaso, irresponsabilidad y traiciones. Se atrevió a decir que él, personalmente, lo había concebido, lo que más que una extravagancia personalista fue una confesión de su ignorancia supina y la poca valoración que del talento y la probidad tiene el Jefe de Estado que nos delegó Hugo Chávez aquel 8 de diciembre de 2012, cuando lo impuso como presidente-heredero.
Este fracaso catastrófico -como lo señalé la noche del mismo 17 de agosto por las redes sociales- desnuda la incompetencia y la corrupción del gobierno, cuya pésima fama niega reconocimiento público nacional e internacional para una próxima posibilidad de intento de algún otro "plan" económico, ya sobre los escombros de la patria y el mayor sufrimiento de nuestro pueblo.
Y ante este colapso, al presidente Maduro y a los factores de poder que todavía le sostienen, solo les queda negociar el inicio de un proceso de dimisión que -en paz, sin odio ni retaliaciones injustificadas, pero sin impunidad para los saqueadores que deben ser procesados judicialmente- abra un camino nacional y soberano, de transformación integral y reconstrucción moral de la República, con lo mejor de la Venezuela libre y solidaria, cerrando también la posibilidad del empoderamiento a los factores minoritarios neoliberales y pro imperialistas, que junto con el gobierno hacen parte del desastre.
Para facilitar este rumbo inmediato, requerimos mucha sensatez, probidad, capacidad de trabajo y desinterés al servicio de nuestra patria y la felicidad del pueblo venezolano. En esto, la parte no corrompida de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) tiene un rol que cumplir para garantizar la estabilidad y seguridad de un proceso cívico inédito de reconstrucción nacional, que no será fácil ni estará exento de acechanzas y grandes dificultades nacionales e internacionales.
El presidente Maduro está obligado a reflexionar sobre la dimensión de la macro crisis que no ha sabido enfrentar y superar, como Jefe de Estado y de Gobierno. Sus opciones se minimizan, aunque el entorno de corrupción, censura y manipulación que lo envuelve y engaña le muestre una "recuperación" y una "prosperidad" que ni existen ni son posibles con la continuidad de su gobierno.
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