jueves, 29 de mayo de 2025

Las desbordantes aguas de Cumaná


Jesús Alberto Castillo

Algo de realismo mágico nos perturba la mente. Revisamos y encontramos un recordado fragmento que leímos hace un buen tiempo en una de esos apasionados encuentros con la literatura universal. "La alcantarilla de París era legendaria en la Edad Media (...). Algunas veces (....) se le ocurría desbordarse, como si ese Nilo desconocido montase de repente en  cólera. Había cosa infame, inundaciones de alcantarilla. Por momentos, este estómago de la civilización digería mal, la cloaca refluía a la garganta de la ciudad".

La referida lectura corresponde nada más y nada menos a un pequeño texto de "Los miserables", la célebre novela escrita por el poeta francés Victor Hugo en 1862 y que nos resulta apropiada para semejarla a las desbordantes aguas que circulan por las calles y barriadas cumanesas, realidad a la que no escapa ninguna ciudad de nuestra maltrecha región sucrense, mucho menos la Venezuela del siglo XXI. Es un espectáculo dantesco que se nos presenta a diestra y siniestra ante la mirada indolente y sarcástica de una élite gubernamental que juega con el sufrimiento colectivo y se ha enriquecido con el manejo indecoroso del erario público.

Aunque algunos no le den la importancia que tiene, la literatura es una poderosa herramienta que permite desnudar con lenguaje metafórico la angustiante realidad que nos abraza, desafiando con sutileza los hilos del poder que se mueven en palaciega. Por eso muchos literatos e intelectuales son detestados, perseguidos y apresados por regímenes autoritarios.  Tener una fina pluma es un privilegio, requiere de talento y lectura asidua. Pero, también es un eminente riesgo y hay que estar preparado mentalmente para asumirlo. He allí la diferencia de una sociedad que cuenta con faros de luz o, lamentablemente, condenada a la oscuridad y la ignorancia. 

Cumaná,  esa tierra avistada por Fray Pedro de Córdoba a finales del siglo XVI, ya no es aquella novia azul del Caribe, ataviada de elegante vestido y tez hermosa. Los años han deteriorado su piel y lozanía. Sus históricas calles no tienen el encanto de otros tiempos. Las alcantarillas vomitan aguas putrefactas que circulan libremente ante los indiferentes transeúntes que se dan cita en la agobiante urbe. El hedor se despliega de manera repugnante en las narices de todos, pero nada pasa. La gente se acostumbró a la dejadez y lo angustiante se ha vuelto normal. Todo es acostumbrarse a los caprichos de la fatalidad, por cierto, inducida desde las esferas del poder. Nada ocurre por obra y gracia de la naturaleza. Es un laboratorio social bien perfeccionado del reflejo condicionado de Iván Pavlov.

A diferencia de la obra de Victor Hugo, la capital de Sucre no cuenta con el Nilo - había una tienda de ropas y calzados exclusivos con ese nombre y desapareció- pero si con el Manzanares, ese cónico rio que va agonizando diariamente y desde hace un buen tiempo no recibe el cariño oficial. En sus riberas reina la pobreza, la acumulación de basura y la presencia de algún mendigo completamente desnudo para zambullirse en las turbias aguas ante el desafiante calor cumanés.

Ficción literaria y realidad urbana conjugan nuestro devenir cotidiano. Pasión, alegría e inventiva. Pero, igualmente, sufrimiento, orfandad y deficiencia de los servicios públicos. Horas agonizantes sin energía eléctrica y el grito de aleluya cuando se restablece el servicio. Mientras tanto, las desbordantes aguas de las alcantarillas siguen marcando el compás de la primogénita ciudad.

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