miércoles, 16 de abril de 2025

Qué pasó con el limonero de Miracielos


Luis Carlucho Martín

“Por la esquina de Miracielos/ en su Miércoles de Dolor/ el Nazareno de San Pablo/ pasaba siempre en procesión”.

Es una estrofa de "El Limonero de El Señor", poema de Don Andrés Eloy Blanco, dedicado al milagro tan divulgado en aquella Caracas, cuando por efectos del vómito negro se estaba muriendo la gente por montones. Cuentan que en una de esas procesiones de Semana Santa la corona o la parte superior de la cruz del Nazareno de San Pablo se enredó con las ramas de una mata de limón plantada en la esquina de Miracielos, en pleno centro.

Al ver que la imagen del hijo de Dios se confundía con los frutos de aquel prodigioso árbol que por azar se cruzó en el camino de la cincurrida procesión, la gente se imaginó que algo bueno le depararía el destino para contrarrestar las calamidades que había traído aquella epidemia criminal.

El Cielo oyó sus súplicas. Unos dijeron que los limones fueron rasgados por las espinas de la corona de Jesús, y el zumo derramado al ser probado por los feligreses causaba un efecto curativo de inmediato. Otros dicen que con el afortunado encontronazo entre la procesión y aquella mata, los limones empezaron a caer, ofreciéndose muy cargados de aquel ácido pero curativo elixir.

Santo remedio. Santo milagro. Ese fue el canto generalizado. Y los enfermos empezaron a sanar con tan altas y puras dosis de vitamina C encapsulada en los milagrosos frutos.

Antes de su fama supranatural, aquellos frutos del especial limonero  —que había sido sembrado por un desconocido español durante la Pascua de 1615—servían para dar el jugo que se consumía durante las festividades de San Simón.

Si hubiese sido ahorita, no hay dudas de que los nada santos bachaqueros ya se hubiesen apropiado de la mata, sus frutos y hasta de la esquina de Miracielos para, desde sus improvisados tarantines, revender limones, jugo, concha y hasta “las pepas” a precios inimaginables y en divisas.

“¿Qué mano avara cortaría/el limonero del señor?”, escribió el poeta cumanés en una pregunta sin respuesta, en claro reclamo ante el alocado crecimiento capitalino que no tomó en cuenta ni respetó, además de las normas de planificación urbana, a ninguna de esas reliquias santorales de comprobado efecto milagroso.

“(…) Y se curaron los pestosos/ bebiendo el ácido licor/ con agua clara de Catuche,/ entre oración y oración (…) El Nazareno de San Pablo/ tuvo una casa y la perdió/ y tuvo un patio y una tapia/ y un limonero y un portón/ ¡malhaya el golpe que cortara/ el limonero del Señor”, dicen otros versos de la pluma del cumanés en clara alusión al lamento que significa no poder contar con tan sagrada fuente de curación…

Y estas líneas cierran con el inicio del poema: “En la esquina de Miracielos/ agoniza la tradición…”, porque a falta del sagrado zumo la costumbre no solo agonizó sino que lamentablemente feneció.

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PD: ¿Hará falta una mano divina para desterrar los males actuales?

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