Por Roberto Savio
- Este año la Web Mundial alcanza sus 30 años. Por primera vez desde 1435, un ciudadano de Brasil pudo intercambiar sus puntos de vista e información con otro en Finlandia. Internet, la infraestructura de comunicaciones para la Web es un poco más antigua. Fue desarrollado a partir de Arpanet, un proyecto del Departamento de Defensa de Estados Unidos, adscrito a la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados.
Diseñada por los militares para descentralizar las comunicaciones en caso de un ataque militar, la red permitió a los científicos comunicarse por correo electrónico en las universidades. Luego, en 1989, en la sede de la Organización Europea de Investigaciones Nucleares en Suiza, Tim Berners-Lee inventó el hipervínculo y la Web Mundial (la Web) pasó rápidamente de la automatización del intercambio de información científica entre universidades e instituciones de investigación a los primeros sitios web disponibles para el público en general.
En 2002, aparecen las primeras redes sociales como sitios web especializados: LinkedIn se lanza en 2003, luego FaceBook en 2004, Twitter en 2006, Instagram en 2010, entre otros.
Mi generación recibió el arribo de la Web como una gran oportunidad para la democracia. Venimos de la era Gutenberg, una era que en 1435 cambió al mundo. Desde los manuscritos redactados por los monjes para que fueran leídos por unas pocas personas en los monasterios, la invención de los tipos móviles reusables significó que en solo 20 años alrededor de ocho millones de copias de libros impresos circularon por toda Europa.
¿Se convertirá Internet en una herramienta de participación? ¿Cómo se hará? Estas son preguntas que las instituciones políticas, si realmente se preocupan por la democracia, deben abordar lo antes posible. La era de Zuckerberg debe tomar esta decisión ahora, dentro de unos años ya será demasiado tarde…
Entre otras muchas cosas este avance también significó la creación de la información.
Quienes hasta entonces apenas tenían un limitado horizonte más allá de su ambiente más inmediato, podían de repente acceder a información sobre su país e, incluso, sobre todo el mundo. El primer periódico se imprimió en 1605 en Estrasburgo. A partir de ese momento y hasta 1989 el mundo se llenó de información.
La información tenía graves limitaciones. Era una estructura vertical. Solo unas pocas personas enviaban noticias a un amplio número de destinatarios sin posibilidad de retroalimentación.
No era un proceso participativo, requería grandes inversiones iniciales y era fácilmente utilizado por los poderes económicos y políticos.
Mientras en el Tercer Mundo el sistema de medios era parte del Estado, en 1976, 88% de los flujos de noticias mundiales emanaban de solo tres países: Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. Las agencias de noticias internacionales con sede en esos tres países incluían a Associated Press (AP), United Press International (UPI), Reuters y Agence France Press (AFP) y los medios de comunicación del mundo dependían de sus servicios de noticias.
Algunas agencias alternativas de noticias, como Inter Press Service (IPS), pudieron hacer mella en ese monopolio. Pero lo que publicaron estos medios occidentales, en general, fue como una ventana sesgada al mundo.
Entonces llegó Internet, y con ella, la comunicación horizontal. Cada receptor también era un emisor. Por primera vez desde 1435, los medios ya no eran la única ventana al mundo. Personas de ideas afines podían participar en intercambios sociales, culturales y económicos.
Este cambio fue evidente en la Conferencia Mundial de la Mujer de las Naciones Unidas en Beijing, en 1995. Las mujeres crearon redes y llegaron a la conferencia con un plan de acción común. Los gobiernos no estaban tan preparados, pero el aporte de los movimientos de mujeres permitió que la Declaración de Beijing fuera un punto de inflexión, completamente diferente a las suaves declaraciones de las cuatro Conferencias Mundiales anteriores.
Otro buen ejemplo fue la campaña para eliminar las minas terrestres antipersonales, iniciada por el activista canadiense Jody Williams en 1992 y que, en muy poco tiempo, se convirtió en una gran coalición de organizaciones no gubernamentales de más de 100 países.
Bajo creciente presión, Noruega decidió presentar el tema ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), donde Estados Unidos, China y otros fabricantes de minas terrestres como la entonces Unión Soviética (URSS) trataron de bloquear el debate, declarando que votarían en contra.
Pero a los activistas no les importó y, en 1997, 128 países adoptaron el Tratado de Prohibición de Minas con el voto en contra de Estados Unidos, China y la URSS. Un vasto movimiento global fue más poderoso que el papel tradicional del Consejo de Seguridad.
Internet se había convertido en la herramienta para crear coaliciones mundiales.
Esos son solo dos ejemplos de hasta qué punto Internet podría cambiar el sistema tradicional de soberanía estatal de Westfalia, tal como fuera definido en la Conferencia de Westfalia en 1648.
Internet traspasó las fronteras nacionales para entrar a una nueva era. Digamos, simbólicamente, que nos trajo desde la era de Gutenberg a la era de Mark Zuckerberg, por citar al inventor de Facebook y una de las instancias principales de los que salió mal en este medio.
Internet llegó a nosotros con una fuerza sin precedentes. La radio tardó 38 años en alcanzar a 50 millones de personas; la televisión tardó 13 y la Web, solo cuatro. Tenía 1.000 millones de usuarios en 2005, 2.000 millones en 2011, y ahora tiene 3.500 millones de usuarios, 3.000 millones de los cuales usan las redes sociales.
Así las cosas, los dos pilares tradicionales del poder, el sistema político y el sistema económico, también tuvieron que aprender a usar Internet.
Estados Unidos es un buen ejemplo. Todos los medios estadounidenses (publicaciones nacionales y regionales) imprimen un total de 50 millones de ejemplares diarias. Periódicos de calidad —los grandes diarios conservadores como el Wall Street Journal, y los progresistas, como el Washington Post o el New York Times—, suman en conjunto 10 millones de copias al día. Trump tiene 73 millones de seguidores en Twitter: los seguidores leen los tuits de Trump, pero no compran los periódicos.
La Web ha tenido dos evoluciones imprevistas. Una fue el reforzamiento dramático de la sociedad de consumo. Hoy en día, los presupuestos publicitarios son 10 veces mayores que los educativos y la educación solo dura unos pocos años en comparación con toda una vida expuesta a la publicidad.
Con el desarrollo de las redes sociales las personas — ahora más consumidores que ciudadanas—, se han convertido en el objetivo de la comercialización de bienes y servicios, y, recientemente, también de las campañas políticas. Todos los sistemas de información y comunicaciones extraen nuestros datos personales y nos venden como consumidores.
Ahora el televisor puede vernos mientras lo vemos. Los teléfonos inteligentes se han convertido en micrófonos que escuchan nuestras conversaciones. La noción de privacidad desapareció. Si pudiéramos acceder a nuestros datos, descubriríamos que nos siguen cada minuto del día, incluso en nuestros dormitorios.
Algoritmos secretos crean perfiles de todos y cada uno de nosotros. En base a estos perfiles, las plataformas nos brindan las noticias, los productos y las personas que estos algoritmos creen nos gustarán, aislándonos así en nuestras propias burbujas.
La inteligencia artificial aprende de los datos que acumula. China, con 1.350 millones de personas, proporcionará a sus investigadores más datos que Europa y Estados Unidos juntos. Internet ha dado origen a una economía extractiva digital, donde la materia prima ya no son más los minerales, sino nosotros, los seres humanos.
La otra evolución malograda es la riqueza sin precedentes creada por la economía extractiva digital.
El fundador y director ejecutivo de Amazon, Jeff Bezos, se divorció recientemente de su esposa. Como parte del acuerdo ella recibió 36.000 millones de dólares, pero Bezos sigue encontrándose entre las 10 personas más ricas del mundo. Esta es solo una historia de la cada vez más triste realidad de la injusticia social, donde 80 de las personas más ricas del mundo poseen la misma riqueza que casi 3.000 millones de pobres.
Un nuevo sector está evolucionando, el sector del “capitalismo de vigilancia”, donde el dinero no se obtiene de la producción de bienes y servicios, sino a partir de los datos extraídos de las personas.
Este nuevo sistema explota a los seres humanos para proporcionar a los propietarios de esta tecnología, una concentración de riqueza, conocimiento y poder sin precedentes en la historia. La capacidad de desarrollar reconocimiento facial y otros instrumentos de vigilancia ya no se encuentra en el campo de la ciencia ficción.
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