Un análisis de todas las revelaciones de Mark Esper sobre Venezuela en su libro "Un juramento sagrado"
Por Ángel González
En
el libro Un juramento sagrado: memorias de un secretario de Defensa
durante tiempos extraordinarios, escrito por el exjefe del Pentágono de
Donald Trump, Mark Esper, este experimentado político conservador
estadounidense dedica a Venezuela casi la totalidad de las 40 páginas
que conforman el capítulo 11, titulado “Medidas Desesperadas”. Solo
algunas cuartillas de esta sección describen anécdotas sobre otras
temáticas, como la idea de Trump de lanzar misiles hacia México para
destruir laboratorios de drogas o la de dispararle a las piernas a los
manifestantes del movimiento Black Lives Matter.
El grueso del relato
detalla cómo Trump y un séquito de extremistas de cuello blanco
insistieron en múltiples ocasiones para que se planificara una acción
militar contra Venezuela. También da cuenta del comportamiento criminal
tanto de los funcionarios de Washington como de los antichavistas
venezolanos aglutinados alrededor de la figura de Juan Guaidó, quienes
con desparpajo ventilaron «opciones» que incluían invadir nuestro
territorio con tropas extranjeras, bombardear ciudades y derrocar y
asesinar al presidente Nicolás Maduro.
Mark
Esper ocupó el cargo de secretario de Defensa durante poco más de un
año, entre el 23 de julio de 2019 y el 9 de noviembre de 2020. Durante
ese breve período fue testigo de cómo las intenciones de Trump de
«deshacerse de Maduro» eran tan sólidas como su convencimiento de que
«Maduro era fuerte y Guaidó era débil». De hecho, así como queda clara
en estas páginas la completa sumisión y dependencia política de los
opositores venezolanos a los designios de Washington, también las
crónicas allí narradas pueden ser leídas como la historia de un fracaso.
Cuenta
el autor que tan temprano como el 30 de abril de 2019, apenas 97 días
después de que Juan Guaidó, espoleado por el gobierno gringo, se
autoproclamara «presidente interino», el propio Donald Trump perdió todo
interés en seguir apoyándolo como figura política. El hecho, según
Esper, marcó el final de una fase crítica. A partir de allí, el jefe de
la Casa Blanca:
“No
podía ver a Guaidó como presidente del país, y mucho menos capaz de
derrocar a Maduro, lo que disminuía su entusiasmo por respaldarlo”.
Sin
embargo, escribe Esper, “una y otra vez, Trump pediría opciones
militares” sobre Venezuela. El exfuncionario deja claro que él mismo
nunca creyó que las acciones de Trump fueran motivadas por algún genuino
interés altruista, sino que coincide con las palabras del exconsejero
de Seguridad Nacional John Bolton, quien escribió en su propio libro de
memorias, que el interés de su jefe era “acceder a las reservas
petroleras de Venezuela”. Además, señaló que estas acciones políticas, a
fin de cuentas, estaban conducidas por fines electorales. “Para él todo
se trata solo de los votos; no hay ningún principio detrás de esto”.
(John Bolton. La habitación donde ocurrió: una memoria de la Casa
Blanca. 2020)
Lo cierto
es que, durante gran parte del año 2019, según Mark Esper, el tema de
Venezuela no ocupó el tiempo de los altos funcionarios de la Casa
Blanca. Al parecer, habrían dejado todo en manos del Departamento del
Tesoro y su infamante política de sanciones. Pero en el mes de diciembre
volvieron levantar vuelo los que Esper llama “halcones de Venezuela”
(Venezuela hawks).
La élite cubano-venezolana de Miami contaba con
piezas claves en Washington, además del senador Marco Rubio, quizás el
más ruidoso de estos radicales. Tenían a Mauricio Claver-Carone, el
director senior del Consejo de Seguridad Nacional (NSC) para el
Hemisferio Occidental, quien “estaba impulsando una línea dura en la
Casa Blanca y encontró un oído complaciente para las opciones militares
en O’Brien”.
Robert
O’Brien, republicano ultraconservador veterano de la administración
Bush, había sustituido en septiembre a John Bolton como Consejero de
Seguridad Nacional. Junto a Claver-Carone, se encargó de darle un
“segundo aire” a Guaidó frente a Donald Trump. Lograron que el
presidente gringo lo recibiera el 5 de febrero de 2020, en una reunión a
la que asistió acompañado por Julio Borges, Carlos Vecchio y un sujeto
hasta el momento desconocido, Juan Salcedo Márquez, quien luego se supo
que es primo de Guaidó y pasó, en medio de las andanzas del
autoproclamado, de ser guía turístico y productor de conciertos en
Boston en 2018 a figurar como director de un fondo de inversiones
llamado Fivendes, registrado en Londres en 2019. Es en este encuentro
donde se concentran las revelaciones más importantes del libro Un
juramento sagrado…
Esto es lo que hay
“Hablé
con Trump durante unos minutos justo antes de su sesión en el Salón
Oval con Guaidó el día cinco. Todavía tenía serias dudas sobre el joven
líder, diciendo que se veía ‘débil’, especialmente en comparación con lo
‘duro’ y ‘fuerte’ que parecía Maduro. Trump dudaba de la capacidad de
Guaidó para derrocar a Maduro. Luego giró rápidamente y habló con
admiración de la esposa de Guaidó, Fabiana Rosales, a quien Trump
conoció en la Casa Blanca en marzo de 2019. La describió como ‘muy
joven’ y mencionó que no usaba anillo de bodas. Esto pareció
desconcertar al presidente, la curiosidad era visible en su rostro, pero
en general Trump parecía más impresionado por Rosales que por su
esposo”.
El relato de
Mark Esper insiste en dejar clara la opinión que Donald Trump mantuvo
siempre con respecto a Juan Guaidó, quien al propio secretario de
Defensa tampoco le parecía estar a la altura de los acontecimientos.
Sobre todo, frente a la figura de Nicolás Maduro, quien, según Esper,
“ciertamente tenía la apariencia robusta y obrera que reunía ‘todo el
estereotipo’, como solía decir Trump”.
Sin
embargo, el presidente gringo se tomó el tiempo para hacerle el juego a
la ficha que, después de todo, su propia administración había impulsado
como recurso para atender “la cuestión de Venezuela”.
Luego
de los saludos formales, relata el autor, Trump le hizo a Guaidó una
propuesta directa sobre el uso de militares gringos para ir contra el
presidente venezolano, incluso asesinarlo, preguntándole: “¿Qué pasaría
si el ejército de EEUU fuera allí y se deshiciera de Maduro?”. A juicio
de Esper, la respuesta de Guaidó no fue tan clara o audaz como él se lo
esperaba. Sin embargo, para efectos de nuestro país, nuestras leyes y
nuestra soberanía, su contestación ante el planteamiento hecho por el
jefe del gobierno imperialista fue, por decir lo menos, terrible y
bochornosa: “Por supuesto que siempre agradeceríamos la ayuda de Estados
Unidos”.
Inmediatamente,
el autoproclamado líder de la oposición trató de matizar la afirmación
que acababa de hacer agregando que los venezolanos, en especial un grupo
ubicado en Colombia, según sus palabras, querían “recuperar su país
ellos mismos”.
A Mark
Esper le pareció esta última la mejor de las “opciones militares”. Por
supuesto, pensando más políticamente que como patriota, el jefe del
Pentágono trataba de evitar a toda costa un plan que implicara la acción
directa de sus fuerzas armadas. “Después de todo, el ejército
estadounidense tenía experiencia en el entrenamiento de fuerzas
extranjeras y esta era una solución mucho mejor que usar tropas
estadounidenses contra Maduro”, confiesa este señor con la dureza de
rostro que solo los gringos pueden lucir.
Con
esta idea en la mente, Esper rompió el silencio que había mantenido en
la reunión para increpar él mismo a Guaidó: “…su gente realmente estaría
dispuesta a organizarse, entrenarse y luchar?”. Para su decepción, la
respuesta recibida fueron puros rodeos para terminar soltando un “sí”
empapado de un tono inseguro.
Se
había consumado un acto concreto e incuestionable de traición a la
patria. Y es un alto funcionario de Estados Unidos, testigo presencial
de los hechos, quien se ha encargado de documentarlo.
A
este punto, Trump ya estaba impaciente. La reunión se había hecho larga
y sin rumbo. Aun cuando los representantes del antichavismo habían
solicitado, en pleno Salón Oval, la intervención de Washington en su
propio país, el jefe de la Casa Blanca seguía sin estar convencido,
básicamente, por la pobre imagen proyectada por sus interlocutores, a
quienes, señala Esper en su relato, Trump examinaba con mucha atención
mientras hablaban.
El
famoso “pragmatismo norteamericano”, sumado al desánimo que su invitado
provocaba en el presidente estadounidense, hizo que este les diera las
gracias a los visitantes y los “invitara” a continuar la reunión, sin
él, en otra sala.
Redes oscuras
Durante
esta segunda parte del encuentro, los “halcones”, es decir, los
miembros del Consejo de Seguridad Nacional (NSC) intensificaban su
postura en favor de una operación militar para lograr lo que en jerga
estratégica ellos llaman “cambio de régimen”. Esper dice que su única
preocupación era tratar en lo posible de que no se involucrara
directamente a militares gringos. De hecho, cuenta que antes de la
reunión le había comentado a Trump, medio en broma y medio en serio, que
la oposición venezolana “lucharía hasta el último estadounidense” si se
lo ofrecieran.
El
secretario de Defensa decidió “presionar un poco más” a los opositores
para ver si encaminaba el asunto hacia una especie de guerra, pero con
soldados que no fueran estadounidenses. Como si de alguna especie de
ganado se tratase, o si estuvieran hablando de mercancías, Esper se
refirió a los “4,5 millones de migrantes”, especialmente los ubicados en
Colombia:
“‘Si algunos
de ellos pudieran ser entrenados y equipados por Estados Unidos’,
pregunté, ‘¿estarían realmente dispuestos a luchar?’. Nunca escuché una
respuesta sólida. Más bien, me dijeron que tal plan tomaría mucho
tiempo, sería complicado, etc. No estaba buscando asumir esta misión,
pero pensé que era más viable y aceptable que algunas de las opciones
propuestas por O’Brien y el NSC. En mi mente, por supuesto, pensaba que
su respuesta real era: ‘Sería mucho más fácil y rápido si EEUU hiciera
esto por nosotros’».
Luego
de esto, la conversación pasó de tratar acerca de una operación a gran
escala a algo más parecido a una operación especial dirigida
específicamente a atentar contra la persona del presidente Nicolás
Maduro. Esper cuenta que uno de los acompañantes de Guaidó, sin precisar
cuál, le dijo: “Tenemos algunos planes en los que ustedes (el gobierno
de EEUU) saben que estamos trabajando, pero aún no están listos”. Estas
palabras estuvieron acompañadas por un cruce de miradas y sonrisas con
Mauricio Claver-Carone, quien luego, al encontrar su vista con la de
Mark Esper, se puso serio e intentó disimular. Esper afirma que no sabía
nada de lo que estaba ocurriendo. Incluso, luego asegura que le
consultó a la jefa de la CIA (Agencia Central de Inteligencia), Gina
Haspel, sobre estos supuestos planes de la oposición que él desconocía.
La encargada del espionaje estadounidense respondió que ella tampoco
tenía idea. Esper reconoce en su escrito que era muy raro que las
cabezas del Pentágono y la CIA no estuviesen al tanto de una operación
de este tipo por parte de la oposición venezolana. Estaban intentando
pasar incluso por debajo del tutelaje oficial de la burocracia de
Washington, la conspiración para planificar un asalto violento a
Venezuela tenía lugar en medio de las oscuras redes de poder de la
ultraderecha norteamericana.
Mauricio Claver-Carone
¿Quién
es Mauricio Claver-Carone? Este personaje, que juega un rol central en
toda esta historia, es un republicano de larga carrea tanto en el
gobierno como en el ejercicio de lobbies a favor de la élite
contrarrevolucionaria más radical de Miami. Nacido en Florida y criado
en Madrid, trabajó en el Departamento del Tesoro durante la
administración de George W. Bush y ha sido uno de los encargados de
ejercer presión en Washington para establecer una “línea dura” contra
Cuba y Venezuela. Al asumir Trump la presidencia, volvió al Departamento
del Tesoro y luego fue designado representante de EEUU ante del Fondo
Monetario Internacional, donde permaneció breve tiempo antes de pasar a
ser el consejero senior de Seguridad Nacional para Asuntos del
Hemisferio Occidental, es decir, el principal coordinador de las
políticas de la Casa Blanca para América Latina, el Caribe y Canadá.
Este “halcón” es la persona clave y la puerta de entrada del extremismo
mayamero a la sede del poder estadounidense. Hoy es el presidente del
Banco Interamericano de Desarrollo, posición donde lo instaló Trump
justo antes de perder la elección a finales de 2020. Permanecerá allí
hasta el año 2025.
Tres
meses después de la reunión en el Salón Oval, el 3 de mayo de 2020, tuvo
lugar un intento de invasión armada a Venezuela por las costas de La
Guaira y Miranda, que fue frustrado rápidamente por la acción de la
policía, la fuerza armada y la población civil. Mark Esper dice en el
libro que siempre ha asociado este hecho con aquella operación secreta
de la que hablaban los opositores venezolanos con los miembros del
Consejo de Seguridad Nacional y que él desconocía. Reconoce que la
incursión estuvo liderada por dos miembros retirados de las Fuerzas
Especiales de Estados Unidos y afirma tener conocimiento de que “Guaidó
habría aprobado la operación”. Una vez más, las palabras escritas por el
exfuncionario de Washington comprometen tanto a la oposición venezolana
como a su propia administración en la comisión de graves delitos contra
el país.
“Máxima presión”
Más
o menos para esas fechas, entre la primavera y el principio del verano
de 2020, refiere Esper que hubo varias reuniones entre varias agencias
del gobierno estadounidense sobre Venezuela. Allí, O’Brien y Claver
Carone, los líderes del NSC, “presionaban fuertemente por algún tipo de
acción militar contra Cuba y Venezuela”. Dice que una de las propuestas
hechas en una reunión de alto nivel consistía en realizar un bloqueo
naval, pero que esta “murió bajo el peso de su propio absurdo”.
Tal
vez esa idea fue esgrimida como táctica para que la siguiente fuera
tomada como “más razonable”. En el mismo capítulo del libro se cuenta
cómo el propio Donald Trump gustaba de hacer este tipo de jugadas,
incluso para lograr el nombramiento de funcionaros que debían ser
aprobados por el Congreso. Es el caso del nombramiento de John
Radcliffe, un republicano del “trumpismo” más radical que había sido
rechazado para ocupar el puesto de Director Nacional de Inteligencia.
Entonces, Trump nombró como encargado a Ric Grenell, considerado aún más
peligroso y radical. Con esto logró en pocas semanas que el Senado
confirmara a Radcliffe en el cargo como vía para salir rápidamente de
Grenell. El presidente gringo expresaba abiertamente estar orgulloso de
su astuto proceder. Todo esto ocurrió durante el mismo período en que se
discutían las “opciones militares” contra Venezuela.
La
segunda idea planteada era la de interceptar barcos de petróleo
venezolano en altamar. Es decir, se planteaba, sencillamente, robar el
petróleo de Venezuela para evitar su venta y así la entrada de dinero al
gobierno de Caracas. Según Esper, estas propuestas eran siempre
presentadas por los jefes de las agencias civiles, como el Consejo de
Seguridad Nacional, pero continuamente objetadas por los altos cargos
militares, como el general Mark Milley, presidente del Estado Mayor
conjunto, y él mismo como secretario de Defensa.
“Era
frustrante que cada una de estas reuniones del NSC, al parecer, siempre
comenzara con la consideración de opciones militares, en lugar del otro
extremo del espectro: la diplomacia”, reflexiona Esper. De hecho,
asegura que siempre, antes de las reuniones, el NSC pedía a los
funcionarios medios del Departamento de Defensa que preparan opciones
militares para ser discutidas por sus jefes, cosa que él mismo llegó a
prohibir.
El autor de
estas memorias relata que hubo caros enfrentamientos entre distintas
agencias del gobierno gringo en torno al uso de la fuerza militar. Esper
se encargó de desarmar los planes de intercepción de barcos con
preguntas de método que tenían que ver con la forma de llevar a la
realidad ideas tan arriesgadas. “Los inconvenientes más importantes son
los de legalidad, riesgo y logística”, dirá en alguna oportunidad. Por
eso en la Casa Blanca lo tacharon a él y a su equipo como “foot
draggers” que no querían ayudar al presidente, expresión que hace
referencia a quien se muestra renuente a acometer con prontitud las
acciones requeridas, pero que también significa en argot callejero algo
como “putas de mierda”. En parte esta sería una de las causas que
animaron a Esper a escribir el libro.
Semanas
después, hubo una reunión del equipo de seguridad nacional con la
participación de Donald Trump. El objetivo del encuentro era
específicamente actualizar al presidente sobre el tema de Venezuela.
Allí se hizo evidente el poder ostentado por Mauricio Claver-Carone, a
quien su jefe, Robert O’Brien, cedió la palabra luego de hacer una breve
introducción. Mark Esper resalta que esto es muy poco común.
Claver-Carone fue entonces la voz principal del NSC, donde pasó
rápidamente “de hacer un recuento de hechos a una defensa abierta de la
acción agresiva”.
“Pensé
que fue demasiado lejos cuando dijo: ‘Si no se derriba al gobierno de
Maduro, se dañaría la seguridad de la nación’; y luego agregó, hablando
directamente a Trump: ‘No creo que usted quiera ver escrito en el Wall
Street Journal, señor presidente, que esto sucedió bajo su mandato’”.
Aunque
Esper considera que esas palabras rozaban el borde de la amenaza,
admite amargamente que las mismas fueron respaldadas por Robert O’Brien
y, peor aún, parecían caer muy bien en el propio Donald Trump. “Eso era
peligroso”, remata.
Cuando
le tocó el turno de hablar, Esper lo que hizo fue tratar de
contrarrestar la idea de que el Departamento de Defensa no estaba
haciendo nada por colaborar con este tema y destacó las operaciones del
Comando Sur en la región, como los ejercicios militares en el caribe y
aquellas llamadas “freedom of navigation operations”, que son
patrullajes que pretenden que las armadas de los demás países no ejerzan
soberanía “más allá de sus límites”. En la práctica, son una forma de
intimidación.
Pero,
además, siguiendo la línea de tratar de congraciarse con su presidente,
Mark Esper confiesa sin pudor que el Pentágono tiene preparada la
intervención de Venezuela para justo después de que el chavismo sea
expulsado del poder.
“El Comando Sur y mi equipo de políticas han desarrollado planes junto a
personal de otras agencias, de acuerdo con la estrategia desarrollada
por el Departamento de Estado, para abordar los eventos del ‘día
después’ una vez que Maduro se haya ido”.
Esto
lo disfrazan en el discurso como “brindar ayuda humanitaria al pueblo
de Venezuela”, pero implica el ingreso de militares gringos en nuestro
territorio. De hecho, Mark Esper deja en este punto una nota al pue con
el enlace al documento titulado “Marco de Transición Democrática para
Venezuela”, que es la lista de acciones que Estados Unidos, en una
insólita acción imperial, establece como pasos a seguir en Venezuela
para “restaurar la democracia”. (Disponible aquí: https://2017-2021.state.gov/ democratic-transition- framework-for-venezuela/index. html)
Está
claro, documentado y recalcado que las intenciones de Washington van
más allá del derrocamiento del Gobierno de Maduro, se trata del control
político, en incluso territorial, de Venezuela.
La estrategia de la droga
“Deberíamos
concentrarnos en detener el flujo de drogas hacia Estados Unidos”,
fueron las palabras de William Barr, el fiscal general de Estados
Unidos, para, en apoyo a Mark Esper, desviar la atención de Trump de las
opciones militares que intensamente el NSC buscaba impulsar. De
inmediato lo logró y desarrolló un discurso sobre la conexión que, según
ellos, tenía Maduro con la droga que llega en cantidades escandalosas
anualmente a territorio estadounidense. Barr argumentó en esa reunión
que Maduro utilizaba la cocaína como un arma “para socavar los Estados
Unidos”.
Tan hilarante
como real. Esta afirmación no le pareció “absurda” a Mark Esper. Por el
contrario, al igual que Trump, quedó fascinado por la exposición del
fiscal. Al parecer todos acordaban en que, prácticamente, la culpa de la
drogadicción de cada día una mayor cantidad de jóvenes estadounidenses,
de alguna manera, recaía directamente sobre el presidente de Venezuela.
Lo
cierto es que William Barr neutralizó los intentos del NSC de activar
ese día un ataque armado a Venezuela y sustituyó la estrategia en algo
que podía satisfacer a todos los presentes. Algo que involucrara
militares, pero no acciones directas de guerra. Además, a Trump le
servía mucho políticamente la idea de una nueva “guerra contra las
drogas”. El Departamento de Defensa se comprometió a respaldar estos
planes y lo demás es historia. Sabemos que por esas fechas, marzo de
2020, salieron las famosas ofertas de “recompensa” por millones de
dólares por la captura del presidente Nicolás Maduro y otros altos
dirigentes del Gobierno venezolano.
Sin
embargo, como acota Esper, la idea de interceptar barcos nunca murió
completamente y resurgiría un par de meses después. Esta vez, los
halcones del NSC encontraron en la relación de Venezuela con Irán la
excusa perfecta para pedir acciones militares. El autor muestra que
Washington comprendía perfectamente que sus propias acciones, la
“presión” que ellos orgullosamente ejercen sobre Irán y Venezuela,
además del contexto de crisis agudizado por la pandemia, provocó que las
relaciones entre ambos países se profundizaran. Y para ellos una mayor
presencia de Irán en nuestro continente, al igual que pasa con Rusia y
China, significaba “red flags”, o señales de alerta. Mark Esper no se da
por enterado de la ironía de esta situación.
En
lo único que Mark Esper se diferenciaba del resto de los altos
funcionaros de seguridad de Washington es en su reticencia al uso a
diestra y siniestra de la fuerza militar. Él dice que prefería hacer las
cosas “de manera más inteligente”.
The Iran Affair
Ahora
la situación, con Irán como ingrediente principal, se presentaba, según
el secretario de Defensa, con un panorama distinto. Aquí entra en
escena John Radcliffe, el nuevo director de Inteligencia Nacional, quien
a su vez es el jefe de la llamada “Comunidad de Inteligencia”, es
decir, la congregación de las 17 agencias del ejecutivo estadounidense
que tienen que ver con el diseño estratégico de la seguridad nacional.
En
otra reunión, Radcliffe les baja los humos a los halcones explicando
que Venezuela recibía combustible y petróleo no solo de Irán, sino de
varias fuentes. Así que esa no era una razón suficiente para andar
interceptando barcos en el mar. Pero, lejos de tumbar la idea, o que
hizo fue poner sobre la mesa una razón “de mayor peso” para así
convencer a todos, incluyendo a Esper, de la necesidad de activar esas
acciones.
Un informe
preparado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) puso en guardia a
todos los funcionaros de seguridad. Cuenta Esper que:
“La
nueva información era que Venezuela buscaba activamente comprar armas a
Irán. Teherán aún no había aprobado nada específico, pero la lista de
artículos aparentemente iba desde armas ligeras y botes pequeños hasta
misiles de largo alcance que podrían llegar a Estados Unidos. El último
elemento fue la bandera roja para la mayoría de nosotros en la reunión”.
Esto
les proporcionó nuevos bríos a los halcones deseosos de cualquier tipo
de acción militar. Sin embargo, las discusiones eran largas, con
personas como Esper y el general Milley poniendo sobre la mesa todos los
riesgos que surgían a partir del análisis de los detalles de una
eventual acción sobre barcos iraníes. El secretario de Defensa proponía
discriminar según el tipo de armas que, supuestamente, estuvieran
transportando los barcos. El departamento de Estado agregaba que no
hacía falta una acción armada, sino que bastaba con “persuadir” a los
países de cuya propiedad fueran los barcos mercantes o bajo cuya bandera
estos estuvieran operando, para convencerlos de reconducir la carga.
A
pesar de que estas ideas parecían ser bien recibidas por todos, Robert
O’Brien “fue directo a la yugular” proponiendo un golpe sobre un puerto
en el nororiente de Venezuela, cuyo nombre está tachado en el libro
(quién sabe por qué), pero se entiende que se trataría del Puerto de
Jose en el Estado Anzoátegui, ya que es descrito como un lugar “donde se
encuentra un gran complejo de carga y descarga de productos
petrolíferos”.
“Si los
barcos son demasiado difíciles de interceptar, entonces deberíamos
considerar alterar el puerto donde depositan su carga”, habría dicho
O’Brien. Y especificó que podrían usar un ataque aéreo o una operación
con Navy SEAL, los famosos equipos de Tierra, Mar y Aire de la Armada de
los Estados Unidos.
Por
alocado que parezca, todo esto se discutía en las oficinas del gobierno
de Washington en el año 2020. Terrorismo, invasiones, bombardeos,
magnicidios, todo ha sido contemplado por el gobierno de Estados Unidos
para perseguir su objetivo de un cambio de régimen en nuestro país.
Esper,
quien se ve a sí mismo como una voz más razonable entre aquel combo de
radicales, habría espetado en ese momento que si estaban perdiendo la
noción de su objetivo respecto a Venezuela. “¿Qué estamos tratando de
hacer aquí? ¿Detener los envíos de petróleo? ¿Forzar el colapso del
régimen? ¿Comenzar una guerra?”. Aunque trata de presentarse como más
sensato, no tarda en convencer al lector de que, a fin de cuentas, se
trata de un miembro de alto rango del gobierno gringo, y por lo tanto
piensa con la misma soberbia que los demás. Al tiempo que niega
consentir acciones militares, por considerarlas alocadas, no le causa
ningún prurito confesar que sí proponía un golpe de Estado:
“…todos entendíamos el estado final de cosas que queríamos provocar,
la salida de Maduro y la instalación de Guaidó como presidente
legítimo”.
Vale la pena citar las palabras que Mark Esper utiliza para describir sus «alternativas más inteligentes”:
“Pasamos
a opciones menos directas, como operaciones cibernéticas o actividades
(palabra tachada) apoyadas por Estados Unidos pero realizadas por la
oposición. El general Milley también pensó que deberíamos considerar
opciones de guerra irregular, como el entrenamiento y armamento de los
expatriados venezolanos por parte de los EEUU”.
Estamos
ante un documento que puede resultar útil para demostrarles a quienes
descreían, o incluso se burlaban, de las denuncias hechas por el
Gobierno de Venezuela sobre este tipo de operaciones planificadas desde
Washington. Ahora están en un testimonio firmado nada menos que por un
secretario de Defensa de Estados Unidos.
Aunque
Esper creía que la cosa estaba zanjada, no podía estar más perdido en
cuanto a lo que los poderes reales dentro de su propio gobierno eran
capaces de hacer. El 14 de agosto, poco más de dos meses después de esta
reunión sobre Venezuela e Irán, se conoció la noticia de que Estados
Unidos interceptó cuatro buques petroleros y confiscó 1,1 millones de
barriles de combustible que venían des Irán para Venezuela.
Tomado
por sorpresa, incluso reconociendo que hechos de este tipo sucedían sin
que él tuviera idea de que iban a ocurrir, Mark Esper, lejos de
condenar estas acciones, las celebra, pues le parece positivo que los
barcos fueran secuestrados “sin emplear la fuerza militar”. De hecho,
escribe que: “Barr y Pompeo hicieron un gran trabajo. Esperaba que este
éxito provocara que otros, en el futuro, exploraran primero opciones no
militares”.
El caso Saab
Otro
hecho que, según las memorias de Mark Esper, atrapó la atención de los
“halcones de Venezuela” y generaría más fricciones entre estos y el
Pentágono fue el caso de la detención en Cabo Verde y posterior
extradición de Álex Saab a Estados Unidos.
Saab,
quien posee pasaporte diplomático venezolano al fungir como enviado
especial del gobierno ante Rusia e Irán, realizaba una escala en la Isla
de Sal durante un viaje, con destino a Teherán, cuando fue puesto bajo
custodia alegando un requerimiento de la justicia estadounidense bajo
cargo de lavado de dinero. Mark Esper señala en el libro que las
declaraciones del Gobierno de Venezuela acerca de que se trataba de una
violación del derecho internacional y que harían todo lo posible para
protegerlo y liberarlo “realmente asustaban a los funcionarios de del
Departamento de Estado, el de Justicia y el NSC que estaban trabajando
en este caso”. Toda clase de ideas comenzaron a circular entre quienes
se empeñaban en aprovechar la más mínima oportunidad para justificar la
activación de una operación militar contra Venezuela. Así lo cuenta el
secretario de Defensa:
“A
mediados de julio, circulaba una variedad de rumores en entre las
diferentes agencias: Maduro persuadió al presidente Putin para que
enviara fuerzas especiales rusas para sacar a Saab de la cárcel; los
mercenarios rusos en Libia iban a viajar cientos de millas en pequeños
botes para rescatar o matar a Saab; la inteligencia venezolana estaba
fletando un avión especial para volar a Cabo Verde para repatriar a
Saab; y las tropas de la Guardia Revolucionaria Iraní estaban preparando
misiones de rescate similares. Parecía que alguien estaba viendo
demasiadas películas de Misión: Imposible el fin de semana. Nunca vi
datos de inteligencia que respaldaran nada de eso”.
El
despacho de Esper fue informado de que el Departamento de Estado estaba
requiriendo “el envío inmediato de una Unidad Expedicionaria Marina del
Grupo de Preparación Anfibia (ARG-MEU) desde el Mediterráneo a Cabo
Verde para proteger a Saab y disuadir la intervención de los rusos,
iraníes y cualquier otra persona interesada en interrumpir los
procedimientos judiciales”. El autor del libro dice que no podía creer
que el centro de la diplomacia estadounidense estuviera realmente
solicitando tal cosa. Para él nada de eso tenía ningún sentido. Pero era
algo real. Incluso hubo una solicitud similar por parte del
Departamento de Justicia.
Esper
hace referencia a que entre los distintos departamentos del Estado
gringo había un total enredo, con diferentes puntos de vista y
diferentes “soluciones” para el asunto que les preocupaba. Robert
O’Brien parecía escuchar las razones de que no era necesario el
despliegue militar en Cabo Verde, pero, al mismo tiempo, le insistía a
Esper en que la situación era urgente y había que hacer algo. Al final
acordaron enviar personal de apoyo para ayudar a las fuerzas de
seguridad de Cabo Verde a “mejorar su capacidad”.
Pero
el asunto tomó nuevo vuelo en el mes de octubre de 2020, cuando se supo
que Cabo Verde pronto podría liberar a Saab o ponerlo en arresto
domiciliario. De nuevo, el Departamento de Estado presionaba para enviar
un barco de la Marina de los EEUU a patrullar alrededor de Cabo Verde y
con eso disuadir cualquier intervención externa.
Esper
confiesa que él no tenía ninguna evidencia de que Venezuela, Rusia o
Irán estuviesen preparando una operación para liberar a Saab en Cabo
Verde y por eso se negaba a autorizar el envío de un buque de guerra al
archipiélago.
Pero Mark
Esper fue despedido por Donald Trump algunas semanas después de este
punto, en los días siguientes a las elecciones presidenciales de ese
país, debido a un asunto que nada tenía que ver con Venezuela. Esper
había contradicho al presidente en junio durante las protestas que se
desataron luego del brutal asesinato del afroamericano George Floyd a
manos de un agente de policía. Trump amenazó con invocar la Ley de
Insurrección y desplegar al ejército en las calles, cosa que Mark Esper
declaró a los medios que era imposible y no tendría lugar. La opinión
pública entiende que después de eso solo era cuestión de esperar el
momento propicio para su salida del Gobierno.
Mark Esper
Tal
vez esa sea la explicación más lógica para lo que el propio Mark Esper
daba a entender en su historia: en cierto punto, se convirtió en un
paria dentro de su propio gobierno y sus compañeros le seguían la
corriente y lo mantenían aislado.
“Conmigo
fuera del camino, los halcones de Venezuela presionaron a mi sucesor
para que les diera un buque de guerra, lo que aprobó rápidamente. No
mucho después de eso, el USS San Jacinto zarpó desde Norfolk, Virginia,
en ruta a Cabo Verde para vigilar, de alguna manera, a Saab mientras
supuestamente disuadía la intervención externa. Las tareas específicas
seguían sin estar definidas, según me informaron”.
Esper
cierra este punto recalcando que él, como máximo jefe, después del
presidente, del estamento militar estadounidense, nunca pensó que la
amenaza fuera real. “Estaba cansado de que el Departamento de Defensa
fuera ‘el botón fácil’ para el ‘problema difícil’ de los demás”, suelta
con amargura.
Los
peligros que usaban los halcones para justificar su sed de guerra nunca
se hicieron realidad. Pero tampoco se hizo realidad, hay que decirlo, lo
que el mismo Mark Esper, empapado de supremacismo gringo, creía como un
objetivo virtuoso: el derrocamiento del Gobierno de Venezuela. Todo lo
que aquí se relata condujo a sus protagonistas al más rotundo fracaso,
por supuesto, no sin provocar el sufrimiento de millones de venezolanas y
venezolanos, víctimas de su criminal comportamiento.
Además,
con toda seguridad sin la más mínima intención, el exfuncionario de
Donald Trump ofrece aquí una frase que bien pudiera utilizarse para
describir lo que ha sido, no la política específica para una situación
particular, sino el comportamiento sistemático de la élite
política-empresarial estadounidense, con sus perennes pretensiones
imperialistas:
“Todo
lo que esto hizo fue militarizar nuestra política exterior, alejar a las
fuerzas armadas de su misión principal y dar como resultado soluciones
inapropiadas”.
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