Juan Medina Figueredo
“El siete leguas” le llamaron por los zapatones que recorrían todo el país, sin nunca parar, ni descanso alguno, de extremo a extremo, de oriente a centro y occidente de Venezuela y en todo lugar donde hubiese no solo militantes revolucionarios sino dirigentes políticos, sindicales y estudiantiles que había conocido en la cárcel de Ciudad Bolívar, durante la dictadura perezjimenista, en las décadas de la democracia representativa del Pacto de Punto Fijo, durante su confinamiento en el penal de la isla del Burro en la entonces llamada Laguna de Valencia y la huelga de hambre en ese penal, su destierro y viajes de salud a Italia y en su condición de presidente de la Liga Socialista (LS).
Marxista-leninista se definió durante todo el tiempo de mis contactos y reuniones con él, y en sus cartas con los estudiantes y todo militante revolucionario con los cuales sostuvo comunicación. Apropósito de definiciones ideológicas, recuerdo “los marxismos” de la nueva izquierda, Dussel y su lectura marxista desde América Latina (montaña textual, para mí edad muy difícil de escalar). Pienso en el fenómeno actual de los BRICS, confluencia de países del llamado Sur Global, del este y del oeste, de comunistas, cristianos ortodoxos y católicos, islamistas, hinduistas y su común acuerdo en el propósito de seguridad global, coexistencia pacífica de diferentes civilizaciones y culturas, libre de pretensiones hegemónicas. Recuerdo también el discurso de Fidel en la Cumbre de Río: la contradicción principal hoy no es entre capital y trabajo, sino entre capital y vida (lo que hoy Gustavo Petro recoge en su particular discurso). Asimismo, en vuelta a Fidel, en una de sus últimas entrevistas sentenció: la causa principal de la derrota de la revolución en América Latina fue la división del campo socialista internacional entre la URSS y China, y la división de las izquierdas en esta región del mundo con tantas condiciones objetivas para la revolución.
La barba novecentista, ajena a toda hojilla y navaja de barbero, era el singular espejo de Carmelo Laborit, su carta de presentación y habla misma. En Oriente y en Caracas, particularmente, tenía sus propios seguidores, admiradores, fieles discípulos y amigos. “Libertador de Oriente” le llamó David Nieves Banch, en comunes andanzas clandestinas, con mucho cariño de bromista y quién, al parecer, fuera de su esposa, con la cual concibió una hija y de Flor, compañera de sus últimos tiempos. Fue quien más le conoció entre tantos viajes por ciudades y carreteras, contactos y reuniones clandestinas.
A sabiendas de su seriedad proverbial, David no perdía tiempo en aguijonearle con sus salidas. En una carretera, por ejemplo, le dijo una vez: "detrás de aquella curva, al voltear, vamos a encontrar un caballo blanco". Así provocaba su sorpresa y a veces su sonrisa detrás de su santa barba.
Carmelo Laborit procuraba siempre estar cerca de toda literatura. En una oportunidad llegó a mi refugio, en un apartamento de San Agustín, comentando el primer premio del Concurso Anual de Cuentos del diario El Nacional, otorgado en esa oportunidad a “La Luna no es pan de horno”, de Laura Antillano.
Revolucionario profesional toda su vida, no tenía sentido de la propiedad privada, aunque la respetaba, al fin de cuentas era socialista y comunista. Si encontraba unos juguetes en una casa o apartamento de clase media, podía llevárselos para regalarlos a los niños de una familia de camaradas con precariedad económica. En contactos y reuniones podía tomar un libro y otro de la biblioteca del hogar que servía de sede, llevarlo consigo y regalarlo a un camarada. En una cita conmigo en Caracas, en La Pastora, en el hogar de la familia del economista Roberto Gómez, funcionario del Banco Central de Venezuela, al terminar nuestro diálogo tomó de la biblioteca un libro y un diccionario de economía, el primero para él y el otro me lo entregó y dijo: "este es para ti". Yo, contentísimo por contar, a partir de ese momento, con un manual auxiliar en esa disciplina tan desconocida para mí. Pasaron décadas, Roberto Gómez se mudó a Barquisimeto con su familia, siguió trabajando allí en el citado banco y el libro siempre conmigo. Murió Roberto en unas vacaciones con su familia, ahogado en extrañas circunstancias que hicieron temer y pensar a su esposa en un atentado criminal. Mi amigo y camarada Dafnis Domínguez tenía relación con esa familia, le entregué dicho diccionario de economía junto con una carta de condolencias a la familia de Roberto, pidiendo también disculpas por apropiarme de tal libro y rogando aceptasen su devolución. Dafnis cumplió fielmente su encomienda.
Bastaba verlo de frente, tener breves noticias biográficas suyas y escucharlo para reconocer la grandeza de su integridad ética y política, su solidaridad con los trabajadores y los pobres de la tierra, con sus camaradas y familiares, su circunspección, su ausencia marcada de egocentrismo y egoísmo, su discreta presencia, su distancia frente a un mal crónico de la izquierda, que hizo decir a Moisés Moleiro que el corrillo tenía un gustico. Carmelo, como a secas y cariñosamente le llamábamos, fue incapaz de incurrir en maledicencias y chismes o “chísmenes”, mucho menos mentiras.
Nunca escurrió el bulto en su compromiso político, siempre echa'o pa'lante, jamás y nunca dejó de estar presente donde debía estar y decir lo que comprometía su vida e integridad física y su honor. Leal y solidario siempre.
A raíz de mi detención y torturas en Petare, el martes 13 de junio de 1972, en horas de la mañana, por el “Gang de la muerte”, adscrito a la Dirección de Inteligencia Militar (DIM), su continuidad posterior en el quinto piso de esta organización de espionaje, contraespionaje y seguridad estatal, y mi incomunicación de esos días, siempre estuvo en contacto y con orientación permanente a mi familia, hasta lograr que la movilización comunicacional y política, en medio de la censura y la estrechez del campo de acción política de entonces, lograran ordenar mi visita familiar, el cese de la mayor intensidad de las torturas y mi pase a la prisión del Cuartel San Carlos.
En compañía de Carmelo, siempre anduvieron, firmes e indeclinables, Agustín Calzadilla y Norelky Meza del Comité de Defensa de los Derechos Humanos y todos los integrantes del Comité Nacional de la Liga Socialista. El momento más duro de la vida de Carmelo Laborit fue cuando por intermediación del diputado José Vicente Rangel alcanzó a saber, en compañía de Félix Roque, que Jorge Rodríguez había sido asesinado. Su rostro no pudo ocultar la turbulencia interior y se tornó oscuro como invadido por la noche, herido por la punta y el filo de un relámpago y su espada de fuego invisible. Toda la vorágine del dolor creció en él, en la morgue, en compañía de Agustín Calzadilla, frente al cadáver de Jorge Rodríguez, desnudo, con sus vísceras, costillas y testículos estrangulados. Carmelo no se amedrentó y dirigió junto a la clandestina dirección de la OR, el comité nacional de la LS y el Comité de Defensa de los Derechos Humanos un despliegue inusitado de propaganda y movilización por la libertad de David Nieves, hasta entonces desaparecido por la DISIP, y de quienes habíamos sido detenidos junto a Jorge Rodríguez por ese mismo cuerpo policial al atardecer y anochecer del viernes 23 de julio de 1976.
Carmelo tuvo asimismo una milagrosa salvación de emboscadas y persecuciones durante su clandestinidad a la vuelta de su destierro en Italia y su integración en la OR (Organización Revolucionaria). Cuando la emboscada guerrillera al ejército en el crucero de Aragua de Barcelona, Anaco y Barcelona y la detención, asesinato y desaparición forzada del estudiante universitario Luis Alberto Hernández, detenido por el “Gang de la muerte” en el pueblo de Aragua de Barcelona, Carmelo había recorrido antes esos predios en actividades clandestinas de apoyo político y logístico a las fuerzas revolucionarias y logró salir ileso del cerco policial y militar. No en vano era “El Libertador de oriente”. En Occidente, hacia 1970 y 71 se desató una feroz persecución, detención y torturas contra la dirección de la OR, sus militantes y amigos en el campo y la ciudad. Contra Carmelo armaron una emboscada en Los Humocaros, pero él no asistió a la cita prevista con quien se convirtió en delator de sus camaradas y llevó hasta allí a sus captores. Carmelo se salvó milagrosamente de la muerte.
Durante el gobierno de Luis Herrera Campins, gracias a sus relaciones políticas, fungió activa y positivamente de enlace para el retorno a la actividad política abierta de los dirigentes de la OR Julio Escalona, Marcos Gómez y Fernando Soto Rojas.
Finalmente, después de tantas batallas, el cáncer lo hirió de muerte y como los alcatraces fue a morirse en la misma casa de bahareque donde había nacido, frente al mar de Río Caribe, en silencio, sin quejas e inculpaciones. En santa paz con su santa barba y sus mismos zapatones de siete leguas. Murió lejos y tan cerca aquél a quién había conocido en Anaco, con su eterna barba profética, en un pleno sindical, cuando yo era un adolescente descalzo y sin camisa.
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