Es lector por su mamá, Maura Peñaloza, y por su papá,
Manuel Isidro Molina Gavidia. “Independientemente de los desarrollos tecnológicos
el periodismo sigue siendo humano y sigue siendo un reto intelectual para quien
lo ejerce”, asegura el veterano periodista, ávido lector y pluma de referencia
de la comunicación social y la política en Venezuela
Entrevista publicada en el Suplemento LETRAFILOSA
del diario CORREO DEL ORINOCO / Caracas, 07.11.2015
Por Vanessa Davies
Fotos: José Luis Díaz
A Manuel Isidro Molina (periodista nacido en Valera el
17 de abril de 1950, pero más caraqueño que trujillano) lo enseñó a leer su
mamá, Maura Peñaloza de Molina, quien todavía vive. “Ella es educadora,
egresada de la UCV, terminó siendo orientadora del liceo Seijas en Caricuao”,
narra Molina, siempre periodista –y en su caso, de investigación y de
denuncia–, apegado al dato. También lo sumergió en los libros su papá, Manuel
Isidro Molina Gavidia, quien fue “como un motor intelectual para la familia y
para todo el que lo conocía”, porque “como gran lector y por su formación
autodidacta como tipógrafo, locutor y periodista, siempre estuvo pendiente de
estimular el conocimiento en los demás”. Molina Gavidia dirigió la Escuela de
Periodismo de la UCV y presidió el Círculo de Periodismo Científico de
Venezuela.
Eran siete hermanos. “Papá siempre nos vinculó con los
diccionarios. Le preguntabas una tarea de niño, en la escuela, y él te respondía;
te decía que lo buscaras en el diccionario, y comenzaba una charla con una sola
palabra”, rememora. Eso lo preparó para no tener una lectura lineal, sino
saltar de un libro a otro, visitar la biblioteca, buscar libros y libros. “Es
un modo de leer complejo, que se lo atribuyo a mi papá”, agradece.
El 10 de diciembre se cumplirán 100 años del
nacimiento de Molina Gavidia en Valera y se le hará un homenaje ese día. Tres
grandes amigos confesaron que Molina Gavidia, cuando eran muchachos, los introdujo
en la lectura y en el pensamiento revolucionario: Pepe Barroeta, Adriano
González León y Francisco Prada.
“Los recuerdo con mucho afecto, con mucho respeto, porque con ellos compartí en
diversas oportunidades”, precisa Molina.
Fue el Partido Comunista de Venezuela el que formó a
Molina Gavidia. “Una vez mi papá nos dijo que le agradecía al Partido Comunista
no ser un borrachito de esquina de pueblo, porque en ese tiempo los pueblos
estaban muy deprimidos y lo que había era aguardiente de fin de semana”, pero
al despertar en él la inquietud política “comienza a formarse”. Este hombre,
siempre vinculado con el mundo de las publicaciones, “cursó hasta tercer grado,
y tuvo una formación autodidacta hasta que, en los años 60, comenzó a estudiar
técnico en periodismo en la UCV y simultáneamente sacó sexto grado y
bachillerato”, relata.
Todo esto, plantea, “lo digo con gran honor, con gran
respeto, porque siempre me reta, me ilustra y me reconforta”. Maura Peñaloza
“siempre fue una gran lectora”, pero “mi papá siempre era más exigido. Su
biblioteca era muy surtida, era un centro de tertulia porque en ella se reunía
con los alumnos, con los camaradas de la política”.
Su padre le contaba que siempre le gustaba reunirse
con personas mayores que él y que supieran más que él, y así ha tratado de
seguirlo: “Siempre trato de conversar con gente interesante, compartir
documentos y bibliografía”.
Molina –columnista del semanario La Razón, hombre de
izquierda y siempre muy crítico– advierte que nunca ha sido un hombre dogmático,
y que en su hogar siempre convivieron la diversidad de criterio, de pensamiento
y de ideologías. “Eso vale para las lecturas”, recalca. “Hay que leer de todo,
y el mundo actual demuestra que la pluralidad y la interacción de la diversidad
son la clave para una vida realmente humana, encomiable, solidaria, de
desarrollo”.
MAESTROS DE LA UCV
El periodista, egresado de la Escuela de Comunicación
Social de la Universidad Central de Venezuela (UCV), habla de dos profesores “de gran valía” que lo acompañaron en
su proceso de formación:
Alexis Márquez
Rodríguez, quien “me recibió en la escuela en 1972, cuando yo tenía 22
años, porque vi castellano I con él; era un profesor grato, brillante, amable y
simpático, con quien uno se podía llevar bien”. Márquez “tuvo legiones de
estudiantes y los formó bien”, refiere. “Estuve en un seminario sobre
Carpentier, y uno de los condiscípulos fue Earle Herrera”.
El otro profesor que nombra es el poeta y docente Carlos Augusto León, “quien me dio
literatura latinoamericana”. En ese tiempo –años 70– se debatía mucho sobre el
nuevo periodismo estadounidense, y “había una gran discusión en la escuela
sobre literatura y periodismo y la fusión de ambas”. En una clase “le consulté
a León sobre la diferencia entre periodismo y literatura, y me respondió algo
que no he visto en ningún libro: para el
literato el lenguaje es su objeto, y para el periodista es su instrumento”.
Eso “zanjó la discusión en mí”, admite, y en nada les resta méritos a los
literatos que incursionan en el periodismo y viceversa.
Otro profesor, agrega, “no solo me marcó sino que me
salvó: Juan Páez Ávila”, quien
impartía periodismo interpretativo II. “Por esa irreverencia que siempre he
tenido decidí irme de la escuela –en 1978, casi terminando la carrera– por los
problemas de pénsum” y la información le llegó a Páez Ávila. “El profesor me
preguntó si me iba a ir de la escuela; me dijo que iba a ser un gran
periodista, que era un gran luchador y que todo lo que hiciera en periodismo y
en política lo haría mejor con una licenciatura. Fue tan contundente que ni
siquiera le respondí. Le agradezco eso a Juan Páez Ávila”.
En algún momento tuvo a su propio papá como profesor
en la UCV, en el área de técnica gráfica. Molina Gividia le puso la que fue su
peor nota (14) en esa materia. “Nunca chisté”, afirma. “Él extremó la
exigencia” porque era su hijo.
LOS LIBROS MARCADOS
Molina, padre de siete hijas e hijos, es un periodista
de los de antes. “El libro que no me cautiva es un libro que no leo”, asegura.
Cuando estudiaba en la ECS intentó leer un libro escrito por Aníbal Romero sobre Simón Bolívar, un ensayo premiado
internacionalmente. “Lo compré, lo leí y me pareció un libro absolutamente
tergiversado, que pretendió colocar históricamente al Libertador como un hombre
reaccionario, como un miembro acrítico del mantuanaje, despreciando el rol
anticolonial y antiimperialista que tuvo Bolívar. No lo critico por haberlo
escrito, pero el resultado me parece que fue muy malo”, expone.
Del periodista y docente Héctor Mujica recuerda el libro Sociología venezolana de la
comunicación: lo leyó, lo analizó y elaboró un informe sobre el texto.
“Me pareció un libro bastante sólido desde el punto de vista de las fuentes, y
sin embargo le encontré una ‘falla’: tenía más fuentes extranjeras que de
indagación nacional”, manifiesta. Mujica “fue como hermano de mi padre” y en
los últimos años de su vida pudo compartir y conversar con el periodista
caroreño. “Con Héctor se aprendía mucho”, reivindica.
En particular lo marcó un seminario con Eleazar Díaz Rangel sobre el Correo
del Orinoco, porque le permitió sumergirse “en la calidad y la
dimensión del primer periódico realmente patriota, que era herramienta del
renacimiento de la República”. También fue posible discutir, con la orientación
de Díaz Rangel, la naturaleza del periódico. “Era un periódico complejo y
completo, una mezcla entre Gaceta Oficial, reporte de guerra, medio de
relaciones internacionales y un medio de polémica ideológica y política”,
describe. Trae a colación la respuesta anónima del Libertador a una proclama de
Domingo de Monteverde, porque
reproducía un párrafo del representante realista y él lo contestaba. “Era un
periodismo vivo que era periodismo de Estado, de guerra, económico, de
relaciones internacionales e ideológico”.
En los años 70, en la ECS, “tuvimos la fortuna de
contar con docentes de primera línea; me horrorizo cuando un profesional dice
‘la universidad no me enseñó nada’. A mí me enseñó todo, y me enseñó un
elemento clave que debe ser retomado en esta época del periodismo”, puesto que
“independientemente de los desarrollos tecnológicos el periodismo sigue siendo
humano y sigue siendo un reto intelectual para quien lo ejerce”. En ese tiempo
la UCV, tal como lo valora, fue el escenario de una discusión mundial.
Quienes pudieron compartir la experiencia en la UCV en
los años 70, con todo el condimento político, “coincidimos en que fue una época
única, con investigadores avezados, personas actualizadas que eran amigas de
los estudiantes y transmitían con pasión sus inquietudes”, defiende. Estima
que, en lo personal, no ha finalizado el trayecto en la universidad porque la
conexión con el conocimiento no se cierra. “El espíritu universitario nunca
debe perderse”, subraya.
En la UCV vivió el boom latinoamericano. “De ese boom
me gusta más García Márquez, definitivamente, no solo por su brillo sino por su
desparpajo y la cadencia de su literatura”, puntualiza Molina. Cita un libro
del autor colombiano, Crónica de una muerte anunciada,
porque al leerlo “ves el movimiento, la figura, con la costumbre de no leer
letras ni palabras sino imágenes”. Califica de apasionante la obra periodística
de García Márquez, y no entiende por qué lo que hizo en Venezuela como
periodista no tiene la relevancia que merece.
No deja por fuera El túnel, de Ernesto Sábato, por la manera como “es capaz de transmitir
gratamente la angustia humana”. En su criterio, Las venas abiertas de América
Latina, de Eduardo Galeano,
“es un libro de actualidad permanente”. También admira al poeta César Vallejo y relata que, al hablar
sobre el poema Palmas y guitarra en una tertulia entre amigos y tragos en
Sabana Grande, “en los años 80 largos”, se ganó el no tener que pagar la cuenta
porque nadie más conocía el texto.
LOS IMPRESCINDIBLES
El periodista Manuel Isidro Molina aclara que, al
citar a sus autores preferidos, no le resta méritos a ningún otro. Pero, en la
lista de quienes no deben faltar en una biblioteca o en una cabeza, estos son
los elegidos:
* Las venas abiertas de América Latina,
de Eduardo Galeano.
* El Libertador, de Augusto Mijares, y Bolívar de Indalecio Liévano Aguirre.
* Pablo Neruda
es uno de los autores “marcadores”. En Confieso que he vivido “hizo un
enorme aporte humano desde su lustre literario y su concepción de la vida”,
evalúa.
* Su gran escritor venezolano es Miguel Otero Silva. “Todos sus libros los leí, desde Fiebre
hasta La piedra que era Cristo, y siempre digo que si algún literato
venezolano merecía el Nobel de Literatura, ese era en primer lugar Miguel Otero
Silva”, argumenta. Fue, además, una personalidad de la cultura muy importante:
ensayista, político, novelista.
* Adriano González
León y su País portátil.
CUATRO DE CUATRO
1) ¿Cuánto
lee Manuel Isidro Molina al día?
–Creo que unas
cuatro horas al día, pero no solamente libros. Habitualmente me levanto entre
3:30 am a 4:00 am, leo y releo. Hay algunas cosas que me llaman la atención.
Ahorita estoy releyendo el Libertador de Augusto Mijares, un libro
indispensable para la comprensión de la historia venezolana.
2) ¿Qué
lee?
–Política,
historia. Además de mi trayectoria política, que es muy larga (desde los 14
años) y en cargos de elección (como diputado y presidente del Colegio Nacional
de periodistas), hice la maestría en Ciencias Políticas de la USB. Siempre
estoy buscando reportajes sobre la situación prebélica mundial, las guerras
contemporá- neas en el Medio Oriente, la tensión Rusia-Estados Unidos y
Rusia-OTAN, las tensiones en el Mar de la China Meridional.
3) ¿Cuál
es su visión de internet?
–Internet
resume y pone al alcance de los usuarios todas las tecnologías conocidas hasta
el momento para la transmisión del conocimiento, desde el libro hasta las redes
sociales. A quienes critican internet les digo que escojan bien los contenidos,
porque puedes encontrar mucha basura, pero también materiales de excelencia.
Hay un ámbito lúdico de internet que no se puede obviar, sobre todo en las
nuevas generaciones que se alejan de la complejidad. Creo que internet es una
enorme biblioteca y una enorme hemeroteca; te da acceso a textos, a libros, a
sonidos, a los grandes ensayistas de esta época, como Noam Chomsky. A estas
alturas, en el año 2015, no te puedes imaginar el mundo sin internet. No hay ámbito
de la vida humana que no esté tocado por esas tecnologías. Cualquier cosa hoy
pasa por las tecnologías de la información y por la cibernética.
4) ¿Qué
hacer para promover la lectura?
–La escuela es
insustituible en todos sus niveles. No tengo nada contra la formación a
distancia, porque profesionalmente te puedes formar con ese tipo de
herramientas, pero un buen docente es insustituible: el docente armado de
pedagogía que te resume en una clase 20 libros y media vida de experiencia. La
formación pedagógica en los primeros años es esencial y por eso los esfuerzos
que se han hecho por la escolaridad son encomiables; es encomiable el esfuerzo
del Gobierno en los últimos lustros por contribuir a superar el analfabetismo
cibernético. Se los he dicho a mis hijos y a las nuevas generaciones: la
diferencia está en el conocimiento. Somos iguales ante la ley; la diferencia
está en el conocimiento. Y así como la escuela es básica, el libro sigue siendo
básico.
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