Pedro María Morantes, «Pío Gil» en su trabajo de mayor fuerza Los Felicitadores y Venezuela 1900, recogió la esencia del culto a la servilitud, el alma de los aduladores -presente en una parte de los venezolanos- y la recíproca relación de causa-efecto que hay entre servilismo y despotismo, imagen y práctica que se reproducen en el tiempo de manera casi infinita, a menos que el castigo impuesto al autócrata responsable de la calamidad nacional se le aplique a la camarilla o a los cortesanos corresponsables.
La pluma de «Pio Gil» hace una exhaustiva disección de la intimidad entre el servilismo y la adulación. En las páginas de esa corta pero densa obra se refleja cómo la austeridad se trata como una tontería y la desvergüenza como un asunto de viveza, se muestra cómo se premian a los que saquean al erario público nacional al asignarle nuevas y hasta más altas responsabilidades en la administración pública, pero además se ejemplifica cómo se construye el coro de felicitadores o aduladores de variados tipos, los cuales en algunas ocasiones hicieron sonrojar a la vileza ante tanta falsedad.
Para los adulantes y adulados el mérito no vale nada porque el estímulo al mismo desapareció y el favor oficial tiene un peso aplastante; pues en ese tiempo el bloque histórico dominante, como camarilla oligárquica y en su expresión de partidos políticos, no gobernaba en función del bien público o el interés nacional sino en favor de sus intereses personales, tal y como se observa hoy.
Pero además, los adulantes y adulados se fortalecen cuando se incrementan los rasgos autoritarios de los gobiernos o los mismos son de facto.
A su vez los adulados, entre la caterva de felicitadores o aduladores, que se llaman humildemente servidores y colaboradores públicos, desarrollan su propia cursilería. Piensan que han escalado sus posiciones por sus propias virtudes y rápidamente adoptan posturas altisonantes porque no han tenido que hacer ningún esfuerzo propio de ascenso en una carrera funcionarial.
Otro rasgo importante es que el heroísmo del arrastramiento de adulados y aduladores, que viven hablando de la nación venezolana, se sustenta en la defensa de su precaria y hasta usurpada condición dirigencial, la que asumen como un privilegio perpetuo.
Ese comportamiento está presente en la camarilla que arruinó a la incompleta y limitada institucionalidad que tenía el país, entre ellas las de salud, también ha recuperado la práctica del oropel que se expresa en esos operativos de servicios en salud que, casualmente casi siempre coinciden con los períodos electorales.
No obstante hay que recordar, sobre todo a la población jóven, que la historia republicana venezolana está repleta de ejemplos sobre el uso que han hecho del 'oropel' los gobiernos dictatoriales, los de facto y en general los caudillos. Los fines han sido diversos, entre ellos: como medio para que el liderazgo político tenga presencia pública, para hacer creer que están pendientes del pueblo y atienden sus necesidades, para dar demostraciones de éxitos en la gestión pública, para lograr y/o recuperar apoyo popular y legitimarse internacionalmente.
Pero lo más delicado es que la práctica del oropel en esos operativos de servicios de salud, además de intentar encubrir el deterioro creciente de las condiciones económicas y sociales de la población venezolana en la actualidad, *se traducen en atenciones que son superficiales y no tienen seguimiento.
Lo anotado anteriormente es grave. Pues, se alega que la crisis económica del país no genera los recursos financieros que podrían mejorar los salarios a la población trabajadora y garantizarle una dieta alimentaria adecuada que le asegure salud, pero contradictoriamente se emplea una enorme cantidad de recursos con propósitos propagandísticos y de otra naturaleza y no de protección y cuido de la salud de los venezolanos.
* Profesora jubilada. exdirectora de la Escuela de Trabajo Social de la UCV
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