Manuel Isidro Molina
Superar el entrampamiento actual en Venezuela, es el propósito de todos y cada uno de los venezolanos y venezolanas en nuestro territorio nacional y en el exterior, sin excepción, incluyendo a los más radicalizados 'maduristas' y 'maricorinistas'.
Quienes creen que una agresión militar gringa a territorio venezolano es solución a nuestra tragedia histórica, están tan equivocados como quienes se aferran al poder ilegítimo que ejercen Maduro, el PSUV, sus satelites y testaferros con su régimen de robo, enriquecimiento ilícito, abuso de poder y represión desatada a través del corrompido 'Sistema de Justicia', cómplice e inmoral.
Machado tiró por la borda su liderazgo político creciente desde 2023, cuando logró derrotar a la nomenclatura política de la Plataforma de Unidad Democrática (PUD): motivó y captó la voluntad de cambio nacional frente al fracaso madurista, hacia la elección presidencial de 2024, pero después abrazó definitivamente el discurso macartista y abiertamente oligárquico proimperialista que la llevó no solo a entregarse a los designios monroístas de Donald Trump, Marco Rubio y Pete Hegseth, sino a aplaudir el repugnante genocidio sionista en Gaza, alabando al sanguinario Netanyahu, lo que la hundió en la opinión internacional mayoritaria.
Nicolás Maduro Moros y María Corina Machado representan el entrampamiento que sufre Venezuela, hoy. Embarcados en sus respectivos propósitos excluyentes, han perdido el sentido de la realidad: el primero cree que oponernos a los crímenes de Trump en el Caribe y a una potencial agresión militar gringa, implica apoyar su permanencia en el cargo que usurpa; y la segunda, que quienes hemos enfrentado y enfrentamos al sistema corrompido y represivo del PSUV, suscribimos sus propósito macartistas y respaldamos una agresion militar gringa contra nuestra patria bajo el estúpido argumento de la 'lucha contra el narcoterrorismo' que han enarbolado Trump y Rubio desde la Casa Blanca y el departamento de Estado.
El esquema dicotómico no es útil, para nada. El pueblo venezolano, en su gran pluralidad, debe otear el complejo escenario internacional y nacional que determina nuestra tragedia histórica. Abandonar la mediocridad binaria impuesta por los factores de poder en pugna, es clave: si algo ha logrado la política vendepatria favorable a la invasión gringa a Venezuela, es subalternizar la inmoralidad del régimen usurpador y el empobrecimiento social que nos asfixia con un salario mínimo de 0,56$ mensuales y la contradictoria proclama de un crecimiento del Producto Interno Bruto de algo más del 8%. La urgencia frente al invasor potencial congela las luchas por los derechos sociales y políticos de los venezolanos y venezolanas; además de generar una parálisis general que favorece al 'statu quo'.
Las fuerzas críticas deben emerger con vigor, claramente opuestas a los extremos corresponsables de la crisis de entrampamiento. Simultáneamente debemos exigir el retiro inmediato de las cañoneras trumpistas del Caribe; y la renuncia de Nicolás Maduro al cargo que usurpa, para abrir paso inmediato a una nueva elección presidencial. Ese logro político es factible si, y solo si, contribuimos a revertir positivamente las vertientes excluyentes del 'madurismo' y el 'maricorinismo'. Cada bando debe comenzar a reconocer sus culpas y debilidades, para negociar un entendimiento nacional que los supera, necesariamente. Moral y políticamente, están derrotados aunque sus respectivos núcleos de mando no lo quieran aceptar.
En el bando del PSUV debe haber suficientes mentes críticas y responsables como para revertir las absurdas tendencias que nos llevan al desastre, bien por la vía del oprobioso régimen madurista, o por la vía vendepatria de la agresión militar estadounidense.
El proyecto corrupto y represivo del madurismo es inviable, tocó fondo y apenas ha logrado enmascarar su drama con el empuje imperial del Comando Sur de EEUU en el Caribe. Esa política criminal de Trump está derrotada mundialmente, ya con más de 60 personas asesinadas en el Caribe y el Pacífico, y esa desplegada capacidad militar para bombardear y destrozar la infraestructura vital de Venezuela y asesinar a decenas de miles de venezolanos y venezolanas, algo que no pueden seguir soslayando María Corina Machado, Iván Simonovis, Leopoldo López, Antonio Ledezma, Juan Guaidó, J. J. Rendón o Julio Borges ni los agazapados cobardones que siguen sacando cuentas a su favor con tal trágica eventualidad. Aunque sin votación, esos crímenes de Trump, Rubio y Hegseth han sido tachados políticamente en el Consejo de Seguridad de la ONU, en el Caricom (con excepción de Trinidad y Tobago) y la CELAC. Muy significativamente, esos crímenes fueron calificados como «ajusticiamientos extrajudiciales» por Volker Türk, Alto Comisionado de la ONU para Derechos Humanos, y por Human Raight Watch (HRW), entre otras organizaciones defensoras de los DDHH. Mucho menos, podrá tener eco positivo alguna acción de agresión militar contra territorio venezolano. Esa política está muerta, aunque algunos irresponsables todavía la aúpen o sueñen con ella.
Desde el propio Senado y la Cámara de Representantes de EEUU, también se levantan voces de reserva y condena, igual que desde países clave de América Latina como Brasil, Colombia y México, siendo estos dos últimos afectados por las cañoneras gringas. El peso de los países BRICS, en conjunto, desautoriza la creciente amenaza bélica de Trump, quien hace esfuerzos muy poco efectivos por desconocer el acelerado proceso de decadencia de Estados Unidos como potencia mundial unipolar. El imperio estadounidense está tendencialmente acabado, y así lo constatan abiertamente expertos de diversas latitudes, escuelas e ideologías, incluyendo muy importantemente a economistas, militares y expertos geopolíticos estadounidenses.
¿Lo anterior habla a favor de Maduro, el PSUV, sus satélites y testaferros? Absolutamente, no. Salvo mentes muy escasas o dicotómicas, es lógico comprender que un mal extremo como la guerra (cualquiera sea su dimensión) no puede presentarse como solución, cuando lo complicaría todo, además del doloroso saldo en vidas humanas, personas mutiladas de por vida y destrucción material en nuestro país, ya seriamente afectado por la tragedia histórica que nos arropa.
Maduro está derrotado históricamente, está acabado. No importa su aferramiento al poder, la mayoría de las venezolanas y venezolanos no lo queremos más en Miraflores, y tendrá que irse como lo tuvo que hacer el dictador Marcos Pérez Jiménez, aquel memorable 23 de enero de 1958, por el rechazo generalizado del pueblo venezolano y la sensatez de los mandos militares que se lo impusieron. Nadie imaginaba en noviembre de 1957, que MPJ estaría fuera del poder en enero de 1958, pero así fue.
manuelisidro21@gmail.com

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