Por Nelson Oyarzabal
La pandemia nos toma fuera de base y nos conduce a cambiar muchas cosas de manera rápida y sobre la marcha. La actividad educativa y las instituciones que conforman el sistema escolar no escapan a esta realidad, obligándose a producir respuestas de manera inmediata, para garantizar la continuidad del proceso formativo, sin riesgo de contaminación de la población escolar.
Hasta aquí todo se entiende y se comparte; pero una vez recorrido un importante trecho, hace falta abrir un compás para mirar y reflexionar con mayor profundidad en torno a lo que ha ocurrido en esta fase inicial en las escuela públicas, como un balance necesario que ayude a detectar nudos críticos y lecciones aprendidas que destacan en esta particular experiencia.
En este contexto, llama la atención la manera tan ligera como se ha encarado este importante tema. Pasar de un formato presencial a uno virtual en el campo educativo, aunque sea de manera circunstancial o por un tiempo indefinido no es soplar y hacer botellas. Es una tarea compleja que requiere claridad de propósitos, voluntad política, estudios y formación previa, dotación de recursos financieros y técnicos entre otros.
Esto nos habla de la necesidad de un plan o proyecto macro que defina un rumbo y trace cursos de acción para orientar el proceso de transición. Un plan, por cierto, que brilla por su ausencia. A lo sumo unas declaraciones oficiales anunciando–“educación On line”- desde la casa, a sabiendas de que no hay condiciones mínimas tecnológicas y de conectividad en el país para tal efecto. Y si a esto le agregamos los sueldos que recibe un maestro no mayor a tres dólares mensual, la situación se agudiza aún más.
Así pues, al no garantizarse las condiciones mínimas para dicha transición, el asunto se convierte en un sálvese quien pueda de corte profundamente excluyente, donde los sectores vulnerables como suele suceder, resultan los más afectados. La brecha social y tecnológica se ensancha a la vista de todos, generando más inequidad y desigualdad, al no garantizarse el acceso a internet, el suministro de dispositivos y lo más importante en mi opinión: un proceso de entrenamiento previo para llevar a cabo de manera adecuada el proceso de enseñanza- aprendizaje en línea.
De tal manera, la incursión y el acceso a la supuesta educación On line no ha sido para disfrutar de sus ventajas tecnológicas y de la diversidad de estrategias y recursos que ofrece para el diseño actividades más interactivas y dinámicas. Lo que se está produciendo en el caso venezolano es una involución, un retroceso educativo y pedagógico, paradójicamente de espalda a la innovación y a los nuevos aportes.
La educación on line en el campo de la educación pública se limita a la realización de un listado de tareas vía preguntas y trabajos de investigación, utilizando principalmente Facebook como vía de comunicación y correos electrónicos. El “tareismo” se impone como única estrategia de los docentes para efectuar sus actividades formativas, lo cual significa afianzar viejas y caducas prácticas didácticas, ampliamente cuestionadas en el pasado y algo superadas en los procesos de educación formal, de cara a las nuevas tendencias pedagógicas que han ganado terreno en las últimas décadas. Prácticamente, el contacto docente –alumno se reduce a un acto más administrativo y de control que pedagógico y auténticamente formativo.
A nombre de la “educación On Line” decretada por las autoridades educativas, estamos asistiendo entonces a una experiencia muy pobre y desalentadora, que atenta contra el derecho al estudio, acentúa las angustias de la comunidad docente y de la familia venezolana, y de paso, desvirtúa abiertamente los objetivos y alcances de la enseñanza en línea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario