lunes, 18 de febrero de 2019

PASANDO LA HOJA / ¿Por qué defiendo la paz?

El almirante Craig S. Faller, jefe del Comando Sur de Estados Unidos, durante una visita con sus homólogos brasileños en Río de Janiero CreditErnesto Londoño/The New York Times


Manuel Isidro Molina

A los tambores de la guerra hay que responder con cantos por la paz y la solidaridad. Venezuela lo merece y nuestro maltratado pueblo lo necesita con urgencia, para impedir el holocausto que sería una invasión colombo-estadounidense como la que ha planeado el Comando Sur del Ejército de Estados Unidos contra nuestro país, bajo el mando de Donald Trump, jefe de una patota internacional que pretende convertir a la patria del Libertador Simón Bolívar en un protectorado gringo.

Impedir la destrucción de la guerra es prioritario. Sus descocados  promotores -que desde Venezuela claman por esa intervención militar neocolonial- no imaginan el peso de la historia que caerá sobre sus magras reputaciones de vendepatrias;  y sus aplaudidores -inducidos por una campaña bien orquestada a favor de los invasores- desconocen las terribles consecuencias de la guerra: les han hecho creer que se trataría de un videojuego o de una "operación quirúrgica" como la que tantas veces ha promovido la filmografía estadounidense, en la que "'los buenos' siempre ganan".

El camino de la paz
Las primeras víctimas de la guerra son la verdad, el derecho y los buenos modales: la destrucción y la muerte sanguinaria se vuelcan sobre el "teatro de operaciones" y sus poblaciones. En nuestro caso, abarcaría espacios de Venezuela y Colombia, inicialmente, como el señuelo de la "ayuda humanitaria" lo indica desde Cúcuta, principal centro de operaciones ofensivas hacia la zona fronteriza venezolana del estado Táchira. 

Colombia ha sido convertida en un portaaviones terrestre de EEUU. Así lo han querido los gobernantes de la oligarquía mafiosa que domina al vecino país -hermano historicamente-, enervado por las bandas del narcotráfico, la corrupción y el asesinato selectivo y despiadado de líderes políticos y sociales, dentro de un sangriento conflicto armado iniciado en 1936 con el masivo asesinato de obreros campesinos de las plantaciones bananeras estadounidenses en la norteña Urabá.

Las siete bases gringas instaladas en Colombia, están en pleno apogeo acopladas a los planes ofensivos del Comando Sur de EEUU contra Venezuela. La "Operación Libertad" está en marcha, nos amenaza a todos, independientemente de nuestros credos, ubicaciones ideológicas o condiciones sociales. Sería un holocausto, sin exageraciones.

Ante esa terrible posibilidad, viene a nuestro encuentro la sabiduría de Mahatma Gandhi:
"No hay camino a la paz, la paz el camino".

Comunidad internacional alerta
La inmensa mayoría de la comunidad internacional, afortunadamente, está firme en la defensa de la paz en Venezuela y contra la invasión militar de nuestra patria soberana e independiente. Incluso la mayoría de los casi cincuenta países que desconocen al presidente Nicolás Maduro y reconocen al autojuramentado diputado Juan Guaidó, se ha manifestado contra la guerra y la intervención militar. Ello constituye una magnífica señal, por encima de las manipulaciones que enfrentan espíritus atizados también por los múltiples impactos de la tragedia histórica que sufrimos en Venezuela.
En este ámbito es útil resaltar variables internacionales escondidas en la borrasca informativa:

-La Organización de Estados Americanos (OEA) no ha aprobado ninguna resolución condenatoria del gobierno del presidente Nicolás Maduro ni alguna que reconozca a Juan Guaidó como supuesto "encargado de la presidencia". Como lo ha hecho notar oficialmente la Comunidad de Naciones del Caribe (Caricom), el secretario general de la OEA, Luis Almagro, ha venido actuando desafortunadamente, irrespetando tanto modos diplomáticos como pautas del Derecho Internacional Público. 

-En el ámbito de la Organización de la Naciones Unidas (ONU), tampoco el Consejo de Seguridad ha tomado acuerdo alguno sobre Venezuela. Y sobre cualquier votación adversa a la paz y la integridad territorial  de nuestro país, será vetada activamente por China y Rusia, como sus respectivos gobiernos lo han anunciado.

-De las cinco potencias emergentes integrantes del grupo BRICS, con excepción de Brasil, cuatro respaldan al gobierno venezolano: Rusia, India, China y Suráfrica.

-En la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que actualmente preside Venezuela, PDVSA tiene asegurados suministros para la refinación de hidrocarburos y mercados para sus exportaciones de crudos.

-El Movimiento de Países No Alineados (NOAL) muy mayoritariamente respaldan al gobierno de Maduro.

-En cuanto a la Secretaría General de la ONU y la presidencia de su Asamblea General, ambos titulares han manifestado no sólo el reconocimiento institucional al gobierno venezolano sino su disposición para estimular el diálogo entre venezolanos y la búsqueda de acuerdos y soluciones en paz, sin injerencias hostiles y mucho menos armadas, como tantas veces han amenazado el presidente Donald Trump y sus más representativos secretario de defensa, Estado y Seguridad Nacional.

Todo esto lo refiero no para minimizar la fuerte alineación encabezada por Trump y Álvaro Uribe Vélez, integrada por el Grupo de Lima (menos México) y la mayoría de países europeos, sino con el objetivo de exponer las fortalezas internacionales reales del gobierno de Maduro, que mueve sus piezas para enfrentar tanto esa adversidad política -también muy real y hostil- como el bloqueo financiero, económico y petrolero impuesto por Trump con pretensiones mundiales, que no le han funcionado totalmente, como imaginaban él y sus belicosos asesores.

La fase extorsiva Brownfield
El ex embajador estadounidense en Caracas y Bogotá, William Brownfield, anunció lo que a su juicio su gobierno debía hacer con Venezuela:

“Si vamos a sancionar a Pdvsa tendrá un impacto al pueblo entero, al ciudadano común y corriente de las comunidades de Venezuela... En este momento quizás la mejor solución sería acelerar el colapso, aunque produzca un periodo de sufrimiento mayor, por un periodo de meses o quizás años“.

Eso lo espetó el diplomático gringo sin arrepentimiento ni miramientos. Es lo que un grupo desequilibrado de venezolanos extremistas han procurado y gestionado servilmente, y está aplicando Trump con su asfixia extorsiva financiera contra la sociedad venezolana. 


El prontuario de EEUU

Un factor internacional de primerísima importancia que viene actuando en la actual crisis política venezolana es el poder injerencista de EEUU. Quien obvie la potencia y las habilidades de este factotum de la política mundial y especialmente de la política, los negocios, los modos de vida y la dinámica comunicacional en América Latina y el Caribe, simplemente es un despistado o hace gala de un cinismo proverbial: lo primero evita aciertos en política, por errores de comprensión; y lo segundo desvela los grados de complicidad.

El prontuario de EEUU en golpes de estado, invasiones, guerras y despojos territoriales y económicos en asociación con las oligarquías corruptas y serviles en nuestra región, no sólo es protuberante desde el siglo XIX sino multiforme en escala sinfónica, desde La Florida, México, Puerto Rico, Cuba. Dominicana, Haití, Grenada, Panamá y el resto de Centroamérica hasta el enorme espacio suramericano: 

"Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos", dijo Poririo Díaz describiendo el ímpetu expansionista de la que iba a posicionarse después de la Segunda Guerra Mundial (1945) como primera potencia del imperio capitalista en cerrado duelo con la Unión Soviética, principal potencia de la esfera comunista internacional, que se vino abajo finalmente en el trienio 1989-1991.

Venezuela en el ojo del huracán 

EEUU se ha involucrado en los acontecimientos traumáticos de la política venezolana en las dos décadas signadas por la saga Chávez-Maduro (1999-2019), desde el golpe de estado de abril de 2002 y el paro petrolero-empresarial de 2002-2003 hasta las amenazas de invasión por el Comando Sur, hoy con riesgo cierto de ejecución en grado de holocausto. Y no es exageración.  

Sin embargo, aunque parezca contradictorio, el diseño mismo de este plan injerencista estadounidense lleva en él su principal antídoto: un nivel de cipayismo jamás visto tan descarada y servilmente en América Latina y el Caribe. 

En verdad, el cipayismo del que hacen gala quienes han procurado la desbocada intervención del gobierno de Donald Trump, no solo es vergonzosa sino de antología.

Las debilidades del plan Trump

Pero también -es cuestión de tiempo- el agresivo plan Trump contra la soberanía y la integridad territorial de Venezuela tiene dos fallas esenciales:

1.- Las debilidades intrínsecas de Trump, un presidente minoritario y desaforado.

2.- La estrecha alianza de EEUU con la oligarquía mafiosa colombiana, ejecutante y garante de los más aborrecibles crímenes, desde el narcotráfico de mayor calado internacional hasta el asesinato selectivo y persistente de líderes sociales y políticos durante los últimos ochenta y tres años, contados a partir de 1936 y no, como es usual, desde aquel 9 de abril de 1948, cuando asesinaron en Bogotá a Jorge Eliécer Gaitán. Su máximo exponente hoy, es Álvaro Uribe Vélez, jefe real de la "parapolítica", práctica criminal y sanguinaria, inhumana, de coacción, amedrentamiento, desplazamiento forzado de millones de colombianos en su propio territorio, despojo de tierras y cultivos a los campesinos, todo en alianza con las tenebrosas bandas paramilitares y narcotraficantes.

Trump como problema 

Donald Trump es un presidente atípico. Su ignorancia es protuberante, tanto como su brutalidad, es uno de los mandatarios más básicos que haya tenido EEUU. Carece de brillo estratégico, lo que trata de ocultar con sus espasmódicos lances intimidatorio, vulgares en el plano internacional.

Esto lo ha llevado a desquiciar la política exterior estadounidense, lo que ya impacta mucho y resumo en una pregunta que se harán y comentarán en privado muchos líderes mundiales:
-Hasta cuándo Trump?

Esa interrogante está instalada en la sociedad estadounidense con gran preocupación, legítima, por lo demás, porque desde el exterior rebotan hacia Washington peticiones de morigeración y control que comienzan a tomar en serio el Congreso de EEUU.

Trump es un presidente minoritario. Nunca ha sido acompañado por la mayoría del pueblo estadounidense. De hecho, obtuvo 2,7 millones de votos menos que Hillary Clinton en 2016, y solo accedió a la presidencia por el sistema de segundo grado establecido en la constitución mediante "colegios electorales". Y eso pesa: ese caballero jamás hubiese sido presidente de EEUU por voto popular directo.

Su talante de agresivo jugador en los negocios privados, lo ha llevado a cometer tantos errores en tan poco tiempo -apenas dos años-, que varios de sus principales secretarios (ministros) han salido despavoridos de las carteras de Defensa, Seguridad Nacional y Estado (cancillería). Ha abierto o degradado tantos frentes de conflictos internacionales, que :mantiene encendidas demasiadas alarmas sin haber aplacado ni uno sólo de esos problemas.

El caos Trump

No parece exagerado denominar estos dos años de gestión en la Casa Blanca, como "el caos Trump", sin direccionalidad definida ni logros tangibles: todo parece haber empeorado, desde las relaciones con China y Rusia, pasando por Siria, Afganistán e Irán, hasta los complejos temas de comercio internacional. 

Trump puede ser víctima de su propio "caos": mientras aparecen excéntricos gobernantes autoproclamados "seguidores" de Trump en América Latina, como en Brasil y El Salvador (nunca faltan), en Estados Unidos de América (EUA, que así es como se llama ese país, USA en inglés) se le vienen complicando las cosas.

En diciembre pasado, el Partido Republicano perdió la mayoría en la Cámara de Representantes, dejando al desnudo el declive de su "presidente minoritario". A mitad de su periodo de cuatro años, Trump luce entrampado en su propio laberinto, pudiéramos decir que sin mucho futuro y con serias complicaciones, casi irresolubles, como la pesadilla del flujo ilegal de emigrantes latinocaribeños por la frontera sur y el muro de contención de cara al descompuesto México heredado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien además vino a estropear severamente la solidez del Grupo de Lima, principal macana de Washington contra el gobierno de Nicolás Maduro. 

Así las cosas, el gobernante estadounidense camina al desespero, ahora maniatado por el Congreso, cuya mayoría -incluso en términos bipartidistas- ya muestra signos de agobio ante el "caos Trump" y va tejiendo las amarras: en materia presupuestaria provocó el cierre temporal del gobierno en áreas no indispensables; prohibió el uso de la fuerza militar en el conflictivo caso Venezuela; y más recientemente, la Cámara de Representantes le abrió una investigación al presidente por haber declarado "emergencia nacional" con el deliberado propósito de utilizar fondos del Pentágono para burlar los límites presupuestarios impuestos por el Congreso a la construcción del muro en la frontera con México. Mayor caos, imposible.

La guerra que "necesita ganar"

La situación descrita pudiera aminorar los riesgos de holocausto en Venezuela mediante una invasión militar colombo-gringa. Sin embargo, pudiera ser lo contrario: Donald Trump dijo durante su campaña electoral de 2016, que EEUU "necesita ganar una guerra", vistos los empantanamientos, derrotas y verdaderos genocidios cometidos por sus tropas y aliados en Vietnam, Afganistán, Libia, Irak y Siria, entre otros desastres. Pero ahora es Trump el que "necesita ganar una guerra" para salvar el pellejo y tratar de intentar la reelección en 2020, a la vuelta de la esquina. "Tratar de intentar" digo, porque no le será fácil escapar de un juicio político que termine echándolo de la Casa Blanca, tesis muy manoseada desde su triunfo en los colegios electorales, ya por los supuestos -y aún no comprobados- nexos de su campaña con el gobierno ruso, ora por sus confrontaciones recurrentes con el Congreso. 

La desgracia venezolana 

Nada de lo anterior constituye respaldo al errático gobierno de Nicolás Maduro, pero sí abona el camino de la paz en Venezuela. Conjurar el riesgo de invasión es prioritario.

"El gobierno de Maduro está muerto históricamente", escribí en 2018, sentencia plenamente vigente por la naturaleza misma de la gestión autoritaria, corrupta, arbitraria e ineficiente de la gestión Chávez-Maduro (1999-2019). 

La desgracia venezolana actual, verdadera tragedia histórica, radica en que "no sabemos quién es peor, si el gobierno o la oposición", vox populi.

El camino de la paz incluye necesariamente un diagnóstico acertado de la realidad nacional, fuera del guión impuesto por la diabólica y cínica contienda extremista chavismo-antichavismo. 

Una guerra, gestada por intereses muy bastardos, tanto nacionales como extranjeros -comenzando por los de la oligarquía mafiosa colombiana y los de los factores neocoloniales de Guyana- vendría a complicarlo todo: se agravarían todos nuestros problemas, habría pérdida masiva de vidas humanas y destrucción de la infraestructura nacional, ciudades y poblaciones menores. Sería un holocausto que conscientemente buscan quienes sueñan con una Venezuela desvencijada y hasta desintegrada.



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