Por Orlando Oberto Urbina
Habitamos un espacio geográfico, y quizás sentimentalmente somos habitados por una memoria de un espacio y su tiempo, memoria en cuyo interior vivimos.
José Saramago
Leemos a este insigne escritor, el poeta José Barroeta, o “Pepe” como se le conocía, con una inmensa trayectoria en las letras Venezolana, y su carisma de hombre de letras. Aparece como literato ilustre del estado Trujillo; la misma tierra que ha dado vida a un centenar de hombres y mujeres lúcidas de la palabra creadora.
Allí también nos encontramos con grandes de nuestras letras nacionales como Ramón Palomares, Adriano González León, Víctor “Chino” Valera Mora, Orlando Araujo (quien nació cerca de un río entre Barinas y Trujillo), Ana Enriqueta Terán, o Argimiro Gabaldon, solo por nombrar algunos. Así, esta crónica memorable le dedica su espacio a un amigo y poeta que fue ensayista, abogado y profesor universitario que tuvo un lugar preponderante en la poesía venezolana y latinoamericana.
José María Barroeta Paolini fue un poeta cuya efusividad, en su tono gracial y cordial, vivía su escritura como una ruptura serena de expectativas, como un canto de palabras y versos. Se desempeñó como profesor de literatura hispanoamericana y venezolana en la escuela de Letras de la Universidad de los Andes. Fue miembro de los grupos literarios “Tabla Redonda”, “En Haa”, “Trópico Uno”, “La Pandilla de Lautréamont”, “Sol Cuello Corto”, “Techo de la Ballena”, entre otros. El poeta Pepe Barroeta supo ser la voz y el sentido de la alegría de la poesía en Mérida, porque fue retrato de altísima categoría de la palabra.
También nos dice Rafael José Alfonso sobre este escritor excelso: “Y observamos cómo ese pampanito, a veces gris, otras veces sacudido por la algarabía de sus habitantes, desfigurado, lanzado al abandono, a la desidia, en la poesía de Pepe se hace resonancia de un universo plural, magnético donde deambulan vivos y muertos, enlutados y sonrientes, apacibles y violentos, borrachos y abstemios, santos y endemoniados.”
Barroeta egresó como abogado de la Universidad de Carabobo, y así pasó a ser uno de los fundadores de la revista Poesía de esta misma casa de estudios. Nació el 24 de septiembre de 1942 en Pampanito, estado Trujillo. Se destacó como director de publicaciones y director de cultura en la misma Universidad de Carabobo; en la revista Poesía dejó una imborrable huella junto a otras figuras destacadas de las letras venezolanas como Eugenio Montejo, J.M. Villarroel, Teófilo Tortolero y Reynaldo Pérez Só, todos ellos también fundadores de la prestigiosa revista, hoy en formato digital.
Su paso por Caracas fue único, ya que allí fundó junto a otros poetas “La República del Este” con el gran Caupolicán Ovalles, Adriano González León, Víctor (Chino) Valera Mora, y otros seres de fuego sagrado. Después de esta etapa, se va a residenciar en la ciudad de los Caballeros, y se hizo director de la escuela de Letras de la Universidad de los Andes. Cuando leíamos a estos grandes escritores como Pepe Barroeta, Ana Enriqueta Terán, Víctor (Chino) Valera Mora, Ramón Palomares, Adriano González León, supimos que indudablemente estos escritores transmitían una atmósfera de misteriosa magia en esas palabras vitales para crear en el espíritu del lector una vibración tan singular.
En el libro homenaje a Pepe Barroeta titulado “Todo ha sido soñar”, el acto de recordar al poeta de pampanito se inicia con unos textos de Adriano González León titulados “Arte de Anochecer”, en el que se lee una cita de Pepe: “Digo casi todos porque poseo algunas palabras que juegan a la vida, con un exceso de respiración fragante, propias para una visita de parranda y de fiesta a nuestra tierra natal…”
Me acostumbré a la idea de saberlos callados
bajo la tierra
Al comienzo me pareció duro entender
que mi abuela no trae canastos de higo
y se aburre debajo del mármol.
Prosigue Adriano González León aseverando que la poesía de Pepe Barroeta es un mensaje de dolencias y lamentos. Y ahora “¿Quién dará testimonios entonces de otras tristuras, de otros llantos y otras muertes? A vos te corresponde ser eterno. Como trujillano ya sabés la fórmula. Y la has cumplido a cabalidad, porque vos mismo estás allí: En el bosque amarillo donde me crié, en el azul nervioso de los cerros”.
Eduardo Moga, nos dice que el poeta José Pepe Barroeta muere cuatro días antes de que apareciera la edición del libro Todos han muerto, el cual recoge su poesía completa, título que se debe al libro de 1971, que fue su primera publicación, y que rememora un pueblo donde todos han fallecido, y la ausencia va dibujando sobre él en uno de los poemas del cual escribe:
Todos han muerto
la última vez que visité el pueblo
Eglé me consolaba
y estaba segura, como yo
de que habían muerto todos.
Me acostumbré a la idea de saberlos callados
bajo la tierra.
El poeta va a andar de lápida en lápida en esa ausencia en la que su valentía y epitafios van construyendo todo lo que padece, y en el que describe su enfermedad. Es quizás su último libro, y así casi lo dice en Elegías y olvidos:
En mi pared bronquial
con arquitectura parcialmente alterada
por neoplasia maligna epitelial
las células se disponen en nidos y cestos
fragmentando el sonoro tejido de la noche.
Una escritura que va delatando sus quebrantos y obsesiones de su vida, Pepe Barroeta se sentencia con esos poemas en los que él mismo reafirma “Mi vida es un cadáver”. Entre sus otros libros se conocen: Obra poética 1971-1996 (Ediciones El Otro, El mismo, 2001) y Presencia Lírica completa, que recoge los libros Todos han muerto (1971), Cartas a la extraña (1972), Arte de anochecer (1975) y Culpas de juglar (1996).
El lunes 5 de junio de 2006 se despidió de lo terrenal nuestro gran poeta José Pepe Barroeta a los 64 años. Un cáncer cerebral acabó con este escritor, quien nos dejó para siempre su promesa de que Todo es soñar como parece emular a Calderón de la Barca, y en aquel texto suyo que recuerda momentos de aquel Canto a mí mismo:
“Yo era el mejor poeta de mi tierra
y de toda la tierra.
Adentro de mí llovía y relampagueaba y sentía siempre unas inmensas ganas de llorar.
Yo me reía de las frutas que caen en los tinglados y asustan el silencio
y hablaba con los muertos y con los animales
que pasaban por la miseria vestidos de capitales largos.
Fuerza lacerante que caracterizaba a este poeta de Pampanito. Su voz es todavía un río suelto de palabras y sueños con una embriaguez permanente en su vida. Tanta luz y estrellas, y esa búsqueda de certezas en Pepe Barroeta, nos llevan a su vida sensible que nos enfrenta a la dureza de la vida misma.
Y me enamoraba de mí y de ti y de todas las miradas
que vienen desde lejanos pueblos a la imaginada mesa del ecuador
a buscar estrellas y panes de cobre para maldecir hombres
en el centro del mundo.
Vivió la vida agitada de la cual no escaparon los que provenían de esa camada de literatos como El Chino Valera Mora, Carlos Contramaestre, Ramón Palomares, Alfredo Silva Estrada, Gabriel Jiménez Emán, Enrique Hernández de Jesús, Humberto Harris Duque, Salvador Garmendia, Tito Núñez, Edmundo Aray, Los Hermanos Miliani, Pedro Paraima y Luis Brito García. Muchos de ellos construyeron y organizaron en 1970 El Congreso de Cabimas, y anduvieron en aquel país soñado de soñadores y rebeldes de los años sesenta.
Rindo esta humilde crónica -sin pretensiones ni polémicas- porque la poesía siempre ha soñado transformar –o aligerar- este vivir doloroso que sufren los solitarios y los más desposeídos. Por esto vale la pena escribir con poesía y sin miedo. Por eso, evocamos un canto de palabras en homenaje a Pepe Barroeta.
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