viernes, 27 de mayo de 2022

Medidas desesperadas: de cómo los «halcones de Venezuela» en Washington planearon bombardear, invadir y asesinar*


Un análisis de todas las revelaciones de Mark Esper sobre Venezuela en su libro "Un juramento sagrado"
Por Ángel González

En el libro Un juramento sagrado: memorias de un secretario de Defensa durante tiempos extraordinarios, escrito por el exjefe del Pentágono de Donald Trump, Mark Esper, este experimentado político conservador estadounidense dedica a Venezuela casi la totalidad de las 40 páginas que conforman el capítulo 11, titulado “Medidas Desesperadas”. Solo algunas cuartillas de esta sección describen anécdotas sobre otras temáticas, como la idea de Trump de lanzar misiles hacia México para destruir laboratorios de drogas o la de dispararle a las piernas a los manifestantes del movimiento Black Lives Matter. 
 
El grueso del relato detalla cómo Trump y un séquito de extremistas de cuello blanco insistieron en múltiples ocasiones para que se planificara una acción militar contra Venezuela. También da cuenta del comportamiento criminal tanto de los funcionarios de Washington como de los antichavistas venezolanos aglutinados alrededor de la figura de Juan Guaidó, quienes con desparpajo ventilaron «opciones» que incluían invadir nuestro territorio con tropas extranjeras, bombardear ciudades y derrocar y asesinar al presidente Nicolás Maduro.

Mark Esper ocupó el cargo de secretario de Defensa durante poco más de un año, entre el 23 de julio de 2019 y el 9 de noviembre de 2020. Durante ese breve período fue testigo de cómo las intenciones de Trump de «deshacerse de Maduro» eran tan sólidas como su convencimiento de que «Maduro era fuerte y Guaidó era débil». De hecho, así como queda clara en estas páginas la completa sumisión y dependencia política de los opositores venezolanos a los designios de Washington, también las crónicas allí narradas pueden ser leídas como la historia de un fracaso.

Cuenta el autor que tan temprano como el 30 de abril de 2019, apenas 97 días después de que Juan Guaidó, espoleado por el gobierno gringo, se autoproclamara «presidente interino», el propio Donald Trump perdió todo interés en seguir apoyándolo como figura política. El hecho, según Esper, marcó el final de una fase crítica. A partir de allí, el jefe de la Casa Blanca:

    “No podía ver a Guaidó como presidente del país, y mucho menos capaz de derrocar a Maduro, lo que disminuía su entusiasmo por respaldarlo”.

Sin embargo, escribe Esper, “una y otra vez, Trump pediría opciones militares” sobre Venezuela. El exfuncionario deja claro que él mismo nunca creyó que las acciones de Trump fueran motivadas por algún genuino interés altruista, sino que coincide con las palabras del exconsejero de Seguridad Nacional John Bolton, quien escribió en su propio libro de memorias, que el interés de su jefe era “acceder a las reservas petroleras de Venezuela”. Además, señaló que estas acciones políticas, a fin de cuentas, estaban conducidas por fines electorales. “Para él todo se trata solo de los votos; no hay ningún principio detrás de esto”. (John Bolton. La habitación donde ocurrió: una memoria de la Casa Blanca. 2020)

Lo cierto es que, durante gran parte del año 2019, según Mark Esper, el tema de Venezuela no ocupó el tiempo de los altos funcionarios de la Casa Blanca. Al parecer, habrían dejado todo en manos del Departamento del Tesoro y su infamante política de sanciones. Pero en el mes de diciembre volvieron levantar vuelo los que Esper llama “halcones de Venezuela” (Venezuela hawks). 
 
La élite cubano-venezolana de Miami contaba con piezas claves en Washington, además del senador Marco Rubio, quizás el más ruidoso de estos radicales. Tenían a Mauricio Claver-Carone, el director senior del Consejo de Seguridad Nacional (NSC) para el Hemisferio Occidental, quien “estaba impulsando una línea dura en la Casa Blanca y encontró un oído complaciente para las opciones militares en O’Brien”.

Robert O’Brien, republicano ultraconservador veterano de la administración Bush, había sustituido en septiembre a John Bolton como Consejero de Seguridad Nacional. Junto a Claver-Carone, se encargó de darle un “segundo aire” a Guaidó frente a Donald Trump. Lograron que el presidente gringo lo recibiera el 5 de febrero de 2020, en una reunión a la que asistió acompañado por Julio Borges, Carlos Vecchio y un sujeto hasta el momento desconocido, Juan Salcedo Márquez, quien luego se supo que es primo de Guaidó y pasó, en medio de las andanzas del autoproclamado, de ser guía turístico y productor de conciertos en Boston en 2018 a figurar como director de un fondo de inversiones llamado Fivendes, registrado en Londres en 2019. Es en este encuentro donde se concentran las revelaciones más importantes del libro Un juramento sagrado…
 
Esto es lo que hay

“Hablé con Trump durante unos minutos justo antes de su sesión en el Salón Oval con Guaidó el día cinco. Todavía tenía serias dudas sobre el joven líder, diciendo que se veía ‘débil’, especialmente en comparación con lo ‘duro’ y ‘fuerte’ que parecía Maduro. Trump dudaba de la capacidad de Guaidó para derrocar a Maduro. Luego giró rápidamente y habló con admiración de la esposa de Guaidó, Fabiana Rosales, a quien Trump conoció en la Casa Blanca en marzo de 2019. La describió como ‘muy joven’ y mencionó que no usaba anillo de bodas. Esto pareció desconcertar al presidente, la curiosidad era visible en su rostro, pero en general Trump parecía más impresionado por Rosales que por su esposo”.

El relato de Mark Esper insiste en dejar clara la opinión que Donald Trump mantuvo siempre con respecto a Juan Guaidó, quien al propio secretario de Defensa tampoco le parecía estar a la altura de los acontecimientos. Sobre todo, frente a la figura de Nicolás Maduro, quien, según Esper, “ciertamente tenía la apariencia robusta y obrera que reunía ‘todo el estereotipo’, como solía decir Trump”.

Sin embargo, el presidente gringo se tomó el tiempo para hacerle el juego a la ficha que, después de todo, su propia administración había impulsado como recurso para atender “la cuestión de Venezuela”.

Luego de los saludos formales, relata el autor, Trump le hizo a Guaidó una propuesta directa sobre el uso de militares gringos para ir contra el presidente venezolano, incluso asesinarlo, preguntándole: “¿Qué pasaría si el ejército de EEUU fuera allí y se deshiciera de Maduro?”. A juicio de Esper, la respuesta de Guaidó no fue tan clara o audaz como él se lo esperaba. Sin embargo, para efectos de nuestro país, nuestras leyes y nuestra soberanía, su contestación ante el planteamiento hecho por el jefe del gobierno imperialista fue, por decir lo menos, terrible y bochornosa: “Por supuesto que siempre agradeceríamos la ayuda de Estados Unidos”.

Inmediatamente, el autoproclamado líder de la oposición trató de matizar la afirmación que acababa de hacer agregando que los venezolanos, en especial un grupo ubicado en Colombia, según sus palabras, querían “recuperar su país ellos mismos”.

A Mark Esper le pareció esta última la mejor de las “opciones militares”. Por supuesto, pensando más políticamente que como patriota, el jefe del Pentágono trataba de evitar a toda costa un plan que implicara la acción directa de sus fuerzas armadas. “Después de todo, el ejército estadounidense tenía experiencia en el entrenamiento de fuerzas extranjeras y esta era una solución mucho mejor que usar tropas estadounidenses contra Maduro”, confiesa este señor con la dureza de rostro que solo los gringos pueden lucir.

Con esta idea en la mente, Esper rompió el silencio que había mantenido en la reunión para increpar él mismo a Guaidó: “…su gente realmente estaría dispuesta a organizarse, entrenarse y luchar?”. Para su decepción, la respuesta recibida fueron puros rodeos para terminar soltando un “sí” empapado de un tono inseguro.

Se había consumado un acto concreto e incuestionable de traición a la patria. Y es un alto funcionario de Estados Unidos, testigo presencial de los hechos, quien se ha encargado de documentarlo.

A este punto, Trump ya estaba impaciente. La reunión se había hecho larga y sin rumbo. Aun cuando los representantes del antichavismo habían solicitado, en pleno Salón Oval, la intervención de Washington en su propio país, el jefe de la Casa Blanca seguía sin estar convencido, básicamente, por la pobre imagen proyectada por sus interlocutores, a quienes, señala Esper en su relato, Trump examinaba con mucha atención mientras hablaban.

El famoso “pragmatismo norteamericano”, sumado al desánimo que su invitado provocaba en el presidente estadounidense, hizo que este les diera las gracias a los visitantes y los “invitara” a continuar la reunión, sin él, en otra sala.
Redes oscuras

Durante esta segunda parte del encuentro, los “halcones”, es decir, los miembros del Consejo de Seguridad Nacional (NSC) intensificaban su postura en favor de una operación militar para lograr lo que en jerga estratégica ellos llaman “cambio de régimen”. Esper dice que su única preocupación era tratar en lo posible de que no se involucrara directamente a militares gringos. De hecho, cuenta que antes de la reunión le había comentado a Trump, medio en broma y medio en serio, que la oposición venezolana “lucharía hasta el último estadounidense” si se lo ofrecieran.

El secretario de Defensa decidió “presionar un poco más” a los opositores para ver si encaminaba el asunto hacia una especie de guerra, pero con soldados que no fueran estadounidenses. Como si de alguna especie de ganado se tratase, o si estuvieran hablando de mercancías, Esper se refirió a los “4,5 millones de migrantes”, especialmente los ubicados en Colombia:

“‘Si algunos de ellos pudieran ser entrenados y equipados por Estados Unidos’, pregunté, ‘¿estarían realmente dispuestos a luchar?’. Nunca escuché una respuesta sólida. Más bien, me dijeron que tal plan tomaría mucho tiempo, sería complicado, etc. No estaba buscando asumir esta misión, pero pensé que era más viable y aceptable que algunas de las opciones propuestas por O’Brien y el NSC. En mi mente, por supuesto, pensaba que su respuesta real era: ‘Sería mucho más fácil y rápido si EEUU hiciera esto por nosotros’».

Luego de esto, la conversación pasó de tratar acerca de una operación a gran escala a algo más parecido a una operación especial dirigida específicamente a atentar contra la persona del presidente Nicolás Maduro. Esper cuenta que uno de los acompañantes de Guaidó, sin precisar cuál, le dijo: “Tenemos algunos planes en los que ustedes (el gobierno de EEUU) saben que estamos trabajando, pero aún no están listos”. Estas palabras estuvieron acompañadas por un cruce de miradas y sonrisas con Mauricio Claver-Carone, quien luego, al encontrar su vista con la de Mark Esper, se puso serio e intentó disimular. Esper afirma que no sabía nada de lo que estaba ocurriendo. Incluso, luego asegura que le consultó a la jefa de la CIA (Agencia Central de Inteligencia), Gina Haspel, sobre estos supuestos planes de la oposición que él desconocía. La encargada del espionaje estadounidense respondió que ella tampoco tenía idea. Esper reconoce en su escrito que era muy raro que las cabezas del Pentágono y la CIA no estuviesen al tanto de una operación de este tipo por parte de la oposición venezolana. Estaban intentando pasar incluso por debajo del tutelaje oficial de la burocracia de Washington, la conspiración para planificar un asalto violento a Venezuela tenía lugar en medio de las oscuras redes de poder de la ultraderecha norteamericana.
Mauricio Claver-Carone

¿Quién es Mauricio Claver-Carone? Este personaje, que juega un rol central en toda esta historia, es un republicano de larga carrea tanto en el gobierno como en el ejercicio de lobbies a favor de la élite contrarrevolucionaria más radical de Miami. Nacido en Florida y criado en Madrid, trabajó en el Departamento del Tesoro durante la administración de George W. Bush y ha sido uno de los encargados de ejercer presión en Washington para establecer una “línea dura” contra Cuba y Venezuela. Al asumir Trump la presidencia, volvió al Departamento del Tesoro y luego fue designado representante de EEUU ante del Fondo Monetario Internacional, donde permaneció breve tiempo antes de pasar a ser el consejero senior de Seguridad Nacional para Asuntos del Hemisferio Occidental, es decir, el principal coordinador de las políticas de la Casa Blanca para América Latina, el Caribe y Canadá. Este “halcón” es la persona clave y la puerta de entrada del extremismo mayamero a la sede del poder estadounidense. Hoy es el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, posición donde lo instaló Trump justo antes de perder la elección a finales de 2020. Permanecerá allí hasta el año 2025.

Tres meses después de la reunión en el Salón Oval, el 3 de mayo de 2020, tuvo lugar un intento de invasión armada a Venezuela por las costas de La Guaira y Miranda, que fue frustrado rápidamente por la acción de la policía, la fuerza armada y la población civil. Mark Esper dice en el libro que siempre ha asociado este hecho con aquella operación secreta de la que hablaban los opositores venezolanos con los miembros del Consejo de Seguridad Nacional y que él desconocía. Reconoce que la incursión estuvo liderada por dos miembros retirados de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos y afirma tener conocimiento de que “Guaidó habría aprobado la operación”. Una vez más, las palabras escritas por el exfuncionario de Washington comprometen tanto a la oposición venezolana como a su propia administración en la comisión de graves delitos contra el país.
“Máxima presión”

Más o menos para esas fechas, entre la primavera y el principio del verano de 2020, refiere Esper que hubo varias reuniones entre varias agencias del gobierno estadounidense sobre Venezuela. Allí, O’Brien y Claver Carone, los líderes del NSC, “presionaban fuertemente por algún tipo de acción militar contra Cuba y Venezuela”. Dice que una de las propuestas hechas en una reunión de alto nivel consistía en realizar un bloqueo naval, pero que esta “murió bajo el peso de su propio absurdo”.

Tal vez esa idea fue esgrimida como táctica para que la siguiente fuera tomada como “más razonable”. En el mismo capítulo del libro se cuenta cómo el propio Donald Trump gustaba de hacer este tipo de jugadas, incluso para lograr el nombramiento de funcionaros que debían ser aprobados por el Congreso. Es el caso del nombramiento de John Radcliffe, un republicano del “trumpismo” más radical que había sido rechazado para ocupar el puesto de Director Nacional de Inteligencia. Entonces, Trump nombró como encargado a Ric Grenell, considerado aún más peligroso y radical. Con esto logró en pocas semanas que el Senado confirmara a Radcliffe en el cargo como vía para salir rápidamente de Grenell. El presidente gringo expresaba abiertamente estar orgulloso de su astuto proceder. Todo esto ocurrió durante el mismo período en que se discutían las “opciones militares” contra Venezuela.

La segunda idea planteada era la de interceptar barcos de petróleo venezolano en altamar. Es decir, se planteaba, sencillamente, robar el petróleo de Venezuela para evitar su venta y así la entrada de dinero al gobierno de Caracas. Según Esper, estas propuestas eran siempre presentadas por los jefes de las agencias civiles, como el Consejo de Seguridad Nacional, pero continuamente objetadas por los altos cargos militares, como el general Mark Milley, presidente del Estado Mayor conjunto, y él mismo como secretario de Defensa.

“Era frustrante que cada una de estas reuniones del NSC, al parecer, siempre comenzara con la consideración de opciones militares, en lugar del otro extremo del espectro: la diplomacia”, reflexiona Esper. De hecho, asegura que siempre, antes de las reuniones, el NSC pedía a los funcionarios medios del Departamento de Defensa que preparan opciones militares para ser discutidas por sus jefes, cosa que él mismo llegó a prohibir.

El autor de estas memorias relata que hubo caros enfrentamientos entre distintas agencias del gobierno gringo en torno al uso de la fuerza militar. Esper se encargó de desarmar los planes de intercepción de barcos con preguntas de método que tenían que ver con la forma de llevar a la realidad ideas tan arriesgadas. “Los inconvenientes más importantes son los de legalidad, riesgo y logística”, dirá en alguna oportunidad. Por eso en la Casa Blanca lo tacharon a él y a su equipo como “foot draggers” que no querían ayudar al presidente, expresión que hace referencia a quien se muestra renuente a acometer con prontitud las acciones requeridas, pero que también significa en argot callejero algo como “putas de mierda”. En parte esta sería una de las causas que animaron a Esper a escribir el libro.

Semanas después, hubo una reunión del equipo de seguridad nacional con la participación de Donald Trump. El objetivo del encuentro era específicamente actualizar al presidente sobre el tema de Venezuela. Allí se hizo evidente el poder ostentado por Mauricio Claver-Carone, a quien su jefe, Robert O’Brien, cedió la palabra luego de hacer una breve introducción. Mark Esper resalta que esto es muy poco común. Claver-Carone fue entonces la voz principal del NSC, donde pasó rápidamente “de hacer un recuento de hechos a una defensa abierta de la acción agresiva”.

“Pensé que fue demasiado lejos cuando dijo: ‘Si no se derriba al gobierno de Maduro, se dañaría la seguridad de la nación’; y luego agregó, hablando directamente a Trump: ‘No creo que usted quiera ver escrito en el Wall Street Journal, señor presidente, que esto sucedió bajo su mandato’”.

Aunque Esper considera que esas palabras rozaban el borde de la amenaza, admite amargamente que las mismas fueron respaldadas por Robert O’Brien y, peor aún, parecían caer muy bien en el propio Donald Trump. “Eso era peligroso”, remata.

Cuando le tocó el turno de hablar, Esper lo que hizo fue tratar de contrarrestar la idea de que el Departamento de Defensa no estaba haciendo nada por colaborar con este tema y destacó las operaciones del Comando Sur en la región, como los ejercicios militares en el caribe y aquellas llamadas “freedom of navigation operations”, que son patrullajes que pretenden que las armadas de los demás países no ejerzan soberanía “más allá de sus límites”. En la práctica, son una forma de intimidación.

Pero, además, siguiendo la línea de tratar de congraciarse con su presidente, Mark Esper confiesa sin pudor que el Pentágono tiene preparada la intervención de Venezuela para justo después de que el chavismo sea expulsado del poder.

    “El Comando Sur y mi equipo de políticas han desarrollado planes junto a personal de otras agencias, de acuerdo con la estrategia desarrollada por el Departamento de Estado, para abordar los eventos del ‘día después’ una vez que Maduro se haya ido”.

Esto lo disfrazan en el discurso como “brindar ayuda humanitaria al pueblo de Venezuela”, pero implica el ingreso de militares gringos en nuestro territorio. De hecho, Mark Esper deja en este punto una nota al pue con el enlace al documento titulado “Marco de Transición Democrática para Venezuela”, que es la lista de acciones que Estados Unidos, en una insólita acción imperial, establece como pasos a seguir en Venezuela para “restaurar la democracia”. (Disponible aquí: https://2017-2021.state.gov/democratic-transition-framework-for-venezuela/index.html)

Está claro, documentado y recalcado que las intenciones de Washington van más allá del derrocamiento del Gobierno de Maduro, se trata del control político, en incluso territorial, de Venezuela.
La estrategia de la droga

“Deberíamos concentrarnos en detener el flujo de drogas hacia Estados Unidos”, fueron las palabras de William Barr, el fiscal general de Estados Unidos, para, en apoyo a Mark Esper, desviar la atención de Trump de las opciones militares que intensamente el NSC buscaba impulsar. De inmediato lo logró y desarrolló un discurso sobre la conexión que, según ellos, tenía Maduro con la droga que llega en cantidades escandalosas anualmente a territorio estadounidense. Barr argumentó en esa reunión que Maduro utilizaba la cocaína como un arma “para socavar los Estados Unidos”.

Tan hilarante como real. Esta afirmación no le pareció “absurda” a Mark Esper. Por el contrario, al igual que Trump, quedó fascinado por la exposición del fiscal. Al parecer todos acordaban en que, prácticamente, la culpa de la drogadicción de cada día una mayor cantidad de jóvenes estadounidenses, de alguna manera, recaía directamente sobre el presidente de Venezuela.

Lo cierto es que William Barr neutralizó los intentos del NSC de activar ese día un ataque armado a Venezuela y sustituyó la estrategia en algo que podía satisfacer a todos los presentes. Algo que involucrara militares, pero no acciones directas de guerra. Además, a Trump le servía mucho políticamente la idea de una nueva “guerra contra las drogas”. El Departamento de Defensa se comprometió a respaldar estos planes y lo demás es historia. Sabemos que por esas fechas, marzo de 2020, salieron las famosas ofertas de “recompensa” por millones de dólares por la captura del presidente Nicolás Maduro y otros altos dirigentes del Gobierno venezolano.

Sin embargo, como acota Esper, la idea de interceptar barcos nunca murió completamente y resurgiría un par de meses después. Esta vez, los halcones del NSC encontraron en la relación de Venezuela con Irán la excusa perfecta para pedir acciones militares. El autor muestra que Washington comprendía perfectamente que sus propias acciones, la “presión” que ellos orgullosamente ejercen sobre Irán y Venezuela, además del contexto de crisis agudizado por la pandemia, provocó que las relaciones entre ambos países se profundizaran. Y para ellos una mayor presencia de Irán en nuestro continente, al igual que pasa con Rusia y China, significaba “red flags”, o señales de alerta. Mark Esper no se da por enterado de la ironía de esta situación.

En lo único que Mark Esper se diferenciaba del resto de los altos funcionaros de seguridad de Washington es en su reticencia al uso a diestra y siniestra de la fuerza militar. Él dice que prefería hacer las cosas “de manera más inteligente”.
The Iran Affair

Ahora la situación, con Irán como ingrediente principal, se presentaba, según el secretario de Defensa, con un panorama distinto. Aquí entra en escena John Radcliffe, el nuevo director de Inteligencia Nacional, quien a su vez es el jefe de la llamada “Comunidad de Inteligencia”, es decir, la congregación de las 17 agencias del ejecutivo estadounidense que tienen que ver con el diseño estratégico de la seguridad nacional.

En otra reunión, Radcliffe les baja los humos a los halcones explicando que Venezuela recibía combustible y petróleo no solo de Irán, sino de varias fuentes. Así que esa no era una razón suficiente para andar interceptando barcos en el mar. Pero, lejos de tumbar la idea, o que hizo fue poner sobre la mesa una razón “de mayor peso” para así convencer a todos, incluyendo a Esper, de la necesidad de activar esas acciones.

Un informe preparado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) puso en guardia a todos los funcionaros de seguridad. Cuenta Esper que:

“La nueva información era que Venezuela buscaba activamente comprar armas a Irán. Teherán aún no había aprobado nada específico, pero la lista de artículos aparentemente iba desde armas ligeras y botes pequeños hasta misiles de largo alcance que podrían llegar a Estados Unidos. El último elemento fue la bandera roja para la mayoría de nosotros en la reunión”.

Esto les proporcionó nuevos bríos a los halcones deseosos de cualquier tipo de acción militar. Sin embargo, las discusiones eran largas, con personas como Esper y el general Milley poniendo sobre la mesa todos los riesgos que surgían a partir del análisis de los detalles de una eventual acción sobre barcos iraníes. El secretario de Defensa proponía discriminar según el tipo de armas que, supuestamente, estuvieran transportando los barcos. El departamento de Estado agregaba que no hacía falta una acción armada, sino que bastaba con “persuadir” a los países de cuya propiedad fueran los barcos mercantes o bajo cuya bandera estos estuvieran operando, para convencerlos de reconducir la carga.

A pesar de que estas ideas parecían ser bien recibidas por todos, Robert O’Brien “fue directo a la yugular” proponiendo un golpe sobre un puerto en el nororiente de Venezuela, cuyo nombre está tachado en el libro (quién sabe por qué), pero se entiende que se trataría del Puerto de Jose en el Estado Anzoátegui, ya que es descrito como un lugar “donde se encuentra un gran complejo de carga y descarga de productos petrolíferos”.

“Si los barcos son demasiado difíciles de interceptar, entonces deberíamos considerar alterar el puerto donde depositan su carga”, habría dicho O’Brien. Y especificó que podrían usar un ataque aéreo o una operación con Navy SEAL, los famosos equipos de Tierra, Mar y Aire de la Armada de los Estados Unidos.

Por alocado que parezca, todo esto se discutía en las oficinas del gobierno de Washington en el año 2020. Terrorismo, invasiones, bombardeos, magnicidios, todo ha sido contemplado por el gobierno de Estados Unidos para perseguir su objetivo de un cambio de régimen en nuestro país.

Esper, quien se ve a sí mismo como una voz más razonable entre aquel combo de radicales, habría espetado en ese momento que si estaban perdiendo la noción de su objetivo respecto a Venezuela. “¿Qué estamos tratando de hacer aquí? ¿Detener los envíos de petróleo? ¿Forzar el colapso del régimen? ¿Comenzar una guerra?”. Aunque trata de presentarse como más sensato, no tarda en convencer al lector de que, a fin de cuentas, se trata de un miembro de alto rango del gobierno gringo, y por lo tanto piensa con la misma soberbia que los demás. Al tiempo que niega consentir acciones militares, por considerarlas alocadas, no le causa ningún prurito confesar que sí proponía un golpe de Estado:

    “…todos entendíamos el estado final de cosas que queríamos provocar, la salida de Maduro y la instalación de Guaidó como presidente legítimo”.

Vale la pena citar las palabras que Mark Esper utiliza para describir sus «alternativas más inteligentes”:

“Pasamos a opciones menos directas, como operaciones cibernéticas o actividades (palabra tachada) apoyadas por Estados Unidos pero realizadas por la oposición. El general Milley también pensó que deberíamos considerar opciones de guerra irregular, como el entrenamiento y armamento de los expatriados venezolanos por parte de los EEUU”.

Estamos ante un documento que puede resultar útil para demostrarles a quienes descreían, o incluso se burlaban, de las denuncias hechas por el Gobierno de Venezuela sobre este tipo de operaciones planificadas desde Washington. Ahora están en un testimonio firmado nada menos que por un secretario de Defensa de Estados Unidos.

Aunque Esper creía que la cosa estaba zanjada, no podía estar más perdido en cuanto a lo que los poderes reales dentro de su propio gobierno eran capaces de hacer. El 14 de agosto, poco más de dos meses después de esta reunión sobre Venezuela e Irán, se conoció la noticia de que Estados Unidos interceptó cuatro buques petroleros y confiscó 1,1 millones de barriles de combustible que venían des Irán para Venezuela.

Tomado por sorpresa, incluso reconociendo que hechos de este tipo sucedían sin que él tuviera idea de que iban a ocurrir, Mark Esper, lejos de condenar estas acciones, las celebra, pues le parece positivo que los barcos fueran secuestrados “sin emplear la fuerza militar”. De hecho, escribe que: “Barr y Pompeo hicieron un gran trabajo. Esperaba que este éxito provocara que otros, en el futuro, exploraran primero opciones no militares”.
El caso Saab

Otro hecho que, según las memorias de Mark Esper, atrapó la atención de los “halcones de Venezuela” y generaría más fricciones entre estos y el Pentágono fue el caso de la detención en Cabo Verde y posterior extradición de Álex Saab a Estados Unidos.

Saab, quien posee pasaporte diplomático venezolano al fungir como enviado especial del gobierno ante Rusia e Irán, realizaba una escala en la Isla de Sal durante un viaje, con destino a Teherán, cuando fue puesto bajo custodia alegando un requerimiento de la justicia estadounidense bajo cargo de lavado de dinero. Mark Esper señala en el libro que las declaraciones del Gobierno de Venezuela acerca de que se trataba de una violación del derecho internacional y que harían todo lo posible para protegerlo y liberarlo “realmente asustaban a los funcionarios de del Departamento de Estado, el de Justicia y el NSC que estaban trabajando en este caso”. Toda clase de ideas comenzaron a circular entre quienes se empeñaban en aprovechar la más mínima oportunidad para justificar la activación de una operación militar contra Venezuela. Así lo cuenta el secretario de Defensa:

“A mediados de julio, circulaba una variedad de rumores en entre las diferentes agencias: Maduro persuadió al presidente Putin para que enviara fuerzas especiales rusas para sacar a Saab de la cárcel; los mercenarios rusos en Libia iban a viajar cientos de millas en pequeños botes para rescatar o matar a Saab; la inteligencia venezolana estaba fletando un avión especial para volar a Cabo Verde para repatriar a Saab; y las tropas de la Guardia Revolucionaria Iraní estaban preparando misiones de rescate similares. Parecía que alguien estaba viendo demasiadas películas de Misión: Imposible el fin de semana. Nunca vi datos de inteligencia que respaldaran nada de eso”.

El despacho de Esper fue informado de que el Departamento de Estado estaba requiriendo “el envío inmediato de una Unidad Expedicionaria Marina del Grupo de Preparación Anfibia (ARG-MEU) desde el Mediterráneo a Cabo Verde para proteger a Saab y disuadir la intervención de los rusos, iraníes y cualquier otra persona interesada en interrumpir los procedimientos judiciales”. El autor del libro dice que no podía creer que el centro de la diplomacia estadounidense estuviera realmente solicitando tal cosa. Para él nada de eso tenía ningún sentido. Pero era algo real. Incluso hubo una solicitud similar por parte del Departamento de Justicia.

Esper hace referencia a que entre los distintos departamentos del Estado gringo había un total enredo, con diferentes puntos de vista y diferentes “soluciones” para el asunto que les preocupaba. Robert O’Brien parecía escuchar las razones de que no era necesario el despliegue militar en Cabo Verde, pero, al mismo tiempo, le insistía a Esper en que la situación era urgente y había que hacer algo. Al final acordaron enviar personal de apoyo para ayudar a las fuerzas de seguridad de Cabo Verde a “mejorar su capacidad”.

Pero el asunto tomó nuevo vuelo en el mes de octubre de 2020, cuando se supo que Cabo Verde pronto podría liberar a Saab o ponerlo en arresto domiciliario. De nuevo, el Departamento de Estado presionaba para enviar un barco de la Marina de los EEUU a patrullar alrededor de Cabo Verde y con eso disuadir cualquier intervención externa.

Esper confiesa que él no tenía ninguna evidencia de que Venezuela, Rusia o Irán estuviesen preparando una operación para liberar a Saab en Cabo Verde y por eso se negaba a autorizar el envío de un buque de guerra al archipiélago.

Pero Mark Esper fue despedido por Donald Trump algunas semanas después de este punto, en los días siguientes a las elecciones presidenciales de ese país, debido a un asunto que nada tenía que ver con Venezuela. Esper había contradicho al presidente en junio durante las protestas que se desataron luego del brutal asesinato del afroamericano George Floyd a manos de un agente de policía. Trump amenazó con invocar la Ley de Insurrección y desplegar al ejército en las calles, cosa que Mark Esper declaró a los medios que era imposible y no tendría lugar. La opinión pública entiende que después de eso solo era cuestión de esperar el momento propicio para su salida del Gobierno.
Mark Esper

Tal vez esa sea la explicación más lógica para lo que el propio Mark Esper daba a entender en su historia: en cierto punto, se convirtió en un paria dentro de su propio gobierno y sus compañeros le seguían la corriente y lo mantenían aislado.

“Conmigo fuera del camino, los halcones de Venezuela presionaron a mi sucesor para que les diera un buque de guerra, lo que aprobó rápidamente. No mucho después de eso, el USS San Jacinto zarpó desde Norfolk, Virginia, en ruta a Cabo Verde para vigilar, de alguna manera, a Saab mientras supuestamente disuadía la intervención externa. Las tareas específicas seguían sin estar definidas, según me informaron”.

Esper cierra este punto recalcando que él, como máximo jefe, después del presidente, del estamento militar estadounidense, nunca pensó que la amenaza fuera real. “Estaba cansado de que el Departamento de Defensa fuera ‘el botón fácil’ para el ‘problema difícil’ de los demás”, suelta con amargura.

Los peligros que usaban los halcones para justificar su sed de guerra nunca se hicieron realidad. Pero tampoco se hizo realidad, hay que decirlo, lo que el mismo Mark Esper, empapado de supremacismo gringo, creía como un objetivo virtuoso: el derrocamiento del Gobierno de Venezuela. Todo lo que aquí se relata condujo a sus protagonistas al más rotundo fracaso, por supuesto, no sin provocar el sufrimiento de millones de venezolanas y venezolanos, víctimas de su criminal comportamiento.

Además, con toda seguridad sin la más mínima intención, el exfuncionario de Donald Trump ofrece aquí una frase que bien pudiera utilizarse para describir lo que ha sido, no la política específica para una situación particular, sino el comportamiento sistemático de la élite política-empresarial estadounidense, con sus perennes pretensiones imperialistas:

    “Todo lo que esto hizo fue militarizar nuestra política exterior, alejar a las fuerzas armadas de su misión principal y dar como resultado soluciones inapropiadas”.

 

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