MANUAL DEL BOLERO
“El bolero es inmortal porque ni Luis Miguel lo pudo destruir”.
Héctor Rago
Mucho se ha escrito sobre el bolero. Según algunos historiadores de dudosa re-putación, el bolero llegó a Venezuela por el Cabo de la Vela, como todas las banderas. En esa época, hace ya mucho tiempo, un poeta llamado Guillermo de León Calles tenía un incompleto programa de radio que se llamaba “Un bolero y parte de otro”. Guillermo de León Calles es el autor de “El manual del burrero”, una guía muy útil, sobre todo para jóvenes que necesitan aferrarse a algo en la vida. El poeta Guillermo cuenta que el bolero se le apareció́ como una epifanía, y desde ese momento es su más fiel y ferviente devoto. La revelación, vamos a llamarla así́, la tuvo un día que su madre (la madre del poeta, no la madre del bolero) lo llevó al médico pues el chico presentaba molestias en la espalda. El galeno le diagnosticó algunos problemas en las vértebras L1, L2, L3, L4, que extraña o coincidencialmente se llaman Lum-Bares.
Al salir de la consulta, la madre sufría preocupada pero el poeta se moría de felicidad. Se fue corriendo a la escuela a darle la buena nueva a sus compañeritos de clase. El doctor le había descubierto en la columna vertebral una rockola.
Desde aquel momento son muchos los beneficios que ha traído este insólito remedio, verdadera panacea para todos los dolores. De allí que se haya vuelto común encontrar en muchos baños de bares un letrero que diga: “Gracias, bolero, por los favores recibidos”.
Uno de los primeros beneficiados, y en verdad casi hermano gemelo del bolero, es el despechado. El despechado es un enfermo para la sociedad. La oveja negra del amor. El “maletiado” le dicen. Los despechados se emborrachan, tratando de ahogar las penas, pero estos sentimientos multibióticos son tan fuertes que no les pasa nada, se bañan cómodos en el alcohol. Estos profesionales del dolor, que muy bien se merecen la Condecoración Julio Jaramillo en su Primera Clase, en realidad no tienen la culpa porque el despecho no es responsable de sus actos. Cada despecho es un crimen, y en todo crimen lo primero que se nos dice es: “Debe permanecer en silencio, todo lo que diga será́ utilizado en su contra”. Y ahí́ surge el bolero. El bolero es entonces la confesión cantada, es decir, una confesión doble, por aquello de que “quien canta se despecha dos veces”. Sólo que, paradójicamente, tal confesión se convierte en una liberación. En una catarsis, individual y colectiva, pues como dice el proverbio: “Sólo es desdichado aquel que no sabe cantar".
El amor es la más carnal de las ilusiones, decía Pessoa, pero es también el eterno mal de aquellos que andan por ahí́ buscando su otra alma, y se quedan sin nada, porque, como dicen los Evangelios, “quien busca su alma suele perderla”. Pasemos, entonces, al estudio Morbológico o morbolérico de algunas de estas canciones y empecemos por este bolero de María Grever, que dice:
“Si yo encontrara un alma como la mía
cuántas cosas secretas le contaría
Un alma que al mirarme sin decir nada
me lo dijese todo con su mirada”.
Borges dice que quizá́ todos seamos parte de un gran libro que es el mundo. Versículos o palabras de un gran libro mágico que es el universo. Por algo a Felipe Pirela le gustaba tanto este bolero de Mario de Jesús, que dice:
“Ese bolero es mío
porque su letra soy yo.
Es tragedia que yo vivo
y que sólo sabe Dios”.
Algunas veces el bolero no es más que la confesión de la soledad, el tener que recurrir a lo que se tiene más a la mano, como este bolero que canta Julio Jaramillo:
“Yo solito
me tengo que acabar,
pobre de mí́”.
De allí que los urólogos han detectado los efectos paliativos del bolero, por eso ponen a sus pacientes lo que ellos han considerado como "boleros diuréticos", veamos estos dos:
“Si me comprendieras,
qué feliz mearías"
O este otro:
"Ya son las doce y no llega,
meará lo mismo que ayer”.
La Ortografía también da gran importancia al bolero porque lo ha visto como un método didáctico para aprender los signos de puntuación:
“Usted no se ha enamorado, ni de broma,
usted no llega ni a pecado, punto y coma”.
Aunque no ha faltado quien se ha ido por el “camino verde que va a la ermita … donde … lloran de pena las margaritas”, al considerar que el bolero es el Padre del Masoquismo, por canciones como esta:
“Miénteme más, que me hace tu maldad feliz”
Eso sin contar los boleros escatológicos, como el que canta Laura Flores:
“Nun cagas llorar a una mujer”
O este bolero disléxico, titulado “Serenata”, de José Manuel Marroquín:
“Ahora que los ladros perran,
ahora que los cantos gallan,
…
vengo a suspirar mis lanzos
ventano de tus debajas”.
Sabemos que el bolero es una especie de cordón umbilical de los latinoamericanos, pero no podemos olvidar los boleros de otras latitudes. El poeta cubano Guillermo Rodríguez Rivera, por ejemplo, cantaba en latín aquel bolero que dice “Nos, tam amandi sumus magis”, que significa más o menos “Nosotros, que nos queremos tanto”.
Así mismo hay boleros en griego, como el que escribió el apóstol san Pablo, y que popularizó Paquita la del Barrio, que dice:
“Adefesio, mal hecho”
Aunque ustedes no lo crean, este bolero se encuentra en el Nuevo Testamento con el delicado título de “Epístula ad Ephesios”, donde san Pablo les recuerda a los efesios lo mal que lo trataron cuando él vivió en Éfeso, incluyendo el día que estuvo a punto de ser linchado por una multitud de artesanos.
Igualmente, pocos saben que “Cien años de soledad”, antes de ser una novela fue un bolero, compuesto por Alfredo Gil, interpretado por Los Panchos, y lanzado en 1948. Cien años de soledad en bolero suena así:
“Un siglo de ausencia
voy sufriendo por ti”
También es extraño el caso del bolero “Vereda Tropical”, que dice:
“Voy por la vereda tropical
La noche plena de quietud
Con su perfume de humedad”
Este bolero fue compuesto por Gonzalo Curiel en Acapulco en 1936, y, Lupita Palomera, su primera intérprete, cuenta que llegó a ser tan popular entre el pueblo que toda la gente lo cantaba. Por ello, en los anuncios de los diarios, cuando solicitaban servicio doméstico, ponían la siguiente condición: “Se solicita empleada doméstica que NO CANTE VEREDA TROPICAL!"
En fin, sabemos que no es fácil hacer un bolero. Agustín Lara, quien era un experto, tuvo que recurrir en muchas oportunidades al diccionario, como la vez que escribió:
Mujer, mujer divina
Mujer alabastrina.
Apuesto que pocos de ustedes saben lo que significa “alabastrina”. De ahí la importancia del bolero porque nos permite enriquecer nuestro vocabulario, pues alabastro en Egipto era un recipiente en forma de pera, donde se guardaban los perfumes.
Y, finalmente, en estos días el poeta Alex Fleites me recuerda un bar en La Habana, donde se canta aquel bolero de Francisco López Vidal que dice, (con ligeros cambios):
“Espérame en el suelo, corazón,
Si es que te caes primero”.
La Bolerología es una ciencia muy complicada. En realidad, es un trabajo incomprendido. Usted no puede llegar, por ejemplo, con unas facturas de bares, y explicar que sacrificadamente ha estado de noche en noche, y de bar en bar, con todos los riesgos que eso significa, haciendo lo que en otras ciencias se conoce como “trabajo de campo”. Es que ni nuestras esposas nos creerían si llegamos en la madrugada, o no llegamos, y explicamos que andábamos en busca de esos animales a punto de extinción llamados “rockolas”. Deficiencias del método científico. (Y del matrimonio).
El bolero es una especie de Estética de la Resistencia con sus dos terribles armas: la música y la poesía, que en el fondo es una y misma cosa, porque la música proviene de las musas y la poesía también. La música, decía Beethoven, es una revelación más alta que la ciencia y la filosofía. A través de los siglos, la música se ha empleado para calmar angustias, mitigar dolores o devolver la razón a mentes desquiciadas. Los etruscos, por ejemplo, fueron los primeros en advertir los efectos paliativos de la música. Azotaban a sus esclavos, pero al son de dulces flautas, para mitigarles el dolor.
Otro de los grandes beneficios del bolero es que nos ha permitido vivir permanentemente en poesía. Antologías de poesía del Continente Americano recogen hoy, sin pena alguna y con mucha gloria, poemas de Agustín Lara y Rafael Hernández, entre otros. Parte de la mejor poesía latinoamericana está en las rockolas. Generaciones enteras han cantado las letras de los boleros, sin importarles el autor, hasta sin saber leer. Sólo han necesitado sentir. De allí́ que podamos afirmar, entonces, que la fuerza del bolero es indestructible porque la poesía y la música, la felicidad y el dolor, también lo son.
El bolero es un movimiento de liberación. Es una rebelión en cadena. Aunque algunos siquiatras lo consideren como la cuna de todas las patologías, el bolero es, en realidad, el gran escape. El bolero es una catarsis colectiva, pero cada quien tiene que librar su propia batalla. Oremos entonces con el poema de Julito Jiménez:
ORACIÓN PARA UN BOLERISTA
Felipe, el de la bienamada voz,
héroe del bolero;
una malquerencia condujo tus pasos
a cerrar para siempre tus pupilas
en una calle de Borinquen,
y aunque tu casa natal en Valle Frío
haya sido borrada de la faz de Maracaibo
evocamos tu cálido nombre desde un enlosao.
Sabemos que desde el cielo de los bardos nos vigilas
y clamas por la supervivencia de las rocolas,
allá seguramente
bailas con Toña la Negra en un ladrillito
un mosaico de Billo y libas con Daniel Santos
por el retorno de Linda.
Con el piano de los astros, cada luz una tecla
se conmemora tu día
Sombras nada más son los despechados que te ignoran.
Que las tablas de salvación de los bares
nos sean cómplices,
y nuestras palabras
siempre dignas de crédito,
para seguir ardorosos como el bolero.
Eso deseamos por la gloria de tu nombre.
Que así Sea.
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